Tocornal llegó a la literatura para quedarse, para vivir en ella -que no es lo mismo que vivir de ella-; y ahí sigue, cargando un estoicismo machacón más propio de los martillos pilones que de un humano que camina y piensa, en un mundo hecho de contrariedades como el que hollamos; por eso trabaja todos los días en su cosmos, que es el que existe para él y afortunadamente para todos los amantes del hecho literario. Tocornal vive en una isla hecha a la medida de sus sueños, conformada por palabras e inusuales imágenes que convierte en historias.
No hay relajo para el único habitante de ese solar, para el fabulador que esconde, ese que, de vez en vez, nos cuenta una historia en donde la palabra pareciera cobrar parte del brillo perdido en la multitud de publicaciones que nos rodean, ese muro de comerciales formas. Y lo hace dándole a la tecla, macerando ideas que rotura en poemas, novelas y relatos con el rigor y la consistencia del que hubiera nacido destinado para contar, para decir, para recrear vidas, sueños y fantasías; y por eso sus historias poseen un sello de originalidad y personalidad propios. Eso supone, por tanto, ser depositario de una parte del infinito, llevar la subjetividad a lo universal, que en literatura no es fácil.
Por avatares que no vienen a cuento conozco a muchos narradores y poetas. Si tuviera que hacer una lista de diez autores contemporáneos españoles que me epatan con cada relato o novela, Antonio Tocornal estaría en ella. El lugar en esa lista no importa, sino la concepción y el valor que sus obras han sabido estampar en mi fuero interno.
La excepcionalidad y originalidad de sus cuentos han sido reconocidos en una multitud de certámenes en los que no me voy a detener, al igual que sus novelas.
Ahora, con “Pájaros en un cielo de estaño”, Antonio Tocornal nos transporta a un mundo singular en donde la credibilidad no está tanto en la ilación de lo racional sino en el asombro de lo fantástico. Una novela que comienza y finaliza de modo epistolar y, sin embargo, el autor ha sido capaz de ahormar una arquitectura narrativa que nos arrastra a un otro mundo en donde todo cabe. En la misma, y pacientemente, Antonio Tocornal nos transporta a lo absoluto -que es la misión de lo literario, o debiera serlo- y nos hace abandonar la relatividad de todos los códices, de todas las normas, para llevarnos a un lugar, Las Almazaras, al que llega una familia, un matrimonio de doce hijos y una hija, que, con el paso de los días, cambiará por completo el ritmo de la cotidianidad, de los usos y costumbres conocidos en esos lares.
No soy partidario de destapar los secretos que esconde un libro, en este caso “Pájaros en un cielo de estaño”. Pero, sí diré, que esta novela, que se puso en circulación en diciembre de 2020 y que ha obtenido el Premio Valencia de Narrativa debe ser leída.
Usted mismo.
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