“Vivir es exponerse a la frivolidad del tiempo” Así lo afirma Heberto de Sysmo –pseudónimo de Jose Antonio Olmedo López-Amor– en el poemario que nos ofrecen sus Actos Sucesivos. Y es que ya en el prólogo, el poeta Antonio Praena advierte que “Toda gran poesía ha de habérselas con el tiempo”. Cada humano va a lidiar contra la dictadura de Saturno, pero ¿y si el tiempo no fuese más que un mito, una creencia? Con esta premisa nos introduce De Sysmo en un nuevo paradigma en el poema Tu vida: “Crees en el tiempo. /Esa es tu religión inconfesada./ Tu dios entre los dioses y a él te ofreces.” El mortal anodino, atrapado en este dogma común no atiende a asuntos de gran calibre. Pan y circo. Huye por las rendijas de su mente intrascendente como se escaparía un débil en un asedio, por una portezuela, un recoveco, cualquier excusa para no pensar demasiado, así se refleja en Poterna: “Y sin embargo, a más de medio mundo aún preocupa: /los tonos de color de algún vestido, /la originalidad de un plato, /una fotografía al borde del abismo”. Mientras tanto, un despierto entre dormidos trasciende los límites evidentes. En Crononauta, Heberto cuestiona la posibilidad de un tiempo no acabado, una existencia de antes, de después: “Sí, me he visto morir, me he asesinado,/ y nunca me marché, nunca he venido; / no hay ahora ni aquí, no hay más tarde o jamás”. La alusión a la reencarnación evoca la metafísica de otro gran vitalista, el poeta e indiscutible embajador cultural, Juan Luis Bedins, en su Transmigración del alma. Ambos comparten inquietud por el viaje más allá de lo conocido. Pero a De Sysmo no le interesa la certeza de esa arquitectura efímera más que al propio Einstein en la relatividad: “Todos somos reales e irreales. Estamos aquí y estamos allá.” La curiosidad científica de Heberto se nutre de la experiencia de los actos sucesivos que nos componen, de los silencios y las miradas sin lenguaje. No trata de demostrar una evidencia empírica pues se sabe un condenado caduco a lo perenne. “Soñar o recordar es una distinción carente de sentido”. Entonces, ¿qué es vivir? El autor defiende en Despertar que la respuesta radica en la consciencia: “Porque acabar marca la diferencia (…)/ ahora di qué no harías por recobrar momentos/de pura transición, cambiar rutinas/ por emoción y riesgo de estar vivo.” Honra el poeta la herida recibida de los clásicos en un carpe diem actualizado y urbano en Dunas de Tiempo: Ves la televisión, cocinas, mientes/y también bajas la basura.” “Pero sabes que el tiempo nunca accede a sobornos/ ni chantajes; así que ponte en marcha/ desorbita luciérnagas” Verdad y armonía son los dos compromisos que adquiere. Su voto de armonía la hallamos en cada estrofa, desemboca en su cauce el uso certero de cada vocablo. La palabra exacta, precisión del arquero y el ritmo de quien gusta de escuchar al universo en su verismo operístico. No por casualidad, el poemario Actos Sucesivos ganó el Premio Nacional de Poesía Ateneo Mercantil de Valenicia 2019. Pero el voto a la verdad es otra cosa. En la gran entrega, más allá de todos los yoes, el poeta se quiebra y su desnudez vulnerable le hermana al resto. Así, en Abuelo aborda la hondura de la separación a que se enfrenta: “Estoy aquí por ti./ Duele lo vivo./ Desolación es poco.” ¿Qué da sentido al sinsentido de un vivo muriente? El amor, siempre el amor, en todas sus rostros. No podemos afirmar que hemos vivido si no hemos amado. En un guiño a Juan Ramón Jiménez, Placebo y yo nos destina a ser sanados del daño de ser efímeros, mediante el amor más inocente, la adoración sin reservas como solo aman los niños o los poetas, el amor sin condiciones, la ternura en el aquí y ahora. En el poema León, la voz se nos quiebra en la garganta al comprender el débil maullido de un gato que ha sido atropellado. Con la esperanza rota, el lector lo toma entre las manos para sentir compasión en una agonía que es ahora suya, los ojos del diminuto felino le rescatan de sí mismo, de su propio miedo, de ser nada ya, con el cuerpo del animal aún caliente, casi aún sin tiempo de tener un nombre, de ser un león inmenso para alguien, de haber sido cuidado. De haber sido querido. La belleza sencilla de cuando aún sentíamos algo. Amábamos algo. Lejos de cerrarse a sentir, o refugiarse en versos sin alma llenos de figuras retóricas y vanidades, el poeta defiende la dignidad de necesidad de elevarse en el madero –llamarlo cruz o mástil ya es elección de cada luciérnaga– que cada uno llevamos a cuestas. Sublime esta sublimación en Me Izo poeta: “Recoger a mi madre-y sus dientes- del suelo;/ que no se engañe nadie:/ me hizo poeta”. No hay otro modo posible para el gran fénix hecho hombre que escribe este poemario. Renacer nos da la clave de su iniciación del fuego “Aprender a sufrir es tensar la escritura. Ahora que he sufrido bastante (…) puedo intentar amar como lo intuyo”. Ser ceniza fértil es la vocación de dejar un legado, un grito, un mensaje: Ungido con la señal de la tierra transfigurada por el fuego, el lector de Actos Sucesivos se sabe polvo, un puñado, nada. Eres ceniza. Pero ceniza es también la marca del fénix. Las luciérnagas de Heberto De Sysmo son luces –ráfagas de consciencia– que escapan de la hoguera como chispas despiertas en la pira eterna de la carne. Conscientes de estar vivas, se extravían de la inercia para vivir un instante, eso es la vida, saberse fuego, ceniza aún en combustión. La señal de los ungidos: brasa que aún enciende, así escribe Heberto De Sysmo cuando permite su vehemencia de poeta izado, hechizado de luciérnagas. Incendiémonos como ellas en su rebelión contra el tiempo, como afirma el autor: “Ardamos en la palabra. Si algo queda después, sin duda, será la poesía”. Puedes comprar el poemario en:
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