“Como polvo en el viento” es una novela de largo recorrido (669 Pg.) y de una interesante profundización psicológica en los personajes que la componen. Nada se parece Leonardo Padura, en lo estilístico, a otros escritores nacidos en Cuba que han engrandecido a la literatura española: Lezama Lima, Alejo Carpentier, Cabrera Infantes, Eliseo Alberto, Reinaldo Arenas y otras muchas plumas. Pero, no por obvio, deja de ser uno de los grandes narradores en español, con un singularísimo estilo que fue acuñado en el ejercicio periodístico, hasta que decidió abandonar los rotativos y dedicarse a la literatura de lleno.
Dice Padura en la sección de agradecimientos de la novela: “Como escritor, me alimento de la realidad, pero no soy responsable de ella más allá de mis avatares individuales y mi compromiso civil, como ciudadano y como testigo con voz, que apenas pretende dejar un testimonio personal de mi tiempo humano”.
Y es que escribir en Cuba, desde Cuba, para el mundo, como lo hace Leonardo Padura, que se ha negado a marcharse del barrio en donde nació y desde donde ejerce su magisterio -reconocido en el mundo entero- debe suponer a veces un estresante equilibrio para vencer la censura.
Testigo privilegiado de cuantos acontecimientos han ocurrido en esa isla, tan acosada por proclamas de uno y otro canto, siempre asediada por el imperialismo norteamericano desde que Castro implantó su dictadura socialista, y sumida a su vez, en una subsistencia difícil de soportar, a pesar de sus logros innegables en lo sanitario y en lo académico, Padura nos trae al papel, la historia de una generación de hombres y mujeres, que, a pesar de todos los impedimentos, vencieron la obscuridad y encontraron su senda, su territorio, su felicidad si lo desean, en otros lugares, porque no tuvieron más remedio que marcharse de la misma, enfrentar la mar, coger la balsa y jugarse la vida.
Desde allí, una vez más, el Maestro Leonardo Padura vuelve a forjar una novela apasionante, anclada en el desarraigo. Los avatares de un grupo de jóvenes que se autodenominan El Clan, y que se conocieron en los años 60 en la Universidad de la Habana; que tuvieron sueños y lograron alcanzarlos; que, a pesar de todos los pesares se convirtieron en doctores, en ingenieros o en licenciados en diversas áreas; pero que, todos, con una sola excepción, la de Clara, epicentro de todos ellos -que será la única que permanecerá en la isla, y que supone el anclaje a la memoria, a la tierra propia, a sus olores y sabores, a su son y a sus calles y plazas, tan añoradas, esas que, por mucho que se desplacen en el mundo, no pueden olvidar los inmigrantes-.
Los amores y desamores de los miembros del grupo en los tiempos de juventud y madurez, la huida de la tierra madre, del raigal, la homosexualidad, los celos, las intrigas, la adaptación a otros espacios y otras costumbres, a otras lenguas, la muerte y la desaparición de algunos de ellos sin tener claras por qué causas fenecieron, todo ello adobado por un espacio en donde la especulación campa a sus anchas y los chivatos del régimen acechan a patadas tras de cada esquina. Y también el amor, la necesidad de vivir, de ser libre, de no tener que mirar a los lados para poder hablar, para manifestarse en su desnudez, tal como son, tal como nacieron y se hicieron.
Un espacio temporal de casi sesenta años en la vida de los personajes, que, a pesar de todas las distancias, unos en Madrid, otros en Barcelona, París, Miami, Nueva York…, cohesiona al Clan por la atadura de lo vivido juntos, de los besos robados, del hambre compartida, de las atenciones recibidas cuando estuvieron necesitados, de los dólares enviados a los que allí quedaron…
Una novela excepcional que dilucidará en la mente de los lectores lo que supone nacer y vivir en un territorio como el cubano, con tanta escasez de alimentos como de libertad.
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