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La ventana indiscreta de Alfredo Hitch-Cot

Reseña de la novela "El bulevar de las hormigas", de Alfredo Cot González
lunes 20 de julio de 2020, 17:47h
El bulevar de las hormigas
El bulevar de las hormigas

El bulevar de las hormigas, desde su título, nos remite a una avenida ancha, generalmente arbolada y con un andén central. Un bulevar. Esta es la estructura del libro, un paseo de amplia visión en torno a la pequeñez inmensa de cada persona. Un recorrido cinematográfico, que convierte al lector en un espectador voyeur, con una perspectiva privilegiada, casi obscena al estilo Alfred Hitchcock, situado en la planta más alta del edificio, quien contempla junto a Ronny, el gran director de la compañía, a los operarios diminutos que realizan la demolición de los decorados.

Ese erotismo del descubrimiento es la primera clave de un cinéfilo, o de cualquiera que asome su nariz curiosa a una obra de arte como acto de comunicación, como esta historia, con su poder para desnudarle, para mostrarle su propia futilidad. Nos acompañan en este viaje las sugerentes ilustraciones de María Blasco Arnandis, que plasma en la cubierta al ser anónimo sin rostro, solo un número en las cifras esquemáticas, el alma mediocre o sometida, en cada ciudad que visita el argumento (Macao, Casablanca, Nairobi, Kabul, Moscú, Cracovia…)

“Cualquier viaje es más que un viaje de ida, un viaje de vuelta. Y también una búsqueda”. Con estas palabras, nos brinda Santiago Álvarez, autor del prólogo, la otra clave del argumento. La travesía personal del protagonista, Samuel Banks, por distintos escenarios en los que este Ulises urbano ejerce de antihéroe en su particular odisea vital.

La claridad del conflicto principal, un guionista necesita escribir el guión de guiones, la opera magna de su vida, se expone desde las primeras líneas y mantiene el foco en los avances de cada capítulo, como en la Ítaca soñada a la que regresar triunfante o derrotado. “Quiero acercarme a lo extraordinario. Soñar con el suceso, la aventura, con el cambio, con situaciones abiertas, espinosas, originales. Estoy aquí para soñar”

Alfredo Cot, acompaña en esta narración al personaje en sus errores y aciertos, en su humanidad sin otro aderezo que las piezas musicales que abundan. Un personaje que se reconoce hormiga en un mundo de peones. Un hombre que sale de la ratonera subterránea, un sótano de oficinas, sin posicionarse del lado de las víctimas, dispuesto a pagar el coste de la libertad que le exigen los gatos mayores, el precio de la fama.

En esa lucha por abandonar la ignominia, por ser alguien, la creatividad es el arma que nos valoriza devolviéndonos, junto a Samuel Banks, el control de nuestro destino. O tal vez, la ilusión de control, la posibilidad de ser únicos.

Únicos son, sin duda, los destellos de genialidad en esta novela, las imágenes simbólicas que nos ofrece el autor. Así, la vivienda del protagonista, sitúa su ventana frente a un muro de una fábrica de muebles de madera, con olor a barniz, y evocación de termitas, consumiendo lo único parecido a un hogar, aplazando incluso su boda, serrando cualquier posibilidad de prosperidad en los vínculos. Con frases que iluminan la prosa: “En lo sucesivo enamoraré a cabras, conejos, gallinas, perras y luego lloraré” “Te conozco desde hace tiempo, en papel, en blanco y negro, en celuloide… pero te conozco”.

En la maraña del bulevar, el caos se ordena gracias al amor, aunque es infrecuente, y a menudo las relaciones se perfilan como fotogramas, espejos de nuestras miserias y fantasmas. Nos vemos reflejados en el otro, y hay que lidiar con el miedo a entregar demasiado, a amar, sencillamente amar, con todas las consecuencias, perdonarnos por hallar nuestra faz en los ojos ajenos, ser vulnerables, débiles.

El autor del Abecedario de Flores, habla aquí el lenguaje de las ciudades y obras artísticas que recorre, manejando distintos narradores y puntos de vista para acercarnos con exquisito acierto al lado femenino de la epopeya. La mirada de Penélope, (desdoblada a cara o cruz en Anny y Stella) la mujer arquetípica que aguarda la evolución del héroe, defraudada, odiada por mantener su esperanza sobre un hombre o un traidor incapaz de afrontar la limitación o su lucha interna.

Somos hormigas, y Cot, desde su ventana indiscreta, nos recuerda nuestra insignificancia, ambiciones y sueños a veces se evaden en medio de la adicción, al alcohol, a la cocaína, al cine… no hay para los personajes como Banks mucha diferencia. Estamos entonces frente a una novela sobre frustración y grandeza, ambición y conformismo, donde algunos perdedores optan por reducir sus metas ante el peso de la realidad que aplasta, mientras otros descubren que la única opción es crecer o autodestruirse; la acción desesperada surge del impulso de supervivencia o autodestrucción.

El sentido, si es que hay un sentido vital, se busca en cada escena, en cada una de las célebres referencias cinematográficas de la trama. Apocalipsis Now, Memorias de África, El último tango en Paris y tantos otros escenarios de poderoso magnetismo que usa el autor para imantar nuestra atención hasta el desenlace.

Para concluir, hallaremos en El bulevar de las hormigas, la extraña dignidad del compromiso hacia uno mismo, hacia el cielo ancho, de esa gran avenida arbolada que es el mundo, o un viejo plató de cine caduco, desvalijado.

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