La idea de su novela surgió cuando estaba realizando un estudio histórico sobre la ciudad de Pamplona. Sergio Martínez divide su tiempo entre la escritura de obras de ficción y otras de divulgación histórica. Pero cuando dio con el poema "La Guerra de Navarra" de Anelier supo que ahí tenía una historia muy interesante que contar. En la entrevista, nos desvela sus motivaciones y nos explica este pasaje bastante olvidado de nuestra historia medieval. ¿Fue el poema La Guerra de Navarra de Guilhem Anelier el germen para escribir su novela “La ciudad enfurecida”?Sí, cuando descubrí el poema de Anelier supe de inmediato que la historia que contaba en sus versos tenía tanta fuerza y tanta pasión que podría ser un marco excepcional para plantear mi propia novela. Además, Guilhem Anelier no se limitó a contar lo que vio, sino que participó también en los hechos, con lo cual su visión es más profunda y personal. ¿Cómo llegó hasta dicho poema? El poema de Anelier llegó a mis manos mientras realizaba un estudio histórico sobre la ciudad de Pamplona en la Edad Media. Los historiadores estamos habituados a que las fuentes sean muy escuetas y normalmente hay que tratar de interpretar la realidad a partir de retazos inconexos o incluso contradictorios. El poema de Anelier es justo lo contrario, dado que es una narración en primera persona en la que el poeta-soldado nos cuenta con todo lujo de detalles el conflicto que se desarrolló en Pamplona y cuál fue su participación en él. ¿Le ha costado mucho documentarse sobre los hechos acaecidos en Pamplona entre 1274 y 1276? La labor de documentación fue exhaustiva. Fueron muchos años de investigación sobre la Pamplona medieval: su estructura urbana, su organización política, sus fueros, sus actividades económicas, etc. Además de las fuentes originales, accedí también a manuales y monografías actuales, y también a la investigación a pie en las calles de Pamplona. Todas estas lecturas y experiencias me sirvieron para tener más seguridad a la hora de crear el escenario histórico en el que luego se desarrolla la trama de la novela. ¿A qué se debe que la historia que narra en su novela no sea muy conocida por los lectores? La historia está llena de momentos excepcionales y es muy difícil que el público conozca con detalle tantos acontecimientos. Además, creo que la historia de Navarra, en concreto, ha quedado un tanto relegada frente a la de otros territorios que han recibido mayor atención, como Castilla o Aragón. Por eso, con La ciudad enfurecida espero que los lectores pueden disfrutar de una narración intensa al tiempo que descubren un extraordinario episodio histórico. Sitúe el marco histórico de la novela. ¿Todo comenzó con el fallecimiento del rey Enrique I de Navarra? Así es. Aunque había problemas que venían de antes, el detonante del conflicto fue la muerte de Enrique I. Su hija y heredera, Juana, tenía dos años y la reina regente, Blanca de Artois, no se sentía segura en Navarra ante las presiones de Castilla, por un lado, y de Aragón, por el otro. Ante esa situación decidió abandonar el reino e ir a refugiarse en los brazos de su primo el rey Felipe III de Francia. Para ella seguramente fue el movimiento más inteligente, pero el problema es que dejó sumido al reino de Navarra en el desgobierno y la inestabilidad. Y, para empeorar aún más las cosas, a la crisis sucesoria se unió el enfrentamiento que los burgos de Pamplona llevaban arrastrando desde hacía mucho tiempo y que ahora afloró de nuevo. Navarra estaba dividida en dos zonas la Alta Navarra y la Baja, al norte de los Pirineos. ¿Esa división territorial se mantenía en Pamplona? La división en Pamplona no estaba tan afectada por la configuración del reino (que efectivamente tenía una parte al sur y otra al norte de los Pirineos) como por la existencia de tres burgos separados que, en esencia, eran tres ciudades distintas. Hoy nos puede parecer difícil de comprender, pero cada burgo tenía sus propias cartas de población, sus oficiales en el concejo, sus defensas… era una situación atípica que generaba no pocos problemas. ¿Era normal que los tres burgos de Pamplona estuviesen enfrentados hasta tal punto que amurallasen sus burgos? En las ciudades medievales era habitual la existencia de murallas que delimitaban el contorno de las poblaciones, no solo por motivos defensivos, sino también para dejar claro quiénes pertenecían a la ciudad y quienes quedaban fuera. El problema en Pamplona era que esas murallas separaban tres poblaciones muy distintas, dos de ellas habitadas por vecinos de origen francés y otra en la que vivían fundamentalmente navarros. Cada uno de los burgos tenía distintos privilegios y las murallas no eran sino el símbolo más evidente de un enfrentamiento que arrastraban desde tiempo atrás y que no eran capaces de resolver. ¿Eran los habitantes del burgo de la Navarrería partidarios de unos fueros más independientes de los grandes reinos que la rodeaban? Lo que los habitantes de la Navarrería querían, en el fondo, era equipararse con los vecinos de los otros burgos, que estaban más favorecidos. Eso para ellos era una afrenta intolerable, especialmente uno de los privilegios que tenía el Burgo de San Cernin que no permitía a los demás levantar las casas por encima del nivel de la muralla, para que no pudieran constituir una amenaza en caso de guerra. Y también les resultaba inaceptable que los francos pudieran atender y comerciar con los peregrinos que se dirigían a Santiago de Compostela mientas ellos no podían participar de ese mercado. Es cierto que los francos recibieron muchos privilegios como incentivo para que llegasen a Navarra, pero pasado el tiempo esos incentivos se convirtieron solo en beneficios que alimentaban la discordia. "Navarra se convirtió en un campo de batalla para dirimir los intereses de los demás reinos"En aquella época se da la coincidencia que los reinos limítrofes estaban regidos por reyes de una gran personalidad como Jaime I de Aragón, Alfonso X el Sabio de Castilla y Felipe III de Francia. ¿Navarra era la fruta más codiciada de sendos reinos? Efectivamente. Navarra estaba rodeada por un reino muy potente al norte, Francia, y dos reinos que tenían todavía mucho recorrido hacia el sur, a medida que continuaba la reconquista. En cambio, el reino navarro había perdido poder y ahora veía cómo la corona quedaba suspendida sobre la cabeza de una niña. Se hicieron intentos por acercarse a Aragón y casar a Juana con el hijo del heredero aragonés, pero dichos intentos se vinieron abajo porque solo eran apoyados por algunas personas dentro de Navarra. Otros preferían la opción castellana; y otros, entre ellos la regente Blanca de Artois, apostaban por la solución francesa. Entre todas las opciones, Navarra se convirtió en un campo de batalla para dirimir los intereses de los demás reinos. Ha tardado seis años en publicar una nueva novela histórica. ¿Ha sido tan complicada la escritura de su libro o se ha dedicado más a temas de divulgación artística? Escribir la novela fueron aproximadamente unos tres años de trabajo, pero luego hay que tener en cuenta también los tiempos que se emplean para relecturas, correcciones y el propio proceso final de edición. Además, en este caso se ha visto también afectado por la actual situación sanitaria, que retrasó un poco el lanzamiento. En todo caso, ver ahora el libro ya publicado y saber que los lectores pueden por fin acceder a lo que tanto tiempo y esfuerzo costó es una recompensa inigualable. La novela está narrada en primera persona, pero tiene siete voces diferentes. ¿Qué motivos le han llevado a hacerlo de esa forma? En realidad, esta no fue la idea original. Comencé a escribir el libro con un solo narrador, en tercera persona, pero el resultado no me satisfacía. El narrador, aunque sea de manera subconsciente, tiende a juzgar a los personajes y esto podía conducir a presentárselos al lector ya caracterizados: el malvado, el bondadoso, el traicionero, etc. Y esto era algo que no quería. Por eso decidí cambiar por completo el enfoque y narrar a través de la voz de siete personajes, cada uno de los cuales cuenta su parte de la historia y es el lector quien debe construir el conjunto. Era un enfoque arriesgado, y para el cual tenía pocos referentes, pero según iba escribiendo me daba cuenta de que era el adecuado y que la novela, ahora sí, funciona. Es un momento mágico cuando ves que todo encaja y que la narración tiene tanto estructura como un hilo conductor que engancha y apasiona. ¿Ha resultado complicado enhebrar tantas voces? No ha sido fácil, ya que las voces responden a personajes muy diferentes. Por eso he tratado de que el lector sepa identificar a cada uno de los narradores por pequeños detalles: la riqueza o pobreza en el lenguaje, las expresiones populares, el tono más conciliador o más crispado… Me parece que esta forma de narrar es muy sugerente y hace participar al lector de manera más activa.
Las siete voces provienen de personajes de diversos estamentos sociales, tanto populares, como de la nobleza y el clero. ¿Considera que esa variedad da más objetividad a la narración? En la novela hablan dos nobles, un religioso, una reina, un poeta, un carpintero navarro, íñigo, y una joven zapatera francesa, Anaïs. Y cada uno, por supuesto, muestra la historia desde su óptica personal. La regente Blanca de Artois se siente atrapada en Navarra y justifica su huida; los nobles defienden sus privilegios, aunque su postura en el conflicto sucesorio es totalmente opuesta; el religioso se ve sometido a terribles remordimientos al comprobar cómo la situación se va descontrolando; Anaïs e Íñigo quedan atrapados en el conflicto y solo buscan la manera de escapar de él; y, por último, Anelier es la voz más personal. Tiene un punto desvergonzado y deslenguado que creo que le hace muy atractivo. Es francés, y sabe quién le da de comer, pero es capaz también de comprender al contrario. En la novela, utiliza tanto personajes históricos como inventados. ¿Cuáles han resultado más difíciles de perfilar? Cada cual tiene sus ventajas e inconvenientes. Con los personajes históricos sabemos, hasta cierto punto, cuál era su forma de pensar, sus preferencias, su actitud, etc. Eso permite tener unas bases para perfilarlos, pero a la vez te impide excederte o hacerles protagonizar hechos que pudieran resultar extraños. Con los personajes ficticios, por el contrario, puedes manejarlos más a tu antojo y tienes un marco espacial y temporal que te da mucha más libertad creativa. Para ser sincero, creo que con todos ellos me sentí cómodo, siendo probablemente el poeta Anelier el que sirve de perfecto nexo de unión entre los personajes reales y los inventados. ¿Qué ha primado más en su narración la ficción o la historicidad? Se trata de una novela y hay que entenderla como tal. Pero dentro de eso, es una novela ambientada en unos hechos que ocurrieron realmente y que están bien documentados. Una vez creado el marco histórico coherente y fiel a la realidad, la narración tiene que desenvolverse sin demasiadas ataduras. Lo contrario nos llevaría a una suerte de «historia novelada», que es algo que tenía muy claro que no quería hacer. ¿Una novela histórica tiene que tener un punto de equilibrio entre la ficción y la historia? Sí. Es un equilibrio que debe existir pero que no se debe ver. Es como esos cuadros que nos resultan agradables y bien compuestos, pero que no sabríamos explicar muy bien el porqué. En el caso de la novela histórica, el escritor debe abstenerse de aportar datos o utilizar a los personajes para que cuenten hechos históricos. El lector ha de ver a los protagonistas y ser él mismo quien descubra lo que está ocurriendo o quien, a través de pequeñas pinceladas, comprenda lo que venía de atrás. No es fácil y por eso es un género especialmente complejo de abordar. ¿No ha podido reprimir en relatar una historia de amor al estilo Romeo y Julieta entre Iñigo y Anaïs, los dos de burgos enfrentados? Efectivamente, tiene cierta similitud, si bien en este caso no son dos enamorados separados por sus familias, sino por la pertenencia a dos ciudades distintas. El conflicto de la Navarrería fue muy cruento y tuvo mucha intensidad. Centrarse sólo en el punto de vista de los poderosos (los reyes, los gobernadores, los nobles) hubiese hecho el relato muy cargado de sentimientos como la ambición, la envidia o la traición, pero hubiesen faltado los sentimientos más cercanos al pueblo, como la compasión, la amistad o el amor. Anaïs e Íñigo, a través de su amor, ponen un punto de cordura en una ciudad dividida por el odio y la ira. ¿Qué motivos primaron más en esta guerra, los identitarios, los territoriales o los políticos? No es algo fácil de saber, porque probablemente fue una mezcla de todos ellos. Es evidente que los vecinos estaban separados por su origen, pero esto ocurrió también en otras poblaciones y no llevó a un enfrentamiento tan sangriento. Desde el punto de vista político está claro que la Navarrería tenía más afinidad con Aragón y con Castilla que con Francia, pero que el conflicto llegase a escalarse de aquel modo también parece extraño. Y, por último, desde el punto de vista económico, los burgos de francos estaban más cercanos al comercio y la artesanía que la Navarrería, más vinculada a la tierra, la nobleza y la iglesia. En el fondo, creo que la explosión de un conflicto tan demoledor tuvo su causa más evidente en la incapacidad de los dos bandos para entenderse, para ser capaces de ponerse en el lugar del otro y comprenderle. Con algo más de «empatía» probablemente no se hubiese llegado a las armas, ni mucho menos con aquella violencia. ¿Cuánto tardaron en apagarse los rescoldos de esa guerra fratricida? Tardó mucho tiempo. Tras la guerra de 1276 gran parte de Pamplona quedó por completo arrasada. Anelier dice que no quedó piedra sobre piedra y que los caballos pastaban en la hierba que crecía donde antes había casas. Fue un conflicto tan destructivo que pasaron muchos años hasta que el entorno de la catedral volvió a ser habitado. Y para que la ciudad alcanzase la ansiada unidad hubo de esperarse hasta el año 1423 en que se promulgó el Privilegio de la Unión. Ese privilegio acabó con los burgos separados y enfrentados y dio paso a la Pamplona que ahora conocemos. Puedes comprar el libro en:
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