El escritor Luisgé Martín parece haber iniciado una senda irreversible de éxitos en lo literario, como lo confirman sus publicaciones “Los oscuros”, “La dulce ira”, “Los amores confiados”, “Las manos cortadas”, “La muerte de Tadzio”, “El alma del erizo”, “La mujer de sombra”, “Donde el silencio”, “Todos los crímenes se cometen por amor”, “Toda una vida”, “La misma ciudad”, “La vida equivocada”, “El amor del revés” o “El mundo feliz”, prodigándose no solo en la ficción narrativa: la novela y el relato, sino también en la autobiografía, los libros de viajes y el columnismo.
Luisgé Martín nos plantea en esta novela la trama de una doble vida o, de la multiplicidad de vidas que cualquier ser humano transporta en la mochila, asentada en sus adentros -dejémonos de monsergas y patochadas-, y que raras veces saca a relucir a la otredad excepto en los círculos adecuados y cuando es menester, por no herir la sensibilidad de personas por las que siente afecto o la moral imperante: esa espada de Damocles que pende sobre la cabeza de todos de forma permanente en cualquier tiempo y lugar.
De alguna forma se trata de hablar claro sobre lo que supone el amor y el sexo, de su arrastre biológico y genético, de desenmascarar las paranoias y las máscaras con las que nos dotamos, y que vienen exigidas por esas fórmulas que llaman urbanidad o comportamientos aceptables en un mundo en donde, además, la verdad parece haberse extinguido manipulada por los oráculos religiosos, políticos y económicos, dejando a la vida privada a examen permanente de los visores del desarrollo telemático, las redes sociales y las revistas amarillas.
Y Luisgé Martin lo hace utilizando como señuelo narrativo la experiencia de una joven estudiante -de familia bien-, que se traslada desde Madrid a Chicago para realizar estudios de psicología y donde vive ausente de inquisidoras miradas, contándonos el inicio y el final de una exploración “con visos científicos”, pero, sobre todo, vividos y ejercitados en primera persona, por ella misma, respecto a la libre exploración del amor y el sexo, desde todas las perspectivas posibles que se le cruzan en el camino o que busca, para mejor entender o analizar a los hombres con los que se acuesta, y con los que adopta, según las circunstancias, una posición de observadora a la vez que partícipe de cuantos juegos eróticos puede cosechar y anotar en su libreta de apuntes.
Por tanto, “Cien noches” se convierte casi en un expediente sobre lo que se oculta, que solo podrá ser rechazada por el puritanismo imperante en lo público, que no en lo privado, excepto si existe algún cándido voltaireano, cosa de la que dudo mucho a estas alturas de mi vida.
Pero, para rizar el texto, “se incorporan una serie de expedientes de adulterios que el autor pidió a los escritores Edurne Portela, Manuel Vilas, Sergio del Molino, Lara Moreno, y José Ovejero, en un estimulante ejercicio de promiscuidad literaria”, suponiendo así, tal vez, un inspirador texto coral que debe ser leído.
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