Se lamentan, como debe ser, de la mala suerte que ha corrido el castillo destruido casi ad integrum, y solo salvada la llamada torre del Caracol. La villa predilecta del rey Fernando II de León y, porque no decirlo, de su hijo Alfonso IX, casi fue arrasada en su fábrica emblemática. En el malhadado siglo XIX; que tan miserable fue para el Reyno de León, y más si cabe para el País Leonés, hubo posibilidades de que fuésemos ignotos por la historia hispana, devorados por esa inexistente anhistórica y acultural Corona de Castiella; la piqueta de lo iconoclasta trató de derruir el pasado medieval peninsular, por aquel atrevimiento indecente de los hispanos de esa primera mitad del siglo que se atrevieron a llamar “edad obscura” a la ubérrima Edad Media peninsular.
En el libro se cita el caso del palacio de los monarcas de Pamplona primero y luego de Navarra, sito en Olite, que fue salvado de ser arrasado, por el esfuerzo del profesor Iturralde y Suit, acompañado por los dibujos de Pérez Villamil y los textos de Gustavo Adolfo Bécquer. No tuvo tanta suerte Benavente, cuyo alcázar fue primero expoliado, luego dinamitado y, a continuación, para mayor escarnio, utilizados sus restos para pavimentar las calles. Los condes de Pimentel ya lo habían abandonado en el siglo XVII, y desde ese momento sería un caserón destartalado. Dos milicias bárbaras utilizaron el solar hispano, España y Portugal, para dar rienda suelta a sus desmanes imperialistas, Inglaterra y Francia; ambas actuarían en las Españas como alimañas de rapiña; en el caso de Benavente los británicos quemarían sus preseas (regalos y joyas) en la Navidad de 1808. Unos días después, no conozco si a priori o a posteriori de su actuación vandálica en el Panteón de Reyes de León, donde los mamelucos destrozarían las tumbas y los esqueletos de los monarcas legionenses, esas turbas francesas avivarían el fuego y arrasarían todo el complejo arquitectónico restante. “A destruir concienzudamente un castillo de renombre más que español”.
En 1903, los restos de la fortaleza se habían utilizado, de forma espuria, para la construcción o el mantenimiento de casas e iglesias, y la sorpresa del historiador y arqueólogo Gómez Moreno sería monumental, aunque la cuestión ya era irreversible. Tal como se nos indica en el prólogo, esta obra es una reedición parcial de la del año 2007, ya que el texto se ha incrementado de forma considerable. La fortaleza de la nobleza leonesa de los Pimentel, en la villa leonesa de Benavente, era el solar primigenio del linaje condal. Una levísima crítica: “A pesar de la imponencia exterior, las mejores galas lucían intramuros, según la moda de la Castilla bajomedieval…”, difícilmente puede tener ninguna moda castellana, ya que Benavente fue-es-será Reino de León, y en ninguna circunstancia ha desaparecido en TODO EL MEDIOEVO EL CONCEPTO DE LEÓN; verbigracia la titulación de los reyes SIEMPRE ES, para mí rigor documentado: REYES DE LEÓN Y DE CASTILLA o viceversa.
Entre 1968-1972 se crea el Parador de Turismo Fernando II de León, lo que me parece un acierto absoluto, aunque ese edificio fuese el solariego de los Pimentel; ya que en algún lugar debió de celebrar las cortes legionenses dicho soberano y su genial e inteligentísimo vástago zamorano. El capítulo dedicado a los castillos es de una riqueza eximia. Aquí aparece el nombre del personaje regio central de mi quinto libro titulado: “Urraca I de León. Primera reina y emperatriz de Europa”, una muyer fuera de serie, inconmensurable; es la hija de Alfonso VI de Llión, donde se cita el nombre de Malgrat anterior al de Benavente. “In castro quod dicitur Malgrado” (año-1115).
Será en el año 1168 cuando aparezca en las fuentes el nombre actual de Benaventum-Benevento. Como es sabido un castro es un campamento romano fortificado y permanente, y con todas las garantías de defensa y de mando, incluyendo un Legatus Augusti. Pero, remedando la esencia de los romanos, entre los siglos X y XI se refiere a un cerro fortificado, que es la defensa dominante de viejos lugares prerromanos o protohistóricos, que en el caso de Benavente sería de rigor pensar en la gentilidad de los ástures cismontanos o augustanos. En 1158, se tiene la primera noticia de la repoblación del lugar de Malgrat, ahora convertido en Benavente. Fernando II de León repoblará el territorio en el año 1167, como caput de un territorio extenso y vital para la monarquía legionense. “Cuando el rey don Fernando hizo poblar el alcázar de Maldrag”. Será convertido en señorío de los Pimentel en el siglo XIV.
Será el segundo conde, Rodrigo Alonso de Pimentel (1420-1440), quien amplió y completó el regio alcázar de Fernando II Adefónsez de León. El definitivo creador de la fortaleza malgratense será el conde Rodrigo Alonso de Pimentel (1461-1499), creando uno ex novo. El cronista e historiador de los Reyes Católicos, Lucio Marineo Sículo, estuvo poco tiempo después del año 1484, y aporta información sobre la creación del nuevo alcázar. En suma, con todo fervor e ilusión, recomiendo esta obra literaria magnífica, que aquí solo he esbozado. Otro “TROZO” importante de la historia leonesa. Et hoc est quod Comites!
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