“Y entonces volaron” es una novela fragmentaria y muy literaria, compuesta de numerosos capítulos breves que tanto dan fe de la memoria de un crío, siempre atento a lo que ocurre a su alrededor, como de esa otra época más madura y actual. Ambos mundos se van alternando para componer la figura de un profesor de historia de uno de esos colegios elitistas, descendientes de la antigua Institución Libre de Enseñanza.
Parece que con su nueva novela estamos ante un autor diferente. Hasta ahora algunas de sus novelas se habían circunscrito al género negro, ahora nos encontramos ante un escritor con aspiraciones más literarias que además de hacia el futuro, sabe hacer balance de sus experiencias y exponerlas con elegancia a los lectores. Como él mismo dice en uno de los capítulos del libro –no estoy seguro de calificarlo como novela- la verdad y el recuerdo casan muy mal. Puede que casen mal, pero el resultado es una obra donde prima el sentimiento y la honestidad.
Juan Laborda Barceló aborda en “Y entonces volaron” muchos de sus fantasmas y temores. La historia familiar es uno de ellos y está muy presente en el discurrir de la narración, sobre todo una historia familiar que sucedió en los años de la posguerra. Una partida de maquis asaltó un viejo caserón familiar en Asturias. A partir de los recuerdos de su abuela y tía –a las que se las tomaba como fantasiosas-, además de la casualidad, reconstruye ese pasaje que en un principio le había parecido una fábula familiar. Como se ha dicho en incontables ocasions, la realidad supera a la ficción. Este es un claro ejemplo de ello.
Esos recuerdos asturianos, se van entrelazando con otros de veraneos en las costas del Mediterráneo y, a su vez, con los recuerdos de su adolescencia en Guadalajara, ciudad en la que se crió, y en el Madrid de sus años de estudiante en la Universidad Complutense o en su esporádico trabajo en Siena como guía. A su vez, todos estos recuerdos se van alternando con momentos más actuales, donde tienen una importante presencia los amigos más íntimos como Carlos García Alix, Lorenzo Rodríguez o algún que otro profesor universitario.
De ahí que esa compleja trama de ficciones y realidades, de experiencias y ensoñaciones; que no respeta ningún canon temporal, ya que los saltos hacia el pasado o el presente se realizan de manera indiscriminada hasta formar una novela como un todo que tiene su sentido cuando se ve como en conjunto y no como episodios sueltos.
Ya hemos señalado los fantasmas que el autor madrileño aborda en la novela, pero no quiero dejar pasar uno que es muy importante para él, el cine. Cinéfilo erudito, Laborda hace mil y unas referencias a películas míticas de la cinematografía, tanto nacional como internacional, algunas olvidadas, pero siempre fundamentales. Esa afición le lleva a rescatar unas misiones pedagógicas cinematográficas por diferentes poblaciones de Castilla-La Mancha. No deja de ser el propio Laborda un personaje en blanco y negro de alguna de las películas de Michael Curtiz.
Creo que el autor ha sabido lamerse bien sus heridas con esta novela. Tal es así que creo que el resultado es un punto de inflexión en su obra. Estaremos atentos para ver hacia donde irá la nueva carrera de Juan Laborda Barceló que ahora emprende.
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