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No se puede beber en el Infierno

Reseña del poemario "Poética del frío"
jueves 06 de agosto de 2020, 18:00h
Poética del frío
Poética del frío

"Poética del frío" es una antología donde se reúnen poemas del autor que abarcan un amplio periodo (1970 -2018) una selección procedente de distintos poemarios de temática diversa. Sin embargo, el lector encontrará en cada verso el poso soberbio de quien ama la poesía y reconoce el carácter huidizo de la belleza. Según Pedro J. de la Peña, ser poeta no es una elección propia, es casi un dejarse ser poeta, rendirse a una atracción más fuerte que sí mismo. Entonces surge el milagro, de quien el autor es el ser más cercano casi por puro azar.

Una cuidada edición de Olé Libros, nos acoge en su portada sobria y una guarda en tonos crema, elegante, de tacto satén. Un libro blanco como una cumbre cántabra, tal vez la del pico Tres Mares, pero… ¡cuidado! No se deje engañar el lector por el título de este poemario ni por el blanco nieve de la cubierta; podemos hablar de cima –sin duda, la colección Vuelta de Tuerca acoge a autores cumbre de la poesía actual–­ más no de frío, cuando contiene tanta vida, tanto fuego.

Es más bien, esta antología, una poética del deshielo y la primavera perenne, que pervive latente en cada estación humana, en cada fumarola por donde asoma la lava vital que complacería al gran Whitman cantando y celebrando cada hoja de hierba y cada incendio. En la poética que nos ofrece De la Peña, se ama con hambre de amar, se vive con sed de vivir, o no se ama. O no se vive. Así en Declaración y raciocinio impuro del amor: “Una rabia de amarte posesiona mis dedos,/ de cortarte los labios con mi machete curvo/ y de llenar de lirios tu noche retorcida.”

Esta conexión vital a través de la naturaleza omnipresente se vuelve un logro de conciencia en Claro del bosque: “Embriágame, perfección del instante, absórbeme, matriz de la memoria, purifícame, estirpe de mi sangre, tiniebla de mi infancia: clarifícame” Aves, valles, bosques, ríos, caballos, sapos, selvas, mares, árboles y tormentas. Elementos con que se tejen bellísimas imágenes y se enraíza la poesía a la propia carne de la tierra. Nos hallamos ante un autor del cuerpo y de la tierra. No obstante, su mirada persigue incesante pliegues del alma entre los mundos. Así en Tell-Ell-Amarna busca una ciudad: “Allá entre donde el sol y las arenas hubiera poco más que una rendija con que cruzar el paso a otro destino.”

Es este un libro de quien se expresa sin cortapisas, también en los asuntos de la fe. La revisión poco ortodoxa de aspectos cristianos recuerda al revolucionario Pierre Teilhard de Chardin, en su particular Himno a la materia. Desde este espíritu inconformista se anhela la esperanza, pero se asume la posibilidad de unos dioses derrotados. Una vez se ha renunciado a la carga ancestral en Sepulcros Blanqueados: “Por eso me renuevo como el mar, por no aceptar la herencia de la culpa” ya se puede abrir el pecho a lo que venga “Acepto padecer y morir, y volver a vivir” pues cualquier cosa es mejor que el celestial aburrimiento a pesar que “El Infierno es un lugar en el que no podré beber.” La ascética de la materia, que en su rebeldía comparten Pedro de la Peña y Pierre Teilhard Du Chardin se manifiesta en todo su colorido a través del poemario:

En la la exuberancia de los sentidos mostrada en el Segundo poema de la selva amazónica con “las orquídeas felinas aromando el ambiente de las charcas hediondas y su fragancia célebre”.

En la pulsión erótica del amor, donde el amantes se rinde a su fiebre como Extensión del encadenado y ruega: “Ven llena de ti misma, con la bata entreabierta,/ y extiéndete ante mí como una ave propicia”, “Finge que ese cuerpo se me entrega gimiente/ cuando sé que es la daga que cancela mi vida”.

En la ternura de un ruego escaso de fe en la Invocación a María “Nadie nos salvará, si Tú no lo haces,/ escondiendo a la muerte en tu regazo.”

En la tristeza de los recuerdos Vaciando la casa de los muertos: “Esta certeza, esta seguridad de que las cosas que les pertenecieron jamás han de ser mías, pues suyas son”.

Y en la adoración a la mujer y a Las Diosas recordadas donde el poeta confiesa: Hoy sé bien que la culpa no consistió en amaros, sino en amaros mal y haberos perdido”.

También en los poemas inéditos hace gala la variedad de planteamientos desde el que cree en los milagros y en Cristo hasta el que busca el último éxtasis del placer como se busca una rara avis, y asume que en la llegada del tiempo de la Nada, tras el punto final, lo que sea será.

La evolución de los años se aprecia en la creciente sencillez del poeta, como en todos los genios, hacia una mayor oralidad natural del poema. Aunque conserva el oído experto de la musicalidad métrica, Pedro J. de la Peña, va desnudándose de adjetivos y otros ropajes y en ocasiones se vuelve diálogo, o se expresa mucho más con mucho menos. Esa capacidad sencilla de la verdad como la nostalgia de un hijo al perder a un padre resulta magistral en poemas como La muerte de Dios: “Seis años ya, y aún permanece tu rostro/ sereno y sonriente en la fotografía/ que adorna mi despacho.” “Y esa desolación de tu vacío/ aumenta con los días en que me estás faltando.” Magnífica, la sutilidad honda de la herida en composiciones sublimes como Lluvia en Haití: “…un ser que me es extraño,/ que me viene a buscar, que he visto muchas veces/ debajo de esa lluvia tremenda, persistente…/Como si fuese el rostro de mi madre.”

En suma, hallamos en Poética del frío, la voluntad de vivir, la exploración vehemente del aquí y ahora que reclama el goce sin juicio, que no sin criterio, apresando por instantes la belleza esquiva, mirando el gran enigma de la vida, de cada lugar, de cada relación, de la naturaleza vegetal y animal, del cuerpo. Su voluntad de vivir se postra ante una grandeza inaccesible que se intuye al mirar las estrellas, o se desea para trascender la Nada, la soledad sin tregua que es el auténtico frío que podría dañarnos.

Concédame el lector el privilegio de terminar con mi poema favorito de esta antología, fantaseando con que fuese un poco mío, pues mío es también su nombre, Salomé. Dancemos y brindemos ahora por si no se puede después pues como dice el poeta: “Son muchas las serpientes y pocos los espíritus del ángel que libre vuela y cae y se destruye”. “Limítate al amor a la insurgencia, y mantén el rostro altivo… hasta el último instante.”

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