Era una auténtica guerra civil, por medio de la cual Ciro pensaba desbancar a su regio hermano mayor. Cuando Artajerjes ataca, los griegos coaligados, entonando el denominado peán o canto de guerra en honor del dios Apolo, se lanzaron con el valor, la fiereza y la determinación de la desesperación a la batalla; los persas huyeron en desbandada, y los griegos quedaron como únicos dueños del campo de batalla. Su victoria ha sido inútil, ya que Ciro ha muerto al lanzarse, erráticamente, contra la guardia de los inmortales.
Entonces, Artajerjes podía intentar vengarse, no iban a cobrar sus soldadas y estaban a miles de kilómetros de Grecia. Además, Tisafernes el primer ministro persa reúne, en un banquete, a cinco de los generales helénicos y a varios oficiales, y son todos pasados a cuchillo. “Los griegos quedaron, así, descabezados, embargados por el desánimo y la tristeza, sin saber qué hacer a continuación”. “Perdida toda disciplina, los hombres vagaban, desconcertados, sin pensar en el modo de encarar la adversidad”. Será en este momento tan difícil cuando acepten, como conductor, a un joven ateniense llamado Jenofonte, que les ofrecerá la alternativa de llevarlos a su patria.
“El que esté conforme que levante la mano”. Será esta epopeya la que narra esta novela histórica, de la mano maestra del historiador británico C. Iggulden. Ferocidad, heroísmo y derramamiento de sangre son los factores determinantes de la obra. Se asiste al relato de cómo Ciro intenta obtener el trono aqueménida (Hakhamanishiya) de su hermano Artajerjes II. Dudas y temores atenazan los intentos de Ciro. Sobre la dignidad con la que luchan los espartanos, y como aceptan su situación traicionada; detrás de todo ello están las penurias que han de padecer para llegar al mar Negro y alcanzar su patria. La narración y la introspección psicológica de los personajes es predominante, el diálogo no es lo preeminente.
El lenguaje del autor es sencillo, la forma de relatar los hechos históricos es prístina, y nunca decae el interés del lector. Da la impresión de que esa prosa, tan directa y rica nos acerca al caminar de los griegos por las polvorientas arenas del desierto; poca comida y escasa agua incrementan su calvario. La delineación de los personajes históricos es tan correcta, que podemos mutar nuestra opinión historicista sobre ellos. Frente a un Artajerjes serio, reflexivo y responsable, preocupado de la ética de gobernar; nos encontramos a un belicista Ciro, impulsivo y temerario, que aborrece la aparente debilidad de su hermano mayor. El jefe de los lacedemonios se llama Clearco y, como eran los hijos de Laconia en la realidad de la historia, es un arquetipo de la lealtad espartana per inde ac cadáver, con los escudos o sobre ellos.
Conn Iggulden se basa, sin ambages, en la obra narradora del hecho histórico, Anábasis de Jenofonte. Otro personaje citado es el primer ministro persa Tisafernes, taimado, tórpido, con la habitual cobardía de los seres humanos ambivalentes o con complejo de inferioridad; no olvidemos el carácter esclavista de la sociedad persa, donde todos los ciudadanos estaban bajo el yugo de la bota del Gran Rey. La narración es de una viveza fuera de serie. Por encima de todo ello está la personalidad palmaria y pragmática del rey Darío II-Dariyusch (474 a.C.-REY DE PERSIA entre 423 y 404 a. C.), quien aconseja a su primogénito que haga lo mismo que él hizo para llegar al trono. Diálogo sobrecogedor: “Tú eres mi hijo y mi heredero. Si mueres, Ciro será rey. Ese es su objetivo.-El rey se dejó caer sobre una rodilla y agarró las manos del muchacho entre las suyas-. Portarás mi corona, te lo prometo. Pero Ciro… es un guerrero nato. Solo tiene trece años, pero cabalga tan bien como mi propia guardia. ¿Has visto cómo lo admiran? El mes pasado lo llevaron a hombros alrededor del patio del palacio cuando atravesó un pájaro en pleno vuelo con su arco y flecha.-El rey respiró hondo, como si quisiera que Artajerjes entendiera la situación-. Hijo mío, yo os amo a ambos, pero cuando esté en mi lecho de muerte, cuando mi imperio se sume en el silencio y el duelo, ese último día le ordenaré venir a casa… y tendrás que darle muerte. Porque si permites que siga con vida después de eso, estoy convencido de que te matará”.
Aquí está el intríngulis de toda la trama de la obra. Este libro está dentro de la conspicua colección de LOS IMPERDIBLES. Cuando Darío II pase a mejor vida, Artajerjes II ordenará la muerte de su hermano, pero la reina-madre viuda Parisátide, intercederá por su benjamín y evitará el fratricidio. Ciro se aleja de la corte, para ponerse al frente de las tropas persas, aunque en la realidad lo que hace es contratar hoplitas mercenarios espartanos y atenienses para derrocar a su regio hermano.
El epílogo indica que: tras recorrer veinticinco kilómetros al día durante unos trescientos veinte kilómetros más; es cuando se produce la famosa escena de la obra de Jenofonte, en la cual los guías expedicionarios gritan de pronto: “Thalatta! Thalatta!”, vocablo griego que significa “el mar”. Habían llegado a su término las penalidades, y al abrazarse subrayaban su felicidad por haber llegado a su patria. La obra de Jenofonte se escribe ochenta años después de las Termópilas del rey Leónidas y del Gran Rey Jerjes; y setenta años previos a Alejando III Magno de Macedonia. Sobresaliente novela sin ambages. Extra historiam nulla salus!
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