El escritor malagueño lleva con “La chica de nieve” cuatro thrillers publicados. De los tres primeros ha conseguido la nada despreciable cifra de 700.000 libros vendidos y con esta nueva novela, una vez pasado el interminable confinamiento van a ser más de un millón los lectores que hayan leído sus libros. Todos ellos tienen un estilo parecido y un esquema bastante similar. Desde luego a Javier Castillo le gusta contar historias sobre secuestros y desaparecidos en tierras americanas y siempre encuentra algún giro sorprendente para contar sus ficciones.
El estilo de todas ellas es similar, como hemos apuntado. Siempre juega con dos narradores o más. En esta ocasión, utiliza a Miren Triggs, periodista novata, pero de pura raza, para darla voz en primera persona sobre los acontecimientos que va a ir narrando sobre el secuestro de una niña de tres años en la cabalgata de Acción de Gracias de Nueva York. Y se sirve de un narrador omnisciente para rellenar los flecos adonde no puede llegar la reportera de investigación. Siempre da la sensación que el narrador sabe más de lo que cuenta y esto lo sabe utilizar el autor de modo brillante y efectista.
El título de la novela “La chica de nieve” hace referencia a esa nieve que veíamos en las cintas de video cuando se terminaba la grabación. Un título, desde luego, bien escogido y efectista porque los vídeos que aparecen en el libro guardan muchos secretos y dan varias pistas para el desarrollo de la trama.
Javier Castillo va saltando de una a otra voz de manera concatenada y alternándolas. Además, ambas voces realizan varias analepsis; como la novela es muy visual y cinematográfica podríamos decir que esos flashbacks son muy necesarios para seguir la trama de manera adecuada, y que nos ayudan a entender las motivaciones y el pasado de los protagonistas que en ocasiones es muy negro. Siempre me ha extrañado que sus novelas no se hayan pasado a formato audiovisual.
Lo que más me ha gustado de “La chica de nieve” es que la protagonista sea una inteligente y tenaz periodista, normalmente los periodistas suelen ser maltratados por los escritores y eso que muchos lo han sido anteriormente, quizá sea por eso. El papel del agente Miller está bastante bien conseguido, un policía inasequible al desaliento que continua investigando la desaparición de la pequeña Kiera Templeton –y no tan pequeña- durante más de una década, este policía es un verso suelto dentro de un cuerpo policial que prefiere los resultados fáciles a los realmente importantes. La crítica a la falta de medios y a la vanidad de algunos policías es notoria y la podríamos hacer extensiva a casi todos los países donde la policía no se molesta en investigar el 80% de los crímenes menores. Si falla Castillo ligeramente en el día a día de la periodista y su mentor y, por supuesto, en las publicaciones que realizan. Ese mundo periodístico se nota que pese a documentarse no lo conoce en profundidad.
Sí sabe mantener el autor durante toda la narración el nervio de la misma. En ocasiones, el lector se llega a enfadar por lo que cuenta el escritor y por lo que no cuenta. El autor hace bien en ir añadiendo tramas –no las mencionaré- para que el lector vaya teniendo, según avance en la lectura, más elementos de juicio sobre lo que pasa en la narración. Lo cual es un acierto importante, ya que da más perspectiva de los sucesos.
En cualquier caso, el lector llegará a tener todos los elementos de la intriga en poco tiempo porque si una cosa sabe hacer con brillantez Javier Castillo es mantener la tramoya de la novela en un punto álgido durante todo el tiempo. De ahí, que una vez empezada la lectura es difícil dejarla sobre la mesa. Cuesta abandonar la lectura de este escritor malagueño que si no tiene la nacionalidad estadounidense le faltará poco, no me extraña que hayan sido traducidas sus obras a diferentes idiomas. El reto americano lo tiene delante de él, seguro que lo superará con nota.
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