La ingenuidad es la seña de identidad que mantienen en común; un concepto que, aplicado al arte, refleja una estética caracterizada por la sencillez y la carencia de maldad, características propias del arte infantil, pero que toma un cariz muy poderoso cuando se convierte en una técnica bajo la que alcanzar nuevos valores expresivos. Los autores se expresan mediante el lenguaje plástico y visual de los niños para transmitir conceptos que solo el atrevimiento es capaz de poner sobre la mesa.
Esta exposición, fruto de la colaboración entre la Diputación Provincial de Huesca, la Fábrica y el Real Jardín Botánico de Madrid, es una mirada transversal, como un prisma, para descubrir que nada carece de intencionalidad, aunque las apariencias pretendan transmitir lo contrario. De ahí que el juguete pueda llevar al niño a imaginarse partícipe de un papel determinado en la vida adulta, entrever el adoctrinamiento que se ejercía sobre él a través de estos objetos o muestre las diferencias sociales y de poder adquisitivo de las familias.
Asimismo, la acción de jugar implica creatividad; el arte ingenuo ha llevado esta vinculación a la propia raíz de la creación artística.
‘Miradas ingenuas’ son dos relatos expositivos, con la aportación de textos poéticos que acompañan al relato expositivo del escritor Carlos Grassa Toro y con guiños puntuales que los entrelazan. Descubrirlos resulta gratificante. Son tan solo señales que acentúan la atmósfera común que une el ‘La vida en el juego’, compuesta por objetos de la Colección Santos Lloro, y ‘El juego de la vida’, con obras de Antonio Santos.
La primera parte de la muestra comprende 225 piezas pertenecientes a la Colección Santos Lloro, cronológicamente encuadrables en los siglos XIX y XX, originarias de España y de distintos países europeos. La característica principal que mantienen en común es una estética que puede agruparlas bajo el amplio paraguas del arte ingenuo, la principal motivación de Javier Santos Lloro como coleccionista.
Esta selección de objetos caracterizados por una alta calidad, belleza y, en ocasiones, de una singular rareza, trata de visualizar cómo el juego y el juguete anticipan al niño en la práctica obligada de determinados hitos de la vida adulta, tanto en su aspecto material como social, así como de mostrar los elementos que conforman el fenómeno del ocio y el divertimento en las fiestas y en el tiempo de asueto.
Este apartado constituye en sí mismo un relato expositivo que muestra, en primer lugar, el proceso de crecimiento y formación de los infantes a partir de los denominados ‘juguetes soñados’, representados a través de caballitos, muñecas, reyes magos y trenes; en segundo lugar, aquellos objetos que sirvieron, en sus respectivas épocas, para educar e instruir a los niños en cuestiones políticas, posiciones ideológicas e incluso sobre cuestiones como el belicismo o creencias religiosas; además, hay elementos típicos de fiestas patronales y populares como tragabolas, guiñoles, marionetas o cabezudos; por último, muchos juegos y juguetes implican un proceso de imitación o simulación social en aspectos más complejos y colectivos, como el hogar, escuelas, oficios y actividades comerciales… que también tenían su reflejo en objetos como remedo de la propia vida.
Javier Santos Lloro pertenece a una familia en la que la cultura y el arte han sido siempre bienes cotidianos, lo que en gran medida determinó una temprana vocación por coleccionar, una actividad que según Santos forma parte del código genético de las personas y que entiende y practica de forma casi compulsiva.
Su colección se compone de más de tres mil obras y objetos de extraordinaria rareza que abarcan cronológicamente desde la Baja Edad Media hasta nuestros días y que han sido realizados por artistas o por autores anónimos y pequeños maestros.
Sus intereses como coleccionista alcanzan no solo al ámbito de las artes plásticas y visuales (pintura, escultura e ilustración fundamentalmente), sino también al mundo de la edición, de las artes decorativas y al del objeto popular, en especial al ámbito del juguete, tanto anónimo como de autor.
La segunda parte de la exposición se centra en la prolífica obra de Antonio Santos que, como otros artistas contemporáneos, halla en el arte ingenuo la naturalidad y la originalidad perdida en un mundo cada vez más complejo y globalizado. Aquí se recogen 75 obras que demuestran la conciliación entre la perfección de lo culto y lo popular, utilizando diversas técnicas artísticas.
El relato expositivo generado con las obras de Antonio Santos seleccionadas bajo el título ‘El juego de la vida’ eleva la capacidad del juego hasta convertirla en la raíz de la creación artística, demostrando que la ingenuidad es una constante actitud vital en la búsqueda de nuevos valores expresivos. Sus creaciones dan lugar a que el visitante trascienda desde la reflexión del ámbito colectivo hasta el más íntimo.
La ciudad propia de Antonio Santos es el punto de partida que ubica al visitante en un lugar fantástico, caótico y de ensoñaciones, con barcos, automóviles, bicicletas o aviones que conviven en estructuras urbanas poéticas y sencillas. Las paradojas de la vida tienen su reflejo con personajes de todo tipo, como suicidas o elefantes perdidos en busca del zoo, inmersos en una representación de la marabunta de fenotipos humanos que habitan las metrópolis.
El siguiente paso es acceder a una casa. El relato expositivo avanza así hacia la conformación de la identidad, ya que el hogar es un elemento fundamental para representar la esfera de lo privado. Este paso se logra a través de obras de Antonio Santos como cocinas, casitas en llamas, un desnudo con pajarito y otras creaciones que simbolizan el lugar que siempre se asimila como espacio propio y exclusivo.
Si la casa o el hogar es el lugar que más se asocia con la propiedad, nuestro verdadero espacio somos nosotros mismos. De ahí el cierre del relato expositivo con una única obra de Antonio Santos que no dejará indiferente a los visitantes, apelando a la intimidad como nuestra gran riqueza.