Esta primera edición publicada por la editorial Tigres de papel en su colección Babel es bilingüe, Sánchez Guallart concibió esta obra en valenciano, su lengua vernácula, y él mismo se ha encargado de traducirla al castellano. Las páginas pares (y de color blanco) corresponden al poema escrito en valenciano y las páginas impares (de color negro) albergan la traducción de los poemas.
A poco que comencemos la lectura del poemario comprenderemos el porqué de las decisiones del autor: ocho años de su vida, páginas negras, lengua vernácula, fechas como títulos de los poemas, etc., y advertiremos cómo ninguna de ellas fue tomada por motivos estéticos, sino por una necesidad vital, primero, expresiva o de supervivencia, y después, como digna forma para gestionar el dolor y rendir un sentido homenaje —recordemos la palabra `despedida´ del título del libro— a los seres queridos que se han ido.
En la página once encontramos un poema que nos habla de la rabia y su condición estéril frente a los problemas que no podemos solucionar: «rabia infértil»; «inútil rabia», pero a pesar de todo, ese sentimiento humano responde a una sed de superación que no podemos ocultar pese a su intrascendencia: « […] que busca una salida / hacia la luz». La sensación de impotencia provoca expresarnos por incontinencia: «A veces la rabia y el dolor / deciden ser una sola llama / y es cuando necesito una pluma / un vendaval, un cuerpo, un faro / que señale mi lugar a los abrazos». Hemos dicho rabia, pero ¿de qué?
No hay más que introducirnos en el siguiente poema para descubrir que este diario está escrito por la enfermedad y muerte de los padres. Sánchez Guallart se desnuda en sus versos como nunca lo ha hecho hasta ahora y cada retazo de vida que describe en sus poemas representa una pequeña porción de su dolorosa despedida. Ahora comprendemos que el poemario está escrito en valenciano porque esa es la lengua en la que hablaban sus padres. Las páginas pares son de color negro por el luto de su muerte. Poemario-río, los ocho años que enmarcan los poemas fueron la duración de ese proceso iniciado con la enfermedad y los títulos de los poemas, como no podía ser de otra manera, son una coordenada tempo-espacial que aspira ser el ancla sobre cada recuerdo, un ancla que aspira a retenerlos del olvido.
Como toda indomable llamarada, los poemas están escritos en verso libre y sin rima. Los títulos de los poemas comienzan con tipografía minúscula, pues todos ellos son hojas de un mismo árbol. El dolor es quien engarza cada poema-lágrima formando un único rosario. Sánchez Guallart mata a su hablante lírico para ocupar su lugar: «Ellos / son ahora apenas dos niños / dos llamas varadas». El autor renuncia a puntuar con comas sus poemas excepto en un comentario parentético. Este hecho redunda en la propensión a la elipsis, evita una lectura rápida e involucra al lector activo con su particular distribución de la sintaxis: «Y hoy sus manos en la mía son frías agujas sin savia / y sus pasos cansados transitan / la agridulce geografía del olvido».
La terrible realidad a la que el curso natural de la vida nos somete, obliga a desandar, a desaprender ciertas costumbres, roles y funciones que, en este caso, la enfermedad se encarga de reconfigurar: « […] aprendo con ellos unas nuevas reglas / en las que puedo ser hijo y padre a la vez». Las sensaciones que esta lectura provoca traen a la memoria el desasosiego de La casa encendida de Luis Rosales y Las cenizas del nido de Ricardo Bellveser. Sus padres están, pero no están. Ese no estar es casi o más duro que la propia ausencia. Nadie está preparado para eso.
La partida del padre es revelada en la página diecisiete, un poema de veinticuatro versos en el que la palabra `muerte´ se repite hasta catorce veces: « […] muerte sin zapatos / sin Rosa / ni amuletos / muerte en las lágrimas de los huesos // viajera muerte». Sus cenizas son esparcidas en el mar en la página veintiuno. Imagino al poeta, ansioso por transformar en arte su dolor, mientras forcejea con un angustiado hijo al que no le salen las palabras. Ocho años de anotaciones. Ocho vueltas al sol soportando la caída.
“Jueves 25 de marzo 2010”: «Hoy / voy a ver a mi madre […]»; «Ella no me espera / ella no espera a nadie / pero sabe / que la muerte no es eterna». Cuando el dolor descrito es tan universal y cotidiano su contagio es instantáneo. Los poemas en los que Sánchez Guallart acompaña a su madre son cada vez más duros, su lectura hace mella por su transparencia, diáfanas imágenes, cortantes versos que golpean y estremecen el corazón: « […] no me niegues madre»; «busco / en el gélido callejón de tu demencia / la pausa de ese dedo acorazado / acariciando mi mano tu pellizco / infantil […]». La ternura del hijo se mezcla con su desesperación: «tú no madre / tú no // no tu / no tu no / NO». No es preciso que nadie explique que estos versos se declaman llorando: «en tu letargo yermo / hiberno / en tu menguante caja sin música / me deshilacho // te niego madre niña te niego»; «ya no te llamo mami»; «no debo llorar / madre no me veas». Nos encontramos en la página cincuenta del libro, queda mucho más por leer, pero sin embargo, algo me dice que, como crítico literario, me queda poco más que comentar. Con lo dicho hasta ahora pienso que es suficiente para recomendar a los lectores acercarse a este libro. Su poesía-verdad se encarga de indicar si estos poemas son para nosotros ahora o quizás lo sean de aquí a unos años. Solo es cuestión de tiempo.
Comencé esta reseña con el hambre filóloga que empuja a un exégeta a descifrar un enigma pero, tras descubrir que realmente estoy enfrentando un cuaderno en el que alguien vertió todo su daño, algo me dice que no debo frivolizar con ello y seguir llamando `literatura´ a algo que no lo es. Solo por llevar un código de barras en la contracubierta y venderse en librerías no podemos llamar a este libro `poemario´. Este libro es un grito desgarrado que desborda a quien lo emite, un alarido que provoca una correspondencia emocional en los lectores. Poesía tan íntima como el dolor que describe. La valentía de Sánchez Guallart es admirable. Aparecen listas larguísimas con los nombres de todos los medicamentos que debe administrar a su madre, sueños en los que Rosa y Antonio pasean de la mano en dirección al mercado del pescado. Su alma es un espejo lleno de lágrimas que devuelve un reflejo todavía nítido de sus profundidades. Todo el libro ostenta una intensidad pasmosa.
Eloy Sánchez Guallart es uno de los miembros de la tertulia poética castellonense El Almadar y colabora habitualmente con sus textos en su revista Azharanía. Ha participado en las antologías de varios autores Poetas del 15M (Séneca, 2011) y Arando versos (ACEN, 2012). Recibió en 2018 el Premio Qubo a su trayectoria como poeta. Su poesía se caracteriza por el irracionalismo, la experimentación de un creador de lenguaje —exopoeta— con vocación de disidencia, aunque en este poemario todas sus aspiraciones estéticas se han visto sometidas a su desahogo espiritual. Con Diario inacabado de una despedida, Sánchez Guallart nos ha entregado un obituario lírico de calado estremecedor. Como crítico, el efecto que ha causado su lectura en mí es esta reseña —también— inacabada, pero eso sí, de una maravillosa bienvenida.
Puedes comprar el poemario en: