Ángel Guinda (Zaragoza, 1948) es un poeta que, entre otras, tiene dos obras indelebles, tituladas Vida ávida y Espectral; un autor sencillo, hondo y comprometido, cuyos poemas han sido llevados a la canción por María José Hernández, Amaya Uranga, Tomás Bosque, Rosa León y otros. Ángel Guinda es un escritor que acaricia la inmortalidad; una persona despersonificada, pues no lleva careta; alguien que desmiente el significado de la palabra “persona”, que en latín significaba máscara, es decir, desmiente a Pessoa pues nunca ha querido ser un fingidor. Ángel Guinda es un hombre al que un ángel le ha dicho mientras dormía: “No soy el amor, amante: la Muerte que Dios te envía”; a lo que ha respondido: “¡Déjame vivir un día!” Ángel Guinda es alguien al que siempre le gustó recitar, fumar y, sobre todo, amar, por lo que, ahora que se siente mayor, celebra el deslumbramiento de vivir con la reflexión serena pero no rendida de la experiencia, en un libro compuesto de dos títulos que son como el reverso de una moneda: Los deslumbramientos y Recapitulaciones, dos obras en una que publica la Editorial Olifante. En Los deslumbramientos, Ángel nos descubre al hombre que nunca escondió: epicúreo, intenso y existencial; un ángel que se bebió la vida a tragos, deslumbrado por el amor, la amistad y la belleza, pero que se resiste a pensar que fue una obcecación pues piensa como Borges, que sus “padres le engendraron para el juego arriesgado y hermoso de la vida” y, a diferencia del argentino, sí ha sido feliz, o casi, que es lo mismo, como cantaba Silvio Rodríguez; sí ha amado, vivido y gozado, así que antes de irse ha decidido convertirse en sacerdote de la antigua Roma y animarnos como Catulo: “Vivamus atque amemus”, pues, nos dice, envejecemos, dejamos de ser lo que éramos y nos iremos. Ángel Guinda juega a ser Houdini, un mago de la palabra que aspira a desaparecer aunque con arte; juega a decir adiós, fatigado de darse walks on the wild side, como Lou Reed: disfrutar de los tugurios, apurar la copa de la vida e intoxicarse de sinceridad: “La vida es nuestra. / Nosotros somos la muerte. / (Cuando la luna se va como un borrón / el sol se esparce como un huevo roto.) / A cada uno acallará el silencio, / arrasará el olvido a cada uno. / ¿Desaparecerá todo lo aparecido? / Así es, así fue, así será”, canta en el poema Las desapariciones, al fin y al cabo “tenemos esta vida en alquiler.” Ángel Guinda aspira ser un nuevo Séneca, aunque también Verlaine, apelando como aquel a la Sagesse, o sea, Sensatez. Ángel Guinda realiza en la primera parte del libro una exaltación de la vida a la que solo le sobran las exclamaciones, algo inevitable pues escribe para ser recitado; un epitalamio donde la desposada es la misma vida; un breve tratado de filosofía con poemas como: “Una dentro de otra llevo puestas / las casas en las que viví. / El tiempo las había precintado. / La memoria es una llave maestra”; además de poemas de delicado humor: “Sabe el gorrión a qué hora me levanto. / (Dejo, desde hace noches, / migas de pan en la terraza.) / Salgo a mirar el aire / ¡y allí está, como un clavo, / saludándome a gritos de alegría! / (O eso pienso, aún adormilado. ) / En prosa ya, sospecho / que ha venido a desayunar.” De esta manera canta en Los Deslumbramientos, con poesía hímnica que se vuelve elegíaca en las Recapitulaciones, once poemas en prosa que constituyen un moderno Ars moriendi en el que el poeta contempla su vida en llamas, sabedor de que fue él quien la incendió. De esta manera deja de ser ángel y se vuelve pájaro dispuesto a emprender el vuelo hacia el cielo de los pájaros, despersonalizándose hasta fundirse con todos ellos como un Simurgh, ese ave de la literatura iraní, que es el Dios de todas las aves, por lo que todas lo buscan hasta descubrir que es la suma de todas: “¡Y olvídate de ti para ser tú con todos los demás”, canta en Tápate los ojos, para decir en otro poema: “El muerto que llevo vivo, pronto saldrá de mí. / Como saldría el bosque encerrado en un árbol. / Nunca lo más grande debe estar dentro de lo más pequeño. / Lo que llega, llega para pasar. / ¡Siempre la luz camina a la ceguera!” Ángel Guinda nos entrega dos libros en uno que son como un Jano bifronte; un canto a la vida y la muerte; un “confieso que he vivido” nerudiano, seguido de un Ars moriendi moderno, o sea, “preparación para morir”; una oración a despecho de aquellos libros medievales de los tiempos de la peste (coincidencia profética), de allá el siglo XV; un Tractatus (o speculum) artis bene moriendi, pero también vivendi; un libro donde aquel versículo del Ars moriendi: “Ecce peccata tua / Fornicarius es”, se da la vuelta. Los deslumbramientos y Recapitulaciones son la antítesis del Diálogo y razonamiento de la muerte, del marqués de Santillana; el ars vivendi et moriendi de un goliardo giróvago que acabó en magister; un sarabaíta que corrió por las tabernas y acabó siendo poeta; un libro para sanos y dolientes, de un gran bardo; un libro magnífico. Puedes comprar el libro en:
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