Gran parte de los autores rusos sienten una especial predilección por la literatura española. Miguel de Cervantes y su obra “El Quijote” suele estar muy presente en su literatura. También Irina Kouberskaya ha caído en ese influjo, como nos demostró en su obra “El vuelo de Clavileño”, con el que guarda una cierta semejanza escénica y de vestuario. Desarropada de casi todos los elementos escénicos, con un par de sillas, unas velas, unos espejos y poco más, el interés de la obra se centra en la palabra y, por ende, en la amistad y la sinceridad.
Irina Kouberskaya no necesita de mucha parafernalia escénica para atraer la atención del espectador. La luz y la música dan la atmósfera adecuada para que la palabra resalte, pero también se la da a los silencios, como demuestra en los inicios de la obra que es casi una película muda y que irá dando paso a sendos monólogos de las actrices Rocío Osuna, en el papel de Marina Tsevetáyeva, y Catarina de Azcárate, como Sofía Parnok. Esos monólogos terminan con el encuentro de las dos poetas.
Ambas mujeres tuvieron una vida bastante trágica, Marina se suicidó y Sofía murió de un ataque al corazón sin llegar a la cincuentena. Imaginó que las dos no vivieron la vida que quisieron vivir sino la que las circunstancias las impuso. Marina Tsvetáyeva era hija del fundador del Museo Pushkin, de vida acomodada matrimonió con un oficial del ejército ruso que tomó partido por la Rusia Blanca, lo que le acarreó el exilio a Francia y que se toca de pasada en la obra.
“Amigas” se desarrolla justo en el periodo anterior a la Gran Guerra y a la posterior Revolución Rusa. Ambas mujeres se encuentran en una de las muchas fiestas que se producían en la capital del imperio de los zares. La atracción es inmediata, la música, los bailes coadyuvan para que salten las chispas de una amistad que se iría convirtiendo en una necesidad de vida. Ambas se complementaban a la perfección y en escena se demuestra de forma sensual y hasta erótica. Movimientos precisos, coreografía medida y estudiada dan paso a escenas de mayor complejidad como la que se realiza en una estación de ferrocarril en una localidad cercana a un balneario. Cualquier elemento en la escena tiene varios y diferentes papeles. Unas sillas se pueden convertir en un cabecero de cama, por ejemplo. Rocío Osuna se muestra como una actriz rotunda y enérgica, aunque versátil, quizá no debierá forzar la voz en algunos pasajes y ser más sugerente y evocadora. Catarina de Azcárate maneja su papel de forma más sugerente y etérea, más insinuante que su partener. Ambas consiguen que el binomio funcione a la perfección.
La amistad de ambas poetisas hace saltar las chispas de una relación prohibida en aquel entonces. Siempre, de manera exquisita, el texto y la escenografía sugiere más que propone de forma explícita. Esa amistad que terminaría en amor profundamente sexual dio paso a una época de gran fecundidad poética en ambas autoras. Pero no todo es felicidad. La tragedia sobrevuela la obra. La realidad termina imponiéndose y Marina tiene que volver con su marido agobiada por el llamamiento de su pequeña hija dejando a una desconsolada Sofía que había apostado todo a su felicidad.
La autora Irina Kouberskaya reflexiona al final de la obra sobre el compromiso maternal, la sinceridad personal y el amor lésbico. Está claro que la vida, la monotonía de la vida, nos impele a romper nuestros sueños y felicidad. Los compromisos sociales, familiares y hasta personales nos hace que apostemos por una supuesta seguridad. A Marina le ocurre precisamente eso y, al final, opta por el camino más fácil y prudente, pero también por el más infeliz. Así es el teatro de la vida que nos trae la sala Tribueñe y al que los espectadores aplauden a rabiar pese al tiempo transcurrido desde su estreno.
GÉNERO Y DURACIÓN
1h 30min
FICHA ARTÍSTICA
Rocío Osuna (Marina Tsvetáyeva)
Catarina de Azcárate (Sofía Parnok)
FICHA TÉCNICA
Autora y Directora Irina Kouberskaya
Escenografía, coreografía y vestuario Irina Kouberskaya
Diseño de iluminación Eduardo Pérez de Carrera y Miguel Pérez-Muñoz
Fotografías Laura Torrado