En manos del joven escritor granadino Mario Villén Lucena (Granada, 1978), esta propuesta ambiciosa va bastante más allá, y a lo largo de quinientas páginas largas se transforma en una saga dinámica que abarca varias generaciones y presenta el mosaico fragmentado de una España que aún no lo era en la primera mitad del Siglo XIII, cuando chocan tres culturas, tres religiones (además de varias sectas), varios idiomas y dialectos, docenas de protagonistas llenos de matices, decenas de enclaves a lo largo y ancho de casi toda la Península, y cientos de personajes secundarios, pero nunca de segunda, que completan un fresco histórico tan monumental como complejo:
“–Al-Adil, el Baezano, Abu l-Ala, Yahya… Pierdo la cuenta. Los almohades se pelean por el califato como buitres –prosiguió al-Gusti–. Y, mientras, el pueblo se muere de hambre y se deja conquistar. ¿Cuánta vida le queda a al-Ándalus?”
“Nazarí” es una novela histórica lineal a la antigua usanza, que transcurre en el medio siglo que va desde julio de 1195 hasta 1246, lo que ayuda a seguir una trama muy complicada, repleta de facciones enfrentadas y saltos de escenario entre palacios cristianos, santuarios de místicos, fortalezas de monjes guerreros, alcázares musulmanes y aldeas donde malviven unos y otros, algunos quebrados por la fatalidad y resignados a su suerte y otros, como el protagonista, Muhammad bin al-Ahmar, belicosos y rebeldes hasta el final.
Se trata de un relato fiel a los hechos históricos, exhaustivamente documentado (se agradecen el glosario, el mapa, la genealogía y la nota del contexto que ha incluido el autor) y cuya maraña de batallas, escaramuzas, alianzas que se urden y se rompen de improviso, así como de linajes contrapuestos y enfrentados (los Nasr y los Asquilula por un lado; los reyes de Castilla y León por otro, entre ellos Fernando III el Santo y Alfonso X el Sabio) está muy bien expuesta y explicada de manera clara.
"–Dios mío, ¿es éste el precio del poder? Soledad, rencor, muerte, distancia de los tuyos… ¿Es el castigo que merezco, tal vez? –dijo en voz alta mirando al cielo (…)”
Tanto la evolución de los personajes como la propia trama avanzan al ritmo de una acción casi constante; las partes más pausadas, sin restarle nunca tensión e interés, sirven para dar al lector un respiro muy necesario y, al mismo tiempo, detallar con realismo las condiciones de vida tan difíciles de aquellos tiempos, cuando reyes, soldados y esclavos se encontraban a merced de las mismas amenazas: una sequía, una tormenta o una incursión enemiga podía frustrar los planes más geniales o hundir a la dinastía más poderosa. Todo ello está narrado en un estilo sencillo y directo que se adecúa muy bien a la trama, y resulta más eficaz y sugerente que cualquier floritura seudohistoricista que trate de remedar el estilo o el habla de esos tiempos. Así surge una sensación de inmediatez y empatía que hace posible comprender a los personajes, tanto masculinos como femeninos.
“–Sayj, ¿quién es ella? –preguntó con una sombra de irritación en la mirada. Ibn al-Ahmar miró hacia atrás por encima de su hombro y se encontró con los ojos de la mujer, en los que distinguió la desolación de una vida de amargura. –Es mi parte del botín –dijo sin detener la marcha.”
Las mujeres que enriquecen la trama, muchas y variadas (pero que nunca caen en los anacronismos feministas de moda tan frecuentes en las novelas del género), ocupan un lugar de peso, aunque la época y las circunstancias bélicas y religiosas no favorecieran su influencia. En contraste con las mujeres que se contentan con ser el descanso del guerrero (es inevitable que también las haya, aunque el autor también les confiere matices y aristas), destacan la reina Berenguela, voluntariosa y cuyo intelecto se mide con el de los hombres más taimados, la musulmana Sams, enfrentada con sus propias raíces, la cristiana esclavizada María/Maryam, o Aisha, esposa del caudillo cegrí, que renuncia a todo y arriesga su vida por amor.
Quizá sea precisamente el equilibrio entre hombres y mujeres, y las fuertes tensiones pasionales y estratégicas entre ellos, lo que hace que esta historia parezca escrita desde dentro hacia afuera, y las experiencias y reacciones emocionales influyan en los personajes tanto como las vivencias externas: una mirada, un gesto bastan para revelar todo un mundo interior. Está narrada con pinceladas de ternura y trazos de violencia que hacen que el lector sienta como suyas las tragedias personales, las traiciones y, sobre todo, el desarraigo (pese a la fe en Dios y la creencia firme en el destino que éste les depara): cristianos o musulmanes, reyes o esclavos, son hijos de una tierra de todos y de nadie, zarandeados por una guerra que los hace vacilar y, a veces, extraviarse empujados por la cobardía o al fanatismo, donde los hogares y las familias que tanto les cuesta defender peligran constantemente, donde la tierra que han conquistado a precio de sangre, labrándola trabajosamente bajo un sol que no perdona, puede desaparecer bajo sus pies de un instante a otro.
Es una historia de pérdidas tanto como victorias, de grandeza tanto como de ruindad, y de pasiones tanto como de odio: entre padres e hijos, entre soberanos y súbditos, entre maridos y mujeres.
Hay tantos hechos, momentos decisivos, revelaciones, sorpresas y giros que no cabrían siquiera en una monografía sobre esta novela tan extensa: prefiero dejar que sea el lector quien los descubra por sí mismo, aunque sí recomiendo que reserve el tiempo necesario para leerla de principio a fin sin pausa ni distracciones, puesto que es una trama tan complicada, con tantos elementos que lo equilibran y tantos personajes que se engranan en ella como las ruedecillas de un mecanismo de precisión, que cualquier interrupción puede hacernos perder el hilo.
Realidad y ficción se mezclan de manera convincente, desde un respeto por los personajes auténticos (sin ocultar sus aspectos más sombríos) que debería ser la norma al tratar nuestra Historia, sobre todo épocas tan poco conocidas pero agitadas como la que presenta “Nazarí”.
“–Apenas puedo leer tres versos seguidos –reconoció sin vergüenza–, pero aquí estoy, sentado como emir, gobernando sobre los incultos y también sobre los más sabios de Granada. No me opondré a que os forméis en letras, ése era el deseo de vuestra madre, siempre que no descuidéis el arte de la guerra. –Llevó su mano a la espada–. Ésta es la que nos ha traído hasta aquí.
Una novela, en suma, bien planteada, desarrollada con brío y resuelta de modo muy satisfactorio, tan instructiva como amena, cuyo interés no decae en ningún momento, y despierta el deseo de leer una posible continuación que, espero, el autor se decida a escribir pronto.
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