La novela sucede en el marco de una familia un tanto peculiar que vive en una península pequeña aislada, teniendo escaso contacto con el exterior y que viven de forma tradicional, sin consumismo y dándole usos nuevos a objetos que aparentemente ya no sirven para nada, dando así paso a una gran acumulación de objetos en la casa y en el taller. Este modo de vida favorece el contacto con la naturaleza de los protagonistas, con lo que la autora nos describe con detalle y encanto muchos elementos de la riqueza natural que rodea a la familia.
A medida que avanzan las páginas vamos descubriendo más sobre la familia y sus lados más oscuros, tanto a través de los ojos de la pequeña Liv, como a través de las palabras que su madre, María, deja a su hija en unas cartas, dada su imposibilidad de contarle de viva voz todo lo que le explica en esas hojas. En estas vidas, a pesar de tenerse los unos a los otros, vemos los distintos tipos de soledad en las que se sumergen la protagonista y sus familiares, que les va consumiendo y transformándoles poco a poco, llegando a ser cada vez mayor la soledad a partir del momento en que deciden hacer pasar por fallecida a la pequeña Liv para evitar que nadie se entrometa en la forma en la que han decidido criarla.
Esta historia me ha hecho pensar en qué es lo normal y lo que no lo es, ya que la protagonista crece en un entorno de lo más peculiar y adquiere unas costumbres totalmente fuera de lo común, y esa es su normalidad que no es cuestionada por la niña, ya que es su propia normalidad, hasta el momento en que empieza a ver otras realidades.
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