No conozco personalmente a Carmen Ramos, a pesar de haber vivido muchos años en pueblos limítrofes, a no más de veinte kilómetros. Pero, si algo tiene la literatura, es que puede romper las distancias, las barreras del idioma y hasta del tiempo, siempre que su contenido se conserve en la hermosura de un libro, esa necesidad que hasta ahora se ocupó de transmitir las ideas, los pensamientos, los grandes paradigmas… pero, sobre todo la ficción, un elemento que convive con nosotros desde el comienzo de la existencia de la humanidad, primero en forma oral, luego a través de pinturas, signos o ideogramas arcaicos que nos enviaban mensajes -muchas veces indescifrables-, hasta que Gutenberg inventó la imprenta, la que sería la mejor forma de transmisión de conocimientos hasta no hace tanto, no más de cuarenta años, en que la telemática, Internet, los medios de información escritos o audiovisuales y las redes sociales, dieran al traste con ello, o, por lo menos lo intentaran, introduciéndonos en un mundo absurdo y superficial que lleva camino de rasarnos con las mismas ideas y las mismas necesidades, aquellas que el poder genera para mejor pastorearnos. Pero, es necesario decir, que no lo conseguirá, que, a pesar de los agoreros, el libro en papel seguirá siendo el modo en que podamos aprender, elevarnos por sobre nosotros y, además, imaginar fantásticos mundos en los que transitar.
He leído casi todo lo que hasta ahora ha escrito Carmen Ramos: “Mudanza interior”, “Poliédrica”, “Las estrellas han hallado otra forma de morir”, “Pequeño tratado de etología”, “Más de veinte maneras de lavarse las manos” (que me epató sorprendentemente), “Utsugi no wasabi” (colección de haikus) y, ahora, “Cuaderno de laboratorio”, un sorprendente poemario, dividido en cinco partes, que comienza en nuestros días, para terminar el 6 de Diciembre de 2052, pero, que, está tan engarzado a los actos cotidianos y en la lucha por la vida, por lo que es esencial, que no importa las fechas sino las conductas del ser humano, que sabido es, no cambian: “Coloco la ropa para doblar en el sofá/ y allí está tu camiseta:/ la que me trajiste de Cuba,/ la que me quedaba dos tallas grandes/ y ahora casi no me entra./ La que me recuerda que/ mejor arrepentirse de lo que hice/ que lamentarme por lo que no,/ la que me dice que ya han pasado/ treinta años de casi todo.”
El acaecer de Carmen Ramos, que debe ser una persona inquieta y mucho, aporta en sus obras una buena dosis de asombro y una pizca de vanguardismo en el decir, tanto ético como estético, que la hace especial en el universo literario de nuestros días: “No se elige el silencio/ como tampoco elige/ la sombra a la pared,/ la gota a esa nube,/ la escritura a la mano./ Son pequeños azares,/ el acaso, la tinta,/ la lluvia y quizás yo/ entre el sol y este muro.”
Por el poemario transitan Szymborska, Emily Dickinson, Virginia Wolf, Alfonsina Storni, Pizarnik, Anne Sexton, Silvia Plath, Frida Khalo o Elizabeth Bishop entre otras: “Sobre el exceso, sobre el gesto elocuente, sobre el rayo que me doblegó, sobre la roca que me aplasta el pecho. Sobre el llanto, sobre todo el llanto./ ¿Quién hablará, quién dejará testimonio de la semilla que agrieta la tierra, silenciosa y pequeña?”
“Cuaderno de laboratorio” es un poemario que pide abrir puertas a una nueva forma de entender el hecho literario.
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