Sus avances científicos, inmediatamente posteriores a los llevados a cabo por Galileo, se sitúan en una época que guarda muchas similitudes con la actualidad y que dividió al mundo entre quienes aceptaban los avances de la ciencia y la razón y quienes consideraban dichos avances peligrosos o parte de algún plan “maligno”.
El siete de abril de 1661, un joven danés que estudiaba anatomía en Ámsterdam descubrió una nueva estructura anatómica al diseccionar la cabeza de una oveja. Poco después, dos ilustres profesores de la universidad de Leyden bautizaron la estructura como Ductus Stenonianus, nombre que, en honor a su descubridor, Nicolás Steno, se usó ya siempre para referirse al conducto que libera la saliva en la boca de los mamíferos. Tras vencer en debate público a su profesor de Ámsterdam, que le acusó injustamente de haberle robado el descubrimiento, Niels Steensen se hizo famoso en la medicina europea como Nicolás Steno y comenzó una brillante carrera como anatomista experimental que le llevó a establecerse en la corte del gran duque Ferrante II de Medici. Allí, la casualidad le llevó también a convertirse en padre fundador de la Geología después de diseccionar la cabeza de un tiburón blanco por deseo del duque, resolviendo con sus investigaciones posteriores el viejo misterio de las “lenguas de piedra” y sentando las bases de la estratigrafía. Estos avances científicos, inmediatamente posteriores a los llevados a cabo por Galileo, solo sirvieron para exacerbar la disputa entre el mundo de la ciencia y el de la religión, que consideraba que estos avances eran cada vez menos compatibles con la literalidad de las escrituras sagradas y que ponían en riesgo la fe de los europeos. Steno no escapó a estos debates y fue frecuentemente señalado por la iglesia de Roma, especialmente por su origen y formación protestante. Sin embargo, su vida registraría un giro en el futuro que sorprendería tanto a sus amigos como a quienes combatían contra él y su legado científico. Famoso ya como anatomista y como naturalista, Steno se convirtió al catolicismo y decidió ordenarse sacerdote. A continuación abandonó por completo la ciencia para establecerse como obispo de la Iglesia Romana en el corazón de la Alemania protestante, donde murió en la absoluta pobreza con solo 48 años de edad. Nadie en el mundo de la ciencia logró explicarse por qué lo hizo, aunque tras su decisión pudo esconderse el amor imposible por una noble mujer casada. Tal es la historia que José Manuel Echevarría Mayo narra en El caballero de Dios, segundo volumen de su saga Naturalistas que publica la editorial Sicomoro y cuyo primer título, El quinto elemento, fue publicado el pasado año. José Manuel Echevarría Mayo (Madrid, 1953) es virólogo y se jubiló en 2017 como científico titular del Instituto de Salud Carlos III. En la actualidad, mantiene actividad la docente en la Universidad Complutense de Madrid como profesor honorífico de la Facultad de Biología. Como escritor de narrativa, ha publicado cinco novelas desde el año 2007, mezclando en sus relatos la ciencia con la historia en mayor o menor medida. Con El Caballero de Dios, el autor da continuidad a una serie de tres novelas que tiene por título “Naturalistas”, cuya primera entrega, titulada El Quinto Elemento, fue publicada por Editorial Sicómoro en octubre de 2019. Puedes comprar el libro en:
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