PENSAMIENTO Y CONSUMO. El terco asunto no es otro que el presunto equilibrio entre verdad y mentira. Dicho así podría concernir a la aparente moralidad. Lejos de ello ambos estados han sido desvirtuados en su más degradante rostro para dificultar su distingo. No es esta una cuestión incidental o de surgimiento espontáneo. Ni tan siquiera muestra dulcificada de la historia con la que se pretende diluir o maquillar la intencionalidad manifiesta o disimulada en lo político y social. La conchabanza siempre ha entrado en juego. Su objetivo fundamental no ha cambiado por más que hoy la tintura democrática se empeñe afanosamente en recubrirlo: entronizar al poder como becerro sagrado a quien se profesa obediencia. Ídolo cuyos rasgos inmutables mantienen la fidelidad del ser humano en su propio miedo. La fe en su más excelsa extensión evangelizadora encarnada en el material sólido que la separa del alma del hombre. La triada divina -ejecutivo, legislativo y judicial- con la que se persigna la asunción sin reparos. Frente a ella el racionalismo y ese conspicuo paradigma de didactismo que, siendo elocuente en su tarea de la búsqueda de la verdad, es inoperante a la hora fortalecer el humanismo secular. El fiel de la balanza se resquebraja. El mismo peso la misma condena pero agravada por la mutación del capitalismo. Una transformación que en absoluto tiene su mejor bastión en el consumo. Esta es una etérea y superficial afirmación de matices incluso salvíficos. Es la autojustificación de los males. Entre uno de ellos y más notorio, la alienación. Aunque ni tan siquiera roce lo verdaderamente determinante: la obligatoriedad de ser felices mientras devoramos nuestra libertad. Ser permisivos para adaptarnos a las nuevas necesidades que dicen garantizar el keynesianismo y la sociedad del bienestar. El comercio de almas esta en plena ebullición. La funcionalidad intimidatoria de los muebles de IKEA y el prospecto que los acompaña con las instrucciones de montaje, se apoderan de los espacios que otros, incluso aún útiles y de bella factura, se desechan. Es la labor de termita que perfora la distancia con aquellas otras necesidades del pasado más sencillas y que ahora son ridiculizadas e incluso se denostan. La complejidad del mundo es como la lectura. Por más que se pretenda ambicionar un nuevo canon literario, este ya se inmortalizó en los clásicos. La lectura de estos nos encamina al hontanar. Volver corriente arriba es regresar a la fuente donde beber el trago transparente y fresco, que se derrama por la comisura de los labios y nos refresca el cuello y las sienes como bálsamo. El pensador polaco Zygmunt Bauman, fallecido en el año 2017, desarrolló el concepto de «modernidad líquida». En ella no existen valores lo suficientemente sólidos en los vínculos humanos ya que han sido dañados irreparablemente. Lo volátil es la manifestación de la realidad subvertida. El deseo se desploma ante la avalancha de posibilidades que se le brinda. La flexibilidad es el nuevo paradigma. Adaptarse a toda costa. No importa el precio que se pague. Es el salvoconducto para comerciar con el alma a cambio de un presunto ánimo afortunado, pero suministrado como la droga soma de Un mundo feliz. En 1932 Aldous Huxley publicó esta novela que retrata una sociedad donde el estado pervierte y adultera la reproducción y asigna a las personas un status social concreto. Para tal propósito utiliza el sueño como método para la inserción de consignas y enseñanzas que aseguran aquel destino marcado. Sin embargo las constantes sentimentales son una variante aún por controlar. Para ello se suministra esta droga. El consumo de un gramo de soma equivale a sanar diez sentimientos dominados por la melancolía. Es la adicción a la felicidad prefabricada -combinatoria de las ventajas del cristianismo y el alcohol y ninguno de sus inconvenientes, según se señala en la obra- con una alianza definitiva: tecnología, religión y producción en masa, cohesionan y lubrican la maquinaria del poder. Entonces, ¿dónde situar el inconformismo, la renuncia, el rechazo, la negación a esta construcción disoluta que escupe al dolor? El pensamiento fortificado y pertrechado de desobediencia, libertad e ideas propias aún permanece en pie, como un viejo jefe sioux que trasterrado y confinado en la reserva aún sueña con la magia ancestral del paisaje al que pertenece y mantiene intacto el amor propio por sí y por su pueblo. Es consciente que nunca regresará. Incluso que su comunidad olvidará sus ancestros y rituales. Las historias que cuenta sobre aquella vida es una forma de resistencia a pesar de la derrota.
PIER PAOLO PASOLINI. Habían transcurridos nueve años desde aquella fatídica fecha del 2 de noviembre de 1975 en la que el escritor italiano apareció muerto. Su cuerpo estaba destrozado. Violentado hasta el ensañamiento. Era el 1 de diciembre de 1984. En la Maison des Cultures du Monde en Paris, Silvana Mauri, dentro del coloquio sobre el autor friulano titulado Con las armas de la poesía, en la jornada denominada Proposition pour une biographie, participó con la lectura de Historia de una correspondencia -traducción al español de Annunziata Rossi-. Habían transcurrido cuarenta años, desde aquello. El 2 de noviembre de 2015, su íntima amiga concedía una entrevista al diario Tempi, firmada por Luigi Amicone, fundador y director de la publicación. Desde entonces se había mantenido alejada de cualquier foco mediático. Su privilegiada relación la mantuvo equidistante de lo que vino en llamar «furia biográfica», el sustento fecundo en los múltiples debates y celebraciones para la voracidad impúdica, orquestada y maniquea con la que imponían la mitificación de su muerte y excluían su obra. Antepuso la fidelidad a la memoria de su amigo, de cualquier otro ventajismo de dimensión pública que pudiera granjearle otras contrapartidas que no fuese precisamente el silencio. Lo guardó hasta su fallecimiento en el año 2006. Sus declaraciones en esta entrevista conectan poderosamente con aquel documento treinta y un años antes. Ambos nos aproximan a esa velada descripción de un hombre humanísimo y del interrogante público que ejerció con permanente interlocución desde la disconformidad. Un interrogante con el que apelaba a la sociedad italiana y que adquiría repercusión internacional. «Pier Paolo me reprochaba el que no escribiera (...) En este hecho de que Pier Paolo quería que fuera escritora hay además un misterio. Un día me dijo: Si no escribes, publico tus cartas. Y eran centenares. Porque a mi Tarchetto -así llamaba yo a Pier Paolo- le escribía todos los días, por la mañana, antes de empezar el trabajo en la oficina. Usted entiende, he trabajado, durante cuarenta años, en Bompiani -editorial-. Bien, esas cartas no se han encontrado nunca». Este indicio constata el valor literario de este intercambio epistolar extraviado, que bien pudieramos intuir en Historia de una correspondencia, en la que su autora se enfrenta al dolor por la pérdida de su amigo y del amor inalcanzable, emotiva sortija conservada en cajita de plata donde duerme el deseo que no encontró acomodo. La notable capacidad narrativa de su autora sobrevuela esta circunstancia personal para describirnos la geografía emocional de Pasolini entre 1941 y 1959. Cartas que entregó a la actriz y cantante Laura Betti con la que compartían amistad. A modo de apunte ligerísimo, en estas misivas hallamos su vigor e inteligencia expresiva, la evolución y el crédito librepensador acumulado en su irreverente pero audaz intelectualidad, la contemplación destemplada de la vida mas enunciadora del milagro de la existencia, la curiosidad y experiencia expectante acumuladas para asaltar la sensibilidad y acunarla, con ese fondo lírico que insuflaba en el filo agudísimo del escalpelo con el que entreabría la verdad; la determinación en abundar en la belleza peligrosa del territorio vedado a las connotaciones sexuales y ese descenso hermeneuta al Averno para interpretar sus significados ocultos, la clarividencia y sosten de sus análisis sociológicos, políticos, literarios, cinematográficos, filosóficos que aún vibran como diapasón de afinamiento crítico y edificante transgresión. Es un texto arrobado e íntimo que nos seduce por la radiografía espiritual del hombre y su visión de la naturaleza humana. Esta correspondencia concluye con esta aseveración, «Pocos han tenido, como él, el don de expresarse y gritar en sus obras, en los ensayos, en los artículos, en el cine. Si hay un misterio que él perseguía es aquel de la existencia, del ciego existir del hombre y su sentido (...) También su homosexualidad, que hasta cierto punto de su vida lo ha desgarrado (...) Toda la vida él ha tratado de poseer el mundo, de exprear con todos sus medios su desesperado amor por la vida, hasta el acto ciego, solitario, de poseer la mocedad, la flor perfecta que renace, ignorante de sí y de la historia y también de sí mismo niño. En un acto poético por estéril que salta en un círculo su eterna infancia con su muerte. Muero siendo sólo un muchacho».
«HACER DEGENERAR LAS ANSIAS DE LA COMPRA y de la producción de algo, que es su pureza y su falta de función, este es el papel del poeta» La lectura de Pasolini desarma cualquier mención honrífica, simbólica o realista de la mentira. En la evolución de su pensamiento no se desentiende del compromiso que propugna insistentemente. Lo libera con resultados provocadores para una sociedad sumida en la complacencia. Obtiene por igual el rechazo de la derecha democristiana, la Iglesia católica, el partido comunista, el cuarto poder. Las contradicciones que se le otorgan son fruto de la falta de entendimiento de su obra que no rinde pleitesía, que es objetora de los convencionalismos y es turbadora por la suficiencia de generar ámbitos desconocidos en los que la palabra se erige voz promisoria de un mundo asediado por «ustedes con la escuela, la televisión, lo pacato de sus periódicos, ustedes son los grandes conservadores de este orden horrendo basado en la idea de poseer y en la idea de destruir.» El 8 de noviembre de 1975, en el suplemento Tuttolibri del periódico La Stampa, Furio Colombo firmaba la última entrevista que concedió el autor de La divina mímesis -obra publicada ese mismo año de donde procede la reflexión que inicia este párrafo-, realizada en vísperas de su asesinato. «Todos saben que yo mis experiencias las pago personalmente. Pero están también mis libros y mis películas. Quizás soy yo quien se equivoca. Pero sigo diciendo que estamos todos en peligro». Y ciertamente que así fue. El peligro era real y pagó con su vida. Antes entregó, como en él era habitual, un cheque firmado en blanco para que Vicenzo, esposo de Giussepina, inscribiera la cantidad del servicio. Regentaban la trattoria Biondo Tevere, el lugar donde se pierde su rastro. La madrugada cayó sobre su cadáver mancillado por la terrible paliza que sufrió en un desolador páramo de Ostia. En 1993 el director italino Nani Moretti dirigió y protagonizó Caro diario, que reúne apuntes autobiográficos en tres capítulos. En el primero de ellos titulado En mi vespa, se pregunta «No sé por qué nunca he estado en el sitio en el que mataron a Pasolini». A partir de ese momento, la secuencia se centra en un repaso a periódicos, semanarios y revistas ajadas por el tiempo en la que refieren su muerte. He inmediatamnte una secuencia que se prolonga durante más de cinco minutos inicia el via crucis motorizado descubriendo el paisaje fluvial y costero. En su transcurso nos acompaña la sublime interpretación de Keit Jarrett correspondiente a un fragmento de su obra jazzística The köln concert. Grabación realizada el 24 de enero de 1975 en el edificio de la Ópera de Colonia, dentro de una gira de conciertos bajo el rasgo de la improvisación. El pianista estadounidense nos envuelve con una atmósfera de cierta pesadumbre mas de poderosa espiritulidad, al rebufo distanciado de la Vespa que discurre por el que quizás fue el último camino que dejó atrás Pasolini. La parada, el descenso del motorista y la contemplación silenciosa, da paso a un plano de acercamiento progresivo al monumento en su memoria. Culminación del homenaje que va sumiendo al espectador complicemente desde su génesis. Una columna coronada por una paloma que en su pico sostiene una luna llena, se nos descubre rodeada de maleza. Curiosamente una portería de futbol desvencijada, emerge como un esqueleto. Imagen atemperada, en parte, por la alegoría del angulo recto de su escuadra -recordemos su apasionamiento por el balompié entre otros deportes como el boxeo y ciclismo y los artículos periodísticos que posteriormente conformaron la obra Sobre el deporte-, el contrapunto donde asoma la perdición de un balón, de una vida.
DISIDENCIA. El 15 de octubre de 1949 comienza la trascendencia pública de su sexualidad como estigma. Contaba veintisiete años, era maestro y militante político. Fue acusado por los carabinieri de Corcovado de la inducción a menores de edad a prácticas deshonestas y expulsado por el partido comunista italiano. Hasta treinta y tres veces tuvo que personarse ante el tribunal y otras tantas fue absuelto. En un interesante artículo del profesor Juan Vicente Aliaga, adscrito a la Universitat Politècnica de València, titulado Los hombres de Pasolini. Virilidad y juventud en la obra de un homosexual italiano, podemos leer: «Su homosexualidad manifiesta no le fue perdonada (esa homosexualidad que vivió en principio como trauma que fue superando paulatinamente con los años hasta hacer de ella una reivindicación palmaria como lo ejemplifican sus Escritos corsarios (1975)) así como el hecho de que retratase a esas bandadas de muchachos como objetos de deseo que a la par transgredían las leyes y de quienes, sin embellecerlos, no ocultaba la violencia en la que estaban inmersos». En la tensa beligerancia que sostuvo se hizo fuerte en la máxima de entre lo real e ideal está el vivir para contar. Pasolini hizo un canto a la oralidad. Sus obras literarias más que estar escritas hablan. La fuerza del filólogo que se adentra en el lenguaje para narrar su historia y la de los demás a los que se acerca, contempla y disfruta. Son conocidas las cenas que habitualmente compartía con Alberto Moravia y otros amigos fraternales entre 1965 y 1975. A la mañana siguiente entrecruzaban sus puntos de vista a través de los periódicos y en no pocas ocasiones continuaban el debate iniciado el día anterior. Este hecho describe una época pero también la visión y concepción de la cultura que alienta, crea, genera y regenera espacios compartidos a pesar de las discrepancias. Hoy es una químera esta manera de involucrar en el intercambio de postulados la gratificante muestra de contrariar sin encanallamientos. Elevando la incertidumbre con el propósito de iluminar con generosidad la ambición de pensar. Pero Pasolini era una amenaza. Y lo era por su pensamiento aguerrido e incómodo. Giulio Andreotti sucesor de Aldo Moro -primer ministro de Italia en dos ocasiones, que sufrió el secuestro por las Brigadas Rojas y posteriormente fue asesinado-, no dudo en manifestar despectivamente tras el crimen del escritor que «se lo había buscado». Las conexiones con la Cosa Nostra del que fuera hasta en siete veces presidente del consejo de ministros, nunca fueron evidenciadas por la justicia italiana. En el año 2019 la escritora española Isabel Martín Salinas, publicó Giuseppe Impastato. Memoria de un hombre bueno. Esta obra rigurosa y esclarecedora por su profundo análisis y ardua investigación del contexto sociopolítico y sus conexiones con la mafia siciliana de aquella época, es también apunte biográfico y crónica de una muerte anunciada, de quien perteneciendo a una saga de mafiosos, mantuvo una actitud comprometida con su desenmascaramiento. Este hecho lo convierte en símbolo de la lucha antimafia. Su asesinato coincidió con el de Aldo Moro, y aunque en principio las pruebas fueran adulteradas con la connivencia judicial y policial para hacerlo parecer como terrorista, la tenaz determinación de su madre y hermano lograron reparar su verdadera imagen. En aquellos años de plomo, siendo estos brutales, Pasolini avizora un peligro aún mayor: el depredador consumo que uniformiza la individualidad y estandariza el modelo de pensamiento transformándolo en unidireccional. No hay consistencia donde apuntalar las ideas propias. La sociedad es una gran superficie líquida donde el ser humano flota, no se hunde, pero tampoco tiene pie. Está al albur de las crecidas y corrientes habilmente provocadas. Pasolini nos conmina a que contruyamos nuestro propio pensamiento como palafito. Residiendo sobre ese manto de agua y asentando el pequeño reducto de nuestra existencia a pesar de todo. La fragilidad no necesariamente debe afligirnos ante la adversidad. Más bien nos hace ser conscientes de la dimensión humana que somos y sus limitaciones, pero también de la estrategia del contraataque oportuno para sacudir un gancho al mentón de la indiferencia.. Volviendo a Silvana Mauri y su relación epistolar, refiere: «Estoy aquí tocando el enorme tambor de mi ser». La resonancia de sus golpes de baqueta tienen esa llamada insurgente a pesar del desencanto. No tiene propósito de enmienda. Más bien lo contrario. Aunque el ojo triste de la vida le observe sin parpadear. Algunos, pocos, muy pocos, como Pasolini mantienen la mirada penetrante en él. Es un desafío. La herida inferida no es más que la puerta para acceder a esa otra estancia donde la literatura es autenticamente clandestina. A saber, aquella donde solitarios frente al espejo consentimos que en el fondo no somos tan distintos. Entonces un halo de sinceridad, sencillez y hondura nos desprende la dura costra del embrutecimiento que soportamos. La condición humana es primaria pero el alma soalza la mirada por encima de su hombro para ver más allá. Cerramos los ojos, arrugamos la frente y aguzamos el oído atendiendo a las palabras, sus palabras. Sus pasos suenan en la confusión y nos esforzamos en discernir su hermoso canto escindido de la vulgaridad generalizada de los eslóganes de las multinacionales, que nos llueven con su orina: «El que se presta humildemente a las verificaciones que el hombre hace de su difícil suerte, es, del hombre el mas tierno amigo. Y sin embargo -pensaba andando y mirando mis pobres zapatos que pisaban el barro- me iré de aquí sin saber el nombre de estas flores, que durante años fueron mis compañeras silenciosas».
Pedro Luis Ibáñez Lérida
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