Las SS nacieron como Schutzstaffel o escuadras de protección del Führer Adolf Hitler, sobre todo para evitar agresiones en los tumultos contra sus enemigos comunistas, en los mítines de los agresivos nazis. Cuando las SA y la izquierda strasseriana y de Röhm fueron eliminadas la Noche de los Cuchillos Largos, para conseguir contentar a los empresarios alemanas, muy conservadores, que no veían con buenos ojos la parte violentamente izquierdista del NSDAP, y para conseguir militarizar Alemania, las SS consiguieron un predicamento de primer nivel y un enorme poder. Eran los criminales que vigilaban, torturaban, y asesinaban a los prisioneros en los Campos de Concentración, sobre todo a los judíos; pero asimismo conformaron cuerpos de élite militares o waffen-SS o SS-armadas; estas últimas cometieron las mayores atrocidades en la Segunda Guerra Mundial sobre todo en el crudelísimo frente oriental; de resultas de estos hechos las represalias del ejército rojo soviético, sobre todo contra cientos de miles de mujeres alemanas violadas y asesinadas, serían inenarrables. Las SS estaban mandadas por el siniestro Reichsführer-SS Heinrich Himmler. Un mediocre ingeniero técnico agrícola de 1’75 metros de altura, depravado y sin la más mínima empatía por las victimas que eran asesinadas por millones en dichos campos de concentración. Este preámbulo me sirve para situar a estos individuos en la escena narrativa del libro, magnífico, y que se refiere a como un grupo de judíos, que habían padecido ellos o sus familiares las múltiples torturas de los nazis, se conjuraron para cazar a esos criminales y llevarlos ante los tribunales de justicia. Simon Wiesenthal sería su cabeza rectora. En ello estará implicado, como es de rigor esperar, el servicio secreto israelita, el Mosad, y una de serie de personas empeñadas en el restablecimiento de la ética pisoteada en la historia por la barbarie nacionalsocialista. Una de serie de personajes nazis desfilan por este libro, alternando con los que les han dado caza. Todos ellos, los que fueron suficientemente cobardes como para escapar de su destino manifiesto, merecen un estudio pormenorizado global. Si huyeron es obvio que estaban convencidos de que estaban obrando mal en todo lo que hacían, y la obediencia debida no les podía servir como coartada, ya que la legislación nazi manifiestamente injusta e inmoral, no era aceptable su acatamiento en ninguna circunstancia. Otros, sobre todo los militares, como Guderian, Von Manstein, Dönitz, Raeder, Jodl, Keitel, Von Choltitz, Halder, Paulus, etc, prefirieron dar la cara y arrostrar las consecuencias de sus actos; otros como Hermann Göring tenían la errónea autocerteza de que su comportamiento había sido muy duro, pero aceptable y ajustado a derecho, tampoco le sirvió de nada. Aquí se citan los casos, con una prosa narrativa muy suelta y de gran perfil dialéctico, de aquellos nazis de 2ª división, pero igual de perversos y sádicos. Lo que resulta incomprensible, en relación con su comportamiento, es que si estaban seguros y firmes de lo que hacían, ¿porqué huyeron de forma despavorida? Detrás de todos ellos estaban tres personajes de una maldad inexplicable: Himmler, Heydrich, y tras su muerte en atentado, Kaltenbrunner; el primero de ellos marcaba las directrices que le daba Hitler y la propia ideología del NSDAP. Desde el Obersturmbannführer Adolf Eichmann, un austriaco gris, pero de una eficacia a prueba de bomba, él era el encargado de cazar al mayor número de judíos y enviarlos, en trenes preparados ad hoc, a morir o trabajar hasta la muerte en los campos, ningún hebreo se le iba a escapar. Su caza es casi de una novela policiaca, sería ahorcado tras el juicio en Israel. Martin Bormann, secretario personal de Hitler y jefe de su cancillería, otro vulgar personaje, pero entregado a la idea y a la devoción hacia su Führer; existe una curiosa conversación entre ambos en la que Hitler le indica que: “¡tras acabar con los judíos nos ocuparemos de los católicos!”, y ya lo estaban ensayando asesinando a miles de sacerdotes católicos. Probablemente murió en Berlín en 1945. Klaus Barbie, el carnicero de las SS y miembro de la Gestapo (Geheime Stadt Polizei o Policía Política del Estado) en Lyon. Torturador nato y asesino del miembro de la Resistencia francesa Moulin. Como todos los otros disfrutaba con el sufrimiento del adversario o del enemigo. Otto Skorzeny, quien curiosamente sería utilizado por los israelitas para la eliminación del ingeniero aeroespacial pro-egipcio Heinz Krug. Viviría en la España de Franco a cuerpo de rey y moriría en su cama. Elfriede Huth, sería una de las mujeres que utilizaría perros de presa para cometer sus fechorías en Ravensbrück, ahora se ha casado en los EE.UU de América con un camarero judío, ya fallecido, e incluso ha visitado alguna vez la sinagoga; su esposo no conocería su pasado. En el año 2018 estaba viva en una residencia geriátrica en Düsseldorf. Pero, uno de los que destaca con luz propia, entre tantos otros, es el denominado como Ángel de la Muerte, al ser uno de los médicos encargados de la selección y del asesinato de miles de seres humanos en el campo de Auschwitz, es el doctor Josef Mengele. No pudo ser cazado y moriría, probablemente, de un ictus masivo cuando nadaba en una playa de Brasil. Siempre consideró que los experimentos que realizaba con judíos; su debilidad criminal eran los gemelos, con los que realizaba todo tipo de estudios de una enorme crueldad; eran un adelanto necesario para la ciencia médica. Existen muchos más, pero esta es una pincelada resumen de este fenomenal libro. Et hoc est quod Comites! Puedes comprar el libro en:
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