Esta novela-documento está basada en hechos reales, contrastados, y que representaron una ayuda importante para los necesitados niños de la Italia meridional, que habían sufrido toda la barbarie de la guerra, primero con el fascismo musoliniano, mucho más arraigado de Roma hacia el sur; luego con la llegada de la Wehrmacht y sus acólitos de las criminales SS y Gestapo; y para terminar con la invasión aliada proveniente de Sicilia, que conllevó encarnizados combates, hambre y destrucción. En estas circunstancias, en el año 1946, el PCI o Partido Comunista Italiano de Nápoles decidió, motu proprio, que unos setenta mil niños y niñas de la Campania y regiones próximas viviesen, temporalmente, en hogares de familias de la Italia septentrional, Lombardía, Piamonte, etc., tradicionalmente con un nivel de vida mucho más elevado. Así tendrían un mejor conocimiento sobre una forma de vida diferente, por supuesto opuesta a la miseria que los rodeaba. “El pequeño Amerigo se ve forzado a abandonar su barrio y sube a un tren junto con otros niños del sur”. La novela está narrada en primera persona por ese niño ya citado. Los niños, que suelen poder metabolizar todas sus tragedias, inhibiciones o dramas, nos acercan, por medio de la mirada penetrante de Amerigo, y de plena observación de la realidad que le rodea; toda la evolución de lo que conlleva la necesidad imperiosa de abandonar el mundo de referencia que ha conocido, y que le ha motivado continuamente. “Con la mirada acerada de un chico de la calle, Amerigo nos sumerge en una Italia fascinante que vuelve a levantarse en la posguerra y nos confía el relato conmovedor de una separación, de un dolor que marca a fuego, al tiempo que nos obliga a reflexionar, con delicadeza y maestría, sobre las decisiones que acaban convirtiéndonos en lo que somos”. En el anterior aserto narrativo se encuentra, reflejado, el desgarro de la mirada intuitiva de Amerigo. En toda la obra, ¡cómo era de esperar!, la autora refleja la esencia de la cultura italiana de todos los tiempos, que es la ópera y sus autores; desde el aria de Turandot, “NESSUM DORMA”, de Giacomo Puccini (Lucca, 22 de diciembre de 1858-Bruselas, 29 de noviembre de 1924 ), hasta el aria “LIBIAMO NE’LIETI CALICI” de La Traviata de Giuseppe Verdi (Le Roncole, 10 de octubre de 1813-Milán, 27 de enero de 1901). Uno de los capítulos más deliciosos, de la novela, es el número-5, en el que aparece otro personaje esencial en la narración, Maddalena Criscuolo (1918-2005), quien luchó contra los alemanes en 1943, y tratará de explicar a las mujeres que no perderán a sus hijos, sino que esa solución ya planteada es la mejor, por supuesto, para que esos niños y niñas puedan obtener lo necesario para poder subsistir, y tener una esperanza de futuro. La narración es de una riqueza de matices fuera de toda duda, se adivina la típica gesticulación del estereotipo italiano. “-Cuando tuvimos que echar a los alemanes, nosotras, las mujeres, hicimos lo que había que hacer. Madres, hijas, esposas, jóvenes y viejas: bajamos a la calle y luchamos. Vosotras estabais allí, y yo también. Ahora nos toca batallar otra vez, pero contra enemigos más peligrosos: el hambre y la pobreza. Y si vosotras lucháis, ¡quienes ganan son vuestros hijos! Las mujeres van remirándose a sus niños. –Volverán con mejor cara y unos cuantos kilos de más. Y vosotras vais a descansar un poco de los muchos apuros que habéis pasado hasta ahora. Cuando volváis a abrazarlos, vosotras también estaréis más guapas y con unos kilos de más. Yo misma os los traeré de vuelta: yo, Maddalena Criscuolo, me comprometo, y por mi honor os lo digo. Las mujeres callan y los niños también”. También se da un pequeño pescozón a aquella Iglesia Católica, de esa Italia meridional siempre críptica, en el capítulo 2, en el que una monja llamada, de forma burlesca, la Sotanas, trata de convencer a la madre de Amerigo de lo malo que puede ser para el espíritu o el alma, el seguir aceptando los deseos de los comunistas italianos, ya que: “Los comunistas de marras pretenden que nos vayamos en tren a Rusia, donde nos van a cortar las manos y los pies, y de allí no volveremos”; ese miedo cerval que se pretende introducir en el cerebro de la gente sencilla, invocando a un Dios que no existe para ese contexto, y que, por supuesto, no tiene ninguna relación con lo que es el Hijo de Dios. El padre de Amerigo es un personaje sin nombre, como tantos otros en la Italia de la postguerra, que se fueron a buscar fortuna a la América del Norte, y en muchas ocasiones no volvieron. “Dice que es un tipo estupendo. Se fue a América a buscar fortuna. ‘¿Va a volver?’, pregunto yo. ‘Tarde o temprano volverá’, contesta ella. No me ha dejado nada, solo el nombre. Algo es algo”. En ese norte italiano tan industrial, y donde la burguesía poderosa contrata a los obreros del sur que pretenden mejorar. Se suele decir, con malicioso sarcasmo, que un ser humano de Milán o de Turín o de Como o de Udine es europeo, y se halla a gran distancia de sus hermanos del Lacio hacia abajo. “Los del norte de Italia son más altos y fornidos que nosotros, y tienen las caras blancas y rosadas; será porque han comido demasiado prosciutto con manchas, digo yo”. En todo este retrato costumbrista se desliza, esta novela histórica, hacia la solución esperada de la evidente mejoría de aquellas criaturas meridionales, que tanto lo necesitaban. El último capítulo-53 resume los sentimientos de aquel niño, que serán el paradigma de los de todos los que le acompañaron, muchos miles. El protagonista se convierte en violinista, y: “Mi violín descansa en el portaequipajes y la mujer rubia ha vuelto a concentrarse en la lectura..., y el sueño llega, dulcemente”. Obra delicada de plena recomendación. “Corcillum est quod homines facit, cetera quisquilia omnia”. Puedes comprar el libro en:
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