Este es un libro triste, pero magnífico, hasta la portada hierática produce una especie de vacío espiritual; ya que anuncia a un hombre que pudo tenerlo todo, no era intrínsecamente perverso, pero equivocó el momento y el lugar en el que debería estar; y, sobre todo, mantenía unas amistades o lealtades sumamente peligrosas, que solo le reportaron perjuicio y un final de muerte en la horca tras el proceso de Núremberg. Me estoy refiriendo al Mariscal de Campo/GeneralFeldMarschall Wilhelm Bodewin Johann Gustav Keitel (nacido el 22 de septiembre de 1882), Jefe del Alto Estado Mayor de la Wehrmacht, entre los años 1938 y 1945. No era respetado ni por su “amo” ni por sus subordinados, estos últimos lo consideraban el lacayo del Führer Adolf Hitler, y era, por lo tanto, motejado como lakeitel. Sea como sea, el estereotipo de este personaje fue deformado por su comportamiento, y su obligado final por ahorcamiento. Los psicólogos estadounidenses se equivocaron, claramente, en los juicios de valor realizados sobre él. Su apariencia al ser un hombre de elevada estatura, orgulloso porte y fenotipo impertérrito, le hacía equiparable con los caballeros militares de Prusia o junkers, al este del río Elba; aunque el mariscal de campo no tenía nada que ver con los seguidores del mariscal Blücher, aquel que derrotaría a Napoleón I Bonaparte en Waterloo, ya que procedía de la región de Hannover, capital de la Baja Sajonia; land bastante alejado de Prusia, y que había sido obligado por los prusianos a formar parte de la Alemania pergeñada por Otto von Bismarck, “el Canciller de Hierro”, en el año 1866; y para más inri su abuelo y su padre (Carl Keitel) odiaban visceralmente a aquellos militares de cabeza cuadrada y tan ceñidos a las tradiciones del militarismo prusiano. Los intereses primigenios del futuro mariscal de campo serían la caza, montar a caballo y ocuparse de su finca familiar de Helmscherode; nada, ni por asomo, anunciaban que aquel mediocre estudiante iba a tener tan alta graduación militar y morir cruelmente. Como estudiante fue bastante flojo, pero como militar sería muy responsable. “No habría travesuras ni aventuras con mujeres”. En abril de 1909, ya en el empleo de teniente se matrimonió con Lisa Fontaine, hija de un rico cervecero de Wülfel. Curiosamente su primogénito se casaría con la hija del mariscal de campo Werner von Blomberg, el ministro de la Guerra del Reich; enemigo de la guerra proyectada por los nacionalsocialistas de Hitler y, por ello, desacreditado hasta su dimisión, utilizando subterfugios falsos y amorales. Durante sus primeros tiempos varios nombres, que después participarán en la tragedia de la Segunda Guerra Mundial, aparecen relacionados con él, entre otros: Von Fritsch, Von Stülpnagel, Von dem Bussche, Adam, Von Brauchitsch, Von Manstein, etc. Su sentido de la obediencia se observa, con claridad, ya en la Guerra del 14 al 18; sabe que Alemania no va a ganar, pero debe resistir con denuedo. El 30 de enero de 1933, el presidente de Alemania, mariscal de campo Paul von Hindenburg, presionado, comete la gran torpeza de nombrar a Hitler como 21º canciller. “Declaré que pensaba que Hitler era un tamborilero-ein Trommler-…”. Su ingenuidad es palpable en su opinión sobre la Noche de los Cuchillos Largos, en la que el concepto izquierdista del NSDAP fue barrido con sangre de la faz de la tierra alemana. En 1936 será ascendido a teniente general. Siempre fue el pararrayos de Hitler, y pago su lealtad con su propia vida. “En el fondo de mi corazón yo era un fiel escudero para Adolf Hitler; mi convicción política habría sido nacionalsocialista”. Desde este momento iría salpicando de errores su uniforme; en sus memorias se observa el carácter de un hombre superado por las circunstancias, que estaba en un nivel político y militar tan elevado, y para el que no estaba preparado. “En el Tribunal Militar Internacional de Núremberg, a pesar de su visible falta de libertad como prisionero y las condiciones a menudo difíciles de la vida en prisión, el mariscal de campo volvió a ser agente libre después de sus tantos años como oficial dependiente de un hombre al que consideraba tan profundamente despótico”. Cuando recibió su acta de acusación, 19 de octubre de 1945, llegó a la convicción de que su defensa era totalmente inútil, ya que era culpable a priori hiciese lo que hiciese. Estaba claro que Alemania había cometido horrendos crímenes contra la humanidad. También los soviéticos tenían sus manos manchadas de sangre, pero no se juzgaba a los vencedores y “Vae Victis!”. Por consiguiente se dedicaría a defender el honor de los soldados alemanes. Su firma apareció en documentos indignos, en los que se autorizaba la ejecución indiscriminada de prisioneros de Guerra. Nunca estuvo en la nómina de afiliados del NSDAP, pero todo lo que hizo, y que le llevó al patíbulo, fue un trágico error. Uno de los momentos más paradójicos de su vida sería aquel en el que recibió la noticia del suicidio de Hitler; nunca pudo colegir que su Führer eludiría la responsabilidad de sus actos frente a la historia. Llegó, pues, a la convicción de que era necesario terminar la guerra, de la forma más digna posible. Sus cartas a su familia demuestran la mentalidad de un hombre sencillo, al que a veces superaban los acontecimientos; y que no era capaz de conciliar ética y sentido del deber u obediencia debida. Poco tiempo después tanto él como el coronel general Alfred Jodl serán reivindicados y considerados inocentes de los cargos de culpabilidad, pero ya no era posible resucitarlos. En suma, una obra magnífica, que recomiendo total y absolutamente Totus aut nihil! Puedes comprar el libro en:
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