Tal vez, ya entonces, en su luminosa mente, se proyectara una futura imagen de ella: María Moliner, presentando su “Diccionario de Uso del Español”, un 19 de diciembre de 1966, en la Editorial Gredos, rodeada de representantes del mundo de la cultura como Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Guillermo Díaz Plaja, Laín Entralgo, Rafael Lapesa, y, cómo no, el director de la Editorial Gredos: Hipólito Escolar al que ya había hablado de su proyecto.
Pero había que empezar por el principio. Tomó entonces una cuartilla, y comenzó a esbozar un programa para poner remedio a aquel diccionario de la RAE, en donde la Lengua Española no alcanzaba esplendor alguno.
¿Cómo era posible que los señores académicos no fueran capaces, en pleno siglo XX, de salir de aquel lenguaje dieciochesco? Ella ya se lo había comentado en Valencia a algún colega: se necesitaba un buen diccionario, aquel oficial no aclaraba nada. Pero por entonces, ella andaba por Valencia muy atareada fundando bibliotecas, entre otras muchas cosas.
Ahora en Madrid tiene tiempo. Será cosa de seis meses, pensó: “solamente algunos retoques enderezados especialmente a uniformar y modernizar el estilo, tan distinto de unos artículos a otros, como es natural en una obra que perdura a través de las épocas y no de un individuo. Pero pronto se vio que el reajuste de la extensión relativa a las definiciones, la ordenación de éstas dentro del artículo, etc., imponían algo más que simples retoques. Había pues que pensar en una reconstrucción total del diccionario”.
Y esa reconstrucción duró 15 años. “Quince años de un trabajo absorbente que yo llevaba bien porque era joven y fuerte. Yo era bibliotecaria, o sea, que aparte de eso, tenía mi trabajo en la biblioteca. Entre las horas de la biblioteca y las horas que yo estaba con la cabeza inclinada sobre el Diccionario, había temporadas de más de 15 diarias. Esta ha sido mi vida desde 1952 hasta ahora.
Si, seguramente ella ya atisbaba aquella imagen final, porque estaba convencida de llegar a aquella meta, ya que tenía el camino muy bien trazado. Sabía lo que quería hacer. Como arquitecto que trabaja sobre plano, ella fue poco a poco, completando su proyecto, informando a cada paso: “He dedicado 4 años al trabajo paciente, pero a la vez fascinante, de desmenuzar entre mis dedos el tesoro devotamente guardado en el Arca, oliente a siglos, del Diccionario de la Academia. He dejado intacto en el Arca lo que es arcaico, y el resto, lo que es riqueza operante, lo he ventilado y organizado en un despliegue pensado para que ninguna pieza pueda pasar inadvertida y cada una se avalore con sus vecinas“ .
Ella quiso hacer lo mismo que dos profesores de Oxford: Albert Sidney Hombey y Harold E. Palmer en su “Learner´s Dictionnary of Current English”. Así se lo explica al periodista: “y me inspiró un diccionario inglés que trae frases para el uso. Yo lo había utilizado en mi aprendizaje de inglés, y me dije ¿y por qué no hago yo un diccionario para uso del español?”
Aquel 19 de diciembre de 1966 doña María estaba pletórica, muy contenta, se reía mucho, se la veía relajada, disfrutó mucho, estaba feliz, declaró María Ángeles de la Rosa, una colaboradora suya en la tarea de organizar las fichas de su diccionario.
El diccionario fue un éxito editorial, confesó Hipólito Escolar, director de Gredos, rápidamente empezaron a multiplicarse las reediciones. La propia María se sorprendió de aquel éxito: yo no creía que iba a llegar tan lejos.
¡Y bien lejos que llegó!. Atravesó el Atlántico, sin carabelas, y conquistó América, y a los escritores del llamado realismo mágico que confesaron todos utilizarlo.
“Se llama Diccionario de Uso del Español, tiene 2 tomos de casi tres mil páginas en total, que pesan 3 kilos, y viene a ser en consecuencia, más de dos veces más largo que el de la Real Academia de la Lengua, y, a mi juicio, más de dos veces mejor”, confiesa Gabriel García Márquez, asiduo a esta obra de doña María.
Se multiplicaron las alabanzas de escritores. Miguel Delibes declaró que era una obra que justificaba toda una vida. Rosa Regás incide en la belleza de las definiciones: “Yo voy a buscar algo, y me quedo embobada leyendo las definiciones, tanto, que a veces, se me olvida la palabra por la que había acudido.”
Sin embargo los académicos fueron menos efusivos: “no la aplaudieron, no se apresuraron a felicitarla ni a procurarla un sillón en la Academia que era lo que habría cabido esperar, porque ella había hecho lo que ellos no hicieron en 200 años”, apuntó Hipólito Escolar.
“Si mi diccionario lo hubiera escrito un hombre, todos se preguntarían: ¿y ese hombre, por qué no está en la Academia?”, le respondió ella a Carmen Castro cuando ésta le preguntó si creía que le permitirían a ella la entrada.
No, a ella no la quisieron dentro. Pero sí a su Diccionario.
Sin embargo ella sola, desde fuera, en quince años, hizo más por la Lengua Española, que todos ellos, en 200 años, desde dentro.
Porque todos aquellos académicos que impidieron su entrada, fueron incapaces de imposibilitar que la grandeza de su “Diccionario de uso del español”, contagiara al propio diccionario de la Real Academia. Rafael Lapesa uno de los académicos que, junto a Laín Entralgo y el Duque de la Torre, quisieron su entrada en 1972, dio fe de esa realidad: todos los académicos manejaban el Diccionario de Uso del Español, de María Moliner. Esa incongruencia les animó a ellos a nominarla.
La influencia es innegable. A partir del 19 de diciembre de 1966, fecha de la publicación del “Diccionario de uso del español” de María Moliner, el propio diccionario de la RAE comenzó una evolución vertiginosa, propiciada, sin duda alguna, por la obra cumbre de la prestigiosa aragonesa.
©Hortensia Búa Martín
Autora de la biografía: “María Moliner: la luz de las palabras”
Puedes comprar el libro en: