Dicho lo anterior, debo apuntar también que no por ello he dejado de leer en su momento, antes de que mis preferencias lectivas se fueran definiendo, a escritores como Stevenson, Julio Verne, H. G. Wells, George Orwell, Oscar Wilde, Ray Bradbury, Maupassant, Henry James, Brad Stoker, Edgar Allan Poe, Jorge Luis Borges o a Bioy Casares, por citar sólo a un ramillete de escritores que cimentaron con sus historias fantásticas, el que hoy sea un amante de las letras en el sentido más escrupuloso y amplio del término.
“Vosotros, los que entráis”, es, en principio, una novela policíaca que se termina engarzando, por una serie de acontecimientos ocurridos en una hospedería perdida en una sierra del sur de España, con lo sobrenatural, hasta el punto de convertirse en un inquietante texto que atrae la atención del lector de manera compulsiva.
Pedro J. Marín Galiano, licenciado en derecho, funcionario de la administración de justicia, poeta y narrador, posee una sólida formación en lo relativo a la mística, especialmente en lo que se refiere a la Orden Franciscana Seglar -que fundara tiempo ha el santo italiano nacido en Asís-, y también de la jesuítica, de ahí el cúmulo de alusiones tan ortodoxas y certeras provenientes de los libros sacros, que maneja con una soltura apabullante, y que enmarcan esta historia policíaca dentro de un asfixiante ambiente en el que hay apariciones “demoníacas” y hasta debe realizarse un exorcismo con todas las consecuencias que tales situaciones acarrea.
Pero, más allá de todo esto, lo importante de “Vosotros, los que entráis”, es que Pedro J. Marín Galiano consigue ahormar una hermosa trama narrativa, en donde el estilismo en la palabra, la estética de los lugares que describe, el Amor con mayúscula y la asunción por parte de algunos de los personajes de una fraternidad plena, o, si lo prefieren, afincados en la pasión por la palabra que siempre va aunada a la obra, a los hechos, que recuerdan a quien garabatea estas letras el predicamento literario de San Juan de la Cruz o de Santa Teresa de Jesús, sobre todo en sus versos más “incendiarios” relativos a la atracción por la otredad. Un fresco interesante para cualquier lector posea los gustos literarios que fueren.
La novela no pierde en momento alguno el principio de credibilidad, es decir, que, una vez traspasado el capítulo cuarto de la misma, y pondré el acento en ese momento crucial del desarrollo de los acontecimientos, diría que lector alguno podrá dejar de finalizar la historia que este autor granadino ha escrito para deleite de los amantes de las letras.
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