Y es que Rogelio se sabia muy enfermo.
En sus muchas visitas a Don José, su médico, siempre salia insatisfecho, nunca acertó con sus males y hoy le habia despedido con un amable adios, pero sin recetas.
¿Seria que le sabia tan enfermo, tan en las últimas que, como condenado a muerte le dejaba vivir sus últimos dias sin cortapisas? O esto o Don José como médico era una nulidad.
Tampoco su mujer le entendia. Cuando él hablaba de sus males, Luisa le mandaba callar, diciéndole que se estaba obsesionando con tonterias.
Ya,ya, tonterias...
Rogelio tenia otro oculto sufrimiento, su obsesión por las profecias. Se habia bebido todos los libros que encontró en librerias y bibliotecas sobre augurios y profetas. Sabia de san Malaquias y su profecia de los Papas, de Michel de Nostradamus y sus centurias, de santa Hidelgarda o el secreto mensaje de la Virgen a los pastorcillos en Fátima...
Pero, ¿ Le permitiria su debilitado corazón aguantar un poco más, para poder ser testigo de lo que el futuro deparaba a este planeta?
Porque él, Rogelio, tenia la certeza absoluta de que los profetas estaban inspirados por Dios. Alguna vez deseó que se materializaran ya tan terribles augurios. Su lógica le decia que si él estaba próximo a morir, porqué los demás mortales no deberian correr la misma suerte...
Los miedos , que durante años mantuvo adormecidos, ahora, ya sin ataduras, cubrian sus dias de brumas.
Visitó a distintos especialistas médicos, mas ninguno supo hacer un poco de claridad en su enfermedad. Todo lo más alguno le habló de nervios y le recetó tranquilizantes, que le adormecian. Rogelio terminaba tirando los medicamentos a la basura.
Entonces oyó en la televisión una noticia que le estremeció: El dia tres de octubre a las diez cincuenta y cinco horas la luna ocultará al sol. Era el eclipse, la señal de que hablaban los profetas, el principio de la hecatombe, el final de todo. Rogelio palideció.
Ya más tranquilo pensó en todo lo que le quedaba por hacer. Sólo disponia de siete dias!. Exsaltado le conminaba a Luisa a que dejara todo, pués ya nada importaba porque se acercaba el fin.
El mismo se negó a volver a la oficina. A medida que se acercaba el dia fatídico, su inquietuz aumentaba. Era su particular cuenta atrás.
Entonces Rogelio deseó viajar en un cohete de la Nasa y poder ver desde fuera el caos total. Pero pensó que eso era un sueño, algo irrealizable.
Su pecho se ensanchaba al pensar en lo afortunado que era, pues pocos terrícolasn sabian de lo que él era conocedor. Cuando solo faltaban tres dias, se dedicó a escribir con esprays en las paredes y las escaleras de la comunidad y también de su barrio: Pecadores, arrepentios porque llega el final. Y aunque los agentes del orden le denunciaron, él continuó con su apremiante labor.
Ya nada le preocupaba, solo el mensaje.
Y amaneció el tan, para Rogelio ansiado tres de octubre. Ya desde temprano, un cúmulo de ansias desatadas le empujaron hacia un lugar incierto. Llegó a la Gran Avenida. Chirriaron frenos, pero ël seguia corriendo extasiado. Cayó y fue arrollado entre gritos y manos en las cabezas.
En sus últimos momentos, entre delirios, hablaba con el "Venusiano" y le rogaba que le sacara de este infernal planeta condenado a estallar.