Las Almácigas estaban allí a gusto, pero podrían haber estado en cualquier otro sitio. La gran librería digital del mundo las ubica en la sección Hogar, manualidades y estilos de vida. Supongo que la ilustración de portada de Cristina Jiménez donde aparecen mujeres tejiendo, mujeres pastoreando, niños sembrando, ancianos podando, un gran tapiz de formas geométricas ha debido influir bastante.
Suele ocurrir con el trabajo de María Sánchez cuando te quedas sólo con la portada. Joven, mujer, veterinaria, escritora, cordobesa y de pueblo, por citar alguna de las estanterías humanas donde el taxónomo social podría clasificar a María Sánchez, pueden parecer suficientes para hacer una aproximación de portada. Son el tipo de clasificaciones rápidas que todos solemos hacer para intentar sobrevivir a los cientos de volquetes de información basura diaria, pero apenas rozamos la piel cuando hablamos de María Sánchez.
Almáciga obliga a volver la vista atrás. A releer de nuevo Cuaderno de Campo, a revisar las páginas de Tierra de Mujeres con el cuaderno vacío de prejuicios para recuperar las historias eternas escondidas en la prosa directa y aparentemente sencilla de María Sánchez. No es jugadora de artificios, ni estira las frases haciéndose la interesante, porque en sus palabras late la urgencia del tiempo que avanza inexorable hacia el olvido. Páginas que cobran sentido cuando forman parte del puzzle de la vida. Retrata un mundo rural que ha “empezado a perder sus esperanzas y a olvidar sus sueños, por eso la Nada avanza cada día más”, como escribiría Ende al principio de La Historia Interminable. Tiene la certeza de que cada palabra no dicha, cada historia no contada se convertirá en un cuaderno vacío para siempre.
Almáciga es un refugio para palabras, como cita en alguna de sus páginas. “Refugiadas en esa herida abierta, que sangra y no termina de curar del todo porque aún recuerda”. Por eso no las ha colocado en forma de diccionario, sino que las ha dejado vivas corretear por sus historias, en un último intento porque no se conviertan en una ficha más de las próximas 2.793 palabras que la RAE retire de la siguiente edición del diccionario y pasen a formar parte de una exposición necrológica de palabras muertas.
María Sánchez trabaja las palabras como si fueran semillas que cultivar, que mimar, que sacar a pasear, que usar, para que no se queden vanas. De ahí el título del libro, Almáciga, un vivero donde las palabras que allí se han sembrado puedan ser trasplantadas a nuevas conversaciones a nuevos textos, a nuevos cuadernos aún por escribir. Una manera también de que el mundo rural no se convierta en un mero decorado de Mochufas y continúe siendo el territorio donde transcurre la vida cotidiana.
En este bello vivero editado por geoPlaneta, las palabras han sido recogidas con cariño a lo largo del tiempo por los caminos, las ferias, los pueblos. Palabras que han sido compartidas y escritas en cuadernos en blanco ambulantes. Palabras que todavía tienen un hilo de respiración y que necesitan ser sembradas para no morir. Vocablos que iban siendo reunidos en fichas, pero que cada día parecían decir, “No nos dejes aquí, María Sánchez. Siémbranos en tus libros.”
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