“El hombre que tiembla” es el resultado de su experiencia con la depresión que padeció tiempo atrás, un mal contemporáneo fruto de la modernidad superficial en la que vivimos. El miedo, la angustia, la desesperación y la rabia son las cuatro paredes de cristal en las que se encierra la depresión. Una novela sincera y audaz donde se adentra en una de las enfermedades más común y, al mismo tiempo, más silenciada tanto por los que la padecen como por la sociedad. Andrea Pomella ha tratado el problema de la ansiedad en su justo término. ¿Cuándo decidió plasmar en un libro su experiencia con la depresión? Fue durante una crisis depresiva más fuerte de lo habitual; en ese momento sentí la necesidad de narrar el mundo a través de los ojos de un hombre que sufre depresión. Sobre todo me animó el hecho de ponerme en el doble rol de quien se está ahogando y de quien permanece a la orilla viendo como bracea el ahogado. En definitiva, tenía un punto de vista privilegiado sobre un tema que, de normal y por su complejidad, no se presta a ser contado. Pero, para un escritor, tener un sitio en primera fila siempre representa una oportunidad inestimable. ¿Le ha sido difícil hacerlo? ¿Cuesta desnudar el alma ante el lector? En realidad no entiendo la escritura autobiográfica como una práctica que me obligue a desnudarme ante el lector. Es más, considero la novela como una armadura en la que escudarme. Si existe un problema de pudor no sería el de desnudarme ante el lector, en todo caso sería el de desnudar al lector. Ningún libro hace que las miradas de los demás sean insostenibles pues ningún lector podrá hacérsela notar al autor, sino que la sentirá sobre sí mismo y sobre sus impulsos. ¿Hay algún acontecimiento personal que no haya querido contar en el libro? Los acontecimientos personales existen en el plano real. Los sucesos que se encuentran en una novela no reproducen la realidad, la reconstruyen. En este sentido, la novela tiene vida propia. Considero que es erróneo relacionar los acontecimientos personales con la historia que leemos entre las páginas de un libro, incluso cuando el libro en cuestión declara abiertamente su origen autobiográfico. Temblar, llorar… A los hombres nos han educado para que no mostremos en público nuestras debilidades. El título del libro, ¿surge de una reflexión parecida? El título del libro viene de una frase de Grande Sertão, el libro de João Guimarães Rosa. La frase dice así: «El abacá se doblega ante el viento por cada lado. ¿El hombre? Es algo que tiembla». Al contrario de lo que se pueda creer, una planta que se doblega ante el viento no muestra debilidad. Se doblega y tiembla porque todavía está anclada a la tierra. Por lo tanto es una señal de algo que, a pesar de la tormenta, sigue vivo. ¿Es la angustia la puerta de entrada a la depresión? Nadie conoce cuál es la puerta de entrada a la depresión. Ni siquiera en el ámbito científico se han puesto de acuerdo. Todavía se debate si el origen es orgánico, psíquico o ambas cosas. Durante gran parte de mi vida he creído que el origen de mi depresión debía buscarse en mis traumas infantiles, pero un análisis más profundo me ha hecho inclinarme por algo más complejo: una dolorosa conciencia que me pertenece desde que soy consciente del mundo, es decir, incluso antes de que se cometiesen los errores en mi familia. La depresión es en el fondo una enfermedad de la conciencia, es como tener una piel frágil e hiperreactiva. Usted dice en "El hombre que tiembla" que tener una depresión es caer en un agujero negro. ¿Cómo se sale de allí? Una pregunta que me suelen hacer es: «Para salir de ese agujero negro, ¿has logrado encontrarle un sentido a las cosas?». Bueno, yo considero que encontrarle un sentido a algo implica atribuirle una cualidad, etiquetarlo, como se hace con la fruta en el mercado, reduciéndolo a un nombre, a una única cualidad. Creo que me siento fuera del agujero negro cuando reconozco la complejidad de cada cosa. Amo profundamente la complejidad, la belleza del mecanismo. Sin embargo, detesto esta época en la que impera el maniqueísmo, la polarización, la síntesis extrema. Cada objeto, cada individuo, cada sentimiento, cada relación representa un mundo, un sistema de partes que interactúan entre sí. La salvación viene de ser capaz de vislumbrar todo esto de nuevo. “La depresión es una ausencia total de sentimientos”Usted cita a la angustia junto con el miedo, la desesperación y la rabia en su libro. ¿Son los cuatro pilares de la depresión? Existe una gran incomprensión subyacente respecto a la depresión. A menudo se la confunde con sentimientos como la tristeza y la melancolía. En realidad, la depresión es una ausencia total de sentimientos. Es similar a la sensación que se siente al entrar en una habitación completamente vacía. Angustia, miedo, desesperación y rabia son, como la tristeza y la melancolía, reacciones humanas a estados concretos del ser. En general, a la depresión no le corresponde ninguna reacción. Languidece en un completo estado de paralizante indiferencia. ¿Cuándo supo que había caído en una depresión? Lo supe bastante pronto, de pequeño, aunque tardé mucho en atribuirle un nombre. Durante años pensé que era una simple tara característica; además, mi familia de origen interpretaba así mi conducta y mi mal humor constante. Solo de mayor comprendí que en realidad ese no era mi verdadero estado, sino que era una enfermedad. Esta toma de conciencia fue fundamental porque, si hay una enfermedad, es posible que haya una cura. ¿Qué se necesita para superarla? Para superarla es necesaria alguna forma de reconocimiento, es decir, tener entorno a ti personas que no digan banalidades estilo: «¿Pero qué te falta realmente?»; o «Sal a dar un paseo, verás qué bien te viene»; o peor, que te culpabilicen. Las personas que sufren la depresión, ¿sufren más un abandono propio o de los familiares? Una persona que sufre depresión es alguien que, en primer lugar, se ha abandonado a sí misma porque no encuentra ningún estímulo en la confrontación con la realidad. En el yo es donde se producen nuestras batallas más feroces. Si el mecanismo de oposición a la realidad mengua, la vida también lo hace. ¿Prefirió los fármacos o la terapia con el psiquiatra? Los especialistas dicen que se consigue una cura cuando se logra encontrar el equilibrio justo entre el psicoanálisis y la terapia farmacológica. Para mí los fármacos han sido esenciales, sobre todo en la primera fase, para encauzar una situación bastante crítica. Con el psicoanálisis se necesita mucho más tiempo para obtener resultados notables. Y, en mi caso, no creo que la relación costes/beneficios fuese productiva.
Usted es, además de historiador del arte, periodista. ¿Se trata poco el tema de la depresión en periódicos y libros? Es un tema que da miedo porque forma parte del círculo de las enfermedades mentales. En el mundo todavía hay un gran estigma social a la hora de tratar a las personas que sufren depresión. Una familia que tiene en su interior a un enfermo por depresión tiende a esconder la enfermedad, a minimizarla, incluso a avergonzarse de ello. Un depresivo da mucho más miedo que una persona con cáncer, porque las manifestaciones mentales pueden provocar comportamientos irracionales. Solo hay que pensar que en el mundo hay más de trescientas millones de personas afectadas por depresión, un número más grande que, por ejemplo, los drogodependientes. Y, sin embargo, por todos lados se habla de estupefacientes: en los libros, en las películas, en los periódicos. Mientras que de la depresión se habla poco o nada. Por esto se sabe que estamos frente a un tabú cultural. ¿Prefiere la sociedad no abordar un tema tan espinoso y cotidiano como la ansiedad? La ansiedad es uno de los motores de la moderna sociedad capitalista. El sistema productivo, los estilos de vida, los mecanismos que instan a la productividad; todo está basado en la ansiedad. Si la ansiedad no dominase nuestras vidas, las ciudades tendrían un aspecto diferente, las personas no se creerían la publicidad y no sería posible suscitar en ellas esas necesidades que después se traducen en consumo. En el libro vemos dos estilos literarios, por un lado tiene forma de ensayo; pero muchos pasajes, llenos de conversaciones, tienen más de género novelístico. ¿Cómo decidió unir ambos estilos? No me reconozco en las formas de novela canónica, creo más en el híbrido entre géneros. El lenguaje del ensayo, del reportaje, de la narrativa, han dejado de ser sectoriales. Esto es evidente, por ejemplo, en las series de televisión y en los documentales. Considero que en la literatura funciona de igual manera. La complejidad de los tiempos en los que vivimos requiere nuevas formas de narración, difícilmente representables por un solo género. Ha sido galardonado con el premio Napoli y nominado al Strega. ¿Qué le ha supuesto estar en ambos galardones? No opino que los libros sean criaturas animadas por un espíritu competitivo. Los libros son sistemas complejos que juegan una partida contra sí mismos. Un libro gana o pierde en relación a sí mismo, a la realidad que crea, al espíritu que lo anima. No gana o pierde en el enfrentamiento con los otros libros. Dicho esto, gozo de placer al participar en los premios literarios, sobre todo cuando se traducen en oportunidades de encuentro con el público lector. Si luego se da el caso de ganarlos, soy todavía más feliz. Puedes comprar el libro en:
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