Doy por bien entendido por mi parte en este día que amanece, dejar de escuchar mentiras y bobadas de floritura, aburrida permanencia de los telediarios y otros virus, que unidos a la pandemia vienen propagando la idiotez. Es decir, volverle la espalda a tantos antojamientos. Y a cambio deslizarme con calma por este humano y estremecedor libro de título certero, Todo en vano -traducción de Carlos Fortea-, de Walter Kempowski (1929-2007), que nos ofrece la acreditada editorial Libros del Asteroide. Obra que nos muestra y refleja el silencio y la perplejidad del pueblo germano cuando el canto de cisne de Hitler y su monstruoso poder va desnudando la caída del Tercer Reich, en una dolorosa huida hacia ninguna parte. Donde la duda del trauma alemán flota sobre millones de seres humanos inocentes sumidos en el terror de la guerra y la venganza.
La historia se desarrolla en un pequeño pueblo de diario e inquieto vivir. En el que se soportan en armonía concertada hasta la huida final, huéspedes de tránsito por un aristocrático caserón, propiedad de la familia Von Globig. En tiempos pasados fue la influyente burguesía de los alemanes de Prusia oriental, venida a menos ahora en el pequeño pueblo Mitkau, cercano de la ciudad portuaria de Könisberg, hoy Kaliningrado, que soporta con escalofrío y terror la próxima llegada del Ejército Rojo.
La villa de Georgenhof propiedad de los alemanes de Prusia oriental, se irá poblando de personajes muy diferentes que ya vienen huyendo de las tropas rusas impacientes por la hora de la venganza. Han convertido tan lujosa vivienda en cobijo para todos los que van llegando pidiendo hospitalidad. Siendo instalados por el mando imperativo de los fieles vigilantes del Reich del pueblo. En el que destaca con ordeno y mando un curioso personaje jefe local del partido, Drygalski, vigilante perenne y altivo para husmear y tomar nota del discurrir de los huéspedes de tan curiosa torre de Babel. Siempre observada por la personalidad insobornable de la bella y exquisita Katharina Globig soportando con diplomacia a Drygalski, quien va y viene continuamente para husmear y saber qué se cuece en el lugar. Es ella quien escucha, ordena y designa los espacios en ese amplio caserón que va ocupando desde las amplias habitaciones, la biblioteca, la sala de música y toda esa admirable colección que decora sus paredes. Y junto a la gran señora se encuentra su hijo Peter. Inteligente observador con sus prismáticos, el microscopio y la pistola de aire comprimido. En esa vida en común con la filosofía propia de la edad de diez años y unido a su la tiita administradora de todo ese mundo heterogéneo de diario trajín de y de menos reservas cada día reservas. Ellos forman trío familiar de los Globig.
Un discurrir humano que representa desde los fieles y adictos de Hitler, ejemplo desconcertante el de la Señora de la casa y su marido comandante militar destinado en Italia para conseguir, confiscando como Cervantes en Andalucía en otros tiempos, alimentos y vinos para los ejércitos del Reich repartidos por Europa. Sorprendente como el de la señora de la mansión, que por una noche esconde en su habitación a un judío siempre en fuga para evitar muerte segura. Encubridora majestad que le llevará sin contemplaciones a la cárcel donde esperará una posible y difícil solución.
La llegada de los rusos se respira en el aire y en la nieve constante del frío invierno. Las explosiones no dejan de escucharse en el pueblo de Mitkau. El ambiente que se respira es complejo por su variedad de ideas, pero humano y correcto en el trato común. Los ejemplos se suceden mientras la narración alcanza un hondo poder en su lectura. Y en la que se van manifestado las más variadas y dolidas historias, los sinsabores y nostalgias del tiempo vivido y todo lo que las tragedias de la guerra provocan. Todo en vano, obra ejemplar y palpitante, despierta en el lector una reflexión que lo integra en la historia, al considerar que el tiempo ha ido sumando la nostalgia del existencial pasado y el terror de la venganza, incluidos los seres inocentes.
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