Al amanecer, en espera de la noticia que cambiaría mi vida, me pregunté ¿quién es el hombre más poderoso del mundo?
Si usted se plantea la misma pregunta, quizás hará como yo, pensar primero en el hombre más poderoso en su país de origen, todos somos algo chovinistas. En mi caso pensé en un dictador, Pinochet, quien en un momento de la locura del poder absoluto impuso una constitución a su medida, que en su delirio de grandeza dijo: “en Chile no se mueve una hoja de un árbol sin que yo lo sepa”, que persiguió sin piedad a quienes nos oponíamos, que torturó, no directamente, los hombres más poderosos utilizan a otros para reprimir.
Pero, pensándolo bien, era el hombre más poderoso de Chile, y como me preguntaba por el hombre más poderoso del mundo, me pareció un poco mequetréfico, una patada de pulga en el poder del mundo.
Avergonzado de mi acto de soberbia lo descarté y seguí mi búsqueda.
Pensé en el secretario general del Partido Comunista en la otrora Unión Soviética, allí estábamos hablando de las grandes ligas, el hombre más poderoso era el Partido que autogeneraba su dirección, sacaba los dirigentes de su escuela de cuadros de tal modo que no pudiera haber disidencia –escuela de viejo tipo donde el pensamiento no está permitido– y el que criticaba era obligado a hacerse una autocrítica, pública, humillante, y con suerte terminaba en un campo de reeducación y no en una fosa común como en los tiempos del Padrecito de la Patria, Joseph Stalin.
Fue la inmovilidad su sentencia de muerte, el mundo se renovó y las viejas estructuras cayeron, como un muro se derrumbaron.
Arrepentido de alguna vez haberlos visto como ejemplo, los descarté. Además, además ya son historia, y los pocos satélites que quedan van rumbo a ser historia, así que continué mi búsqueda.
Pasé por Mao y su biblia roja, su revolución cultural. El intento de destruir la cultura del mundo para crear su propia cultura lo sumió en la ignorancia, así que lo deseché y continué mi búsqueda.
La ignorancia, la soberbia, el intento de ser la palabra, la ley, el ser intolerante, cruel, dividir para hacer desaparecer al oponente, Stalin, Mao, Pinochet, Franco, Hitler, Mussolini, todos eran hilos de la misma cuerda.
Me avergoncé de no haberlo pensado antes. Si nos vendieron la idea de que vivimos en el país más poderoso del mundo, el del armamento más moderno y potente, el de la economía que avasalla al mundo, el ejemplo que todos los países desean seguir, entonces lo lógico es que el presidente de los Estados Unidos fuera el hombre más poderoso del mundo.
Tiene las características de sus antecesores, soberbia, creer que diga lo que diga, por contradictorio que sea, es verdad por lo que él, el supremo, lo dice. Puede mentir, pero cuando su palabra es la ley nadie puede oponerse.
Aprendiendo de los otros piensa que las elecciones son una muestra de debilidad, que son un fraude si se siente perdido, ¡cómo su pueblo lo puede rechazar!
A diferencia de Mao no puede proponer una revolución cultural por lo que de cultura no tiene idea, a diferencia de Hitler no puede crear campos de concentración, pero se consuela creando barrios de concentración, a diferencia de Franco no puede aplicar la pena del garrote, pero puede mandar a sus federales a dar garrotazos a aquellos que manifiestan en las calles su oposición al caudillo.
A diferencia de Calígula no puede hilvanar un discurso sin tener que leer lo que le escriben en una doble pantalla para dar naturalidad al movimiento de cabeza, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda para de vez en cuando detener el movimiento en el centro, salirse del libreto y dar el tono de burrada a sus discursos.
Frente a su impotencia para enfrentar una pandemia que nos diezma, de llevar a la muerte a más de 152.000 personas, y seguimos contando, me pregunto:
Si Donald J. Trump, es el hombre más poderoso del mundo, ¿a dónde vamos?, ¿arrastrará a los Estados Unidos en su caída?, ¿caerá?
Me avergoncé nuevamente, no debí buscar al hombre más poderoso del mundo, debí buscar cómo hay que sacarlo del poder y enviarlo al basural de la historia. En realidad, el hombre más poderoso del mundo fue investido por las grandes corporaciones, por los lobistas, y no es otra cosa que una vieja marioneta con ínfulas de grandeza.
Al dejar de pensar en el poder comencé a imaginar cómo el hombre más poderoso será representado en el teatro del mundo. Pensé en Bertold Brecht y su Terror y miserias del tercer Reich, pensé en El canto del fantoche lusitano de Peter Weiss, pensé en Calígula de Camus, pero el personaje me seguía dando vueltas en mi mente y me pregunté si, clarividente, Alfred Jarry no nos estaba anunciando a este moderno y monstruoso Père Ubu que hoy habita la Casa Blanca.
* Escritor y director de teatro chileno, miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE). Reside en Nueva Jersey, EE UU.