En el prólogo, del profesor Parada López se cita un hecho, incontrovertible, que ha brotado de nuevo y con más fuerza si cabe, y que es el encaje forzoso y contra natura de la provincia de León en el Engendro Autonómico de León y Castilla, y asimismo la de Segovia; aunque en realidad lo que se defiende desde el leonesismo más historicista y lógico es la identidad ineluctable del País Leonés o Región Leonesa conformada por Salamanca+Zamora+León. Por consiguiente loa al inicio de la obra. Pero, página-54, no existe ningún dato historiográfico que demuestre que la titulación regia, a partir del siglo XIII, 1230, sea la de la malhadada Corona de Castilla, ya que la titulación de los monarcas será siempre la de REYES DE CASTILLA Y DE LEÓN; y mucho menos es aceptable la unión dinástica con la inexistente Corona de Aragón, titulación de sus monarcas como Reyes de los Reynos de Aragón. ¡Cuánta hojarasca es necesario evitar para llegar a la historiografía veritable!, y más, si cabe, en el caso de la conquista del Reino de Granada, 1492, donde está documentado que el negociador absoluto y plenipotenciario de los Reyes Católicos sería Gutierre de Cárdenas, Adelantado Mayor de León. En efecto, la nobleza se verá sometida a la voluntad de aquella pareja de la dinastía de los Trastámara. Pero, no obstante, poco tiempo después los Comuneros de León (Guzmanes, Acuña y Maldonado) y en Castilla (Valladolid, Medina del Campo, etc), nunca Burgos, Caput Castellae, que estuvo vendida por el vil metal en el bando imperial, tratarán de mutar las cosas de forma revolucionaria. Antes, Fernando II e Isabel I se encargarán de liquidar todas aquellas banderías civiles, que tanto daño habían hecho a las Españas. Los moriscos, o musulmanes entre los cristianos se levantarán, año 1568, contra el intento de uniformización religiosa. En 1591 se producirán levantamientos en Aragón y, ya contra la abulia de Felipe IV las rebeliones de Cataluña y Portugal, año 1640. Todo ello se podría haber evitado, si las Cortes, nacidas en el Reino de León en 1188, como Cuna del Parlamentarismo, por Alfonso IX de León, no hubiesen sido maniatadas por aquella dinastía nacida de la cama espuria del rey Alfonso XI de León y de Castilla con Leonor de Guzmán. Para realizar el control de la Corona sobre sus súbditos, y acrecentar el poder de los monarcas, estos crearán el tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, año-1478; la unidad religiosa era vital para garantizar la unidad política, “un solo reino y una sola religión”. Este tribunal mantendrá a raya a los luteranos, o a disidentes como Antonio Pérez (siglo XVI) o Gaspar Melchor de Jovellanos y Pablo de Olavide (siglo XVIII). Cuando se colonizan y conquistan las Indias Occidentales por el delirio inteligente de Cristóbal Colón, el hecho conllevó un enorme caudal de riquezas, como fuente de poder para los soberanos de León, de Navarra, de Aragón, de Castilla, y de Portugal cuando se produjo la unión peninsular. Los Reinos de Indias, que nunca fueron colonias sensu stricto, permitían al monarca de turno imponer un orden acorde con sus ideales; y hasta la todopoderosa iglesia católica española estaba sometida al arbitrio de los reyes por mediación del Patronato universal de Indias. Todas sus estructuras se sometían a aquellos reyes que nunca salían de la península, tales como cabildos, gobernaciones, audiencias, capitanías generales y virreinatos. A partir de 1808, se produce la guerra de independencia contra el poder ególatra del emperador de los franceses Napoleón I Bonaparte; proceso revolucionario que dividió a los españoles, en liberales y absolutistas, enfrentándose luego en las guerras carlistas; aunque antes se había eliminado políticamente a los afrancesados, agrupados en las faldas del trono de José I Bonaparte, monarca serio y cumplidor, que fue objeto de todo tipo de chanzas y burlas por parte de los historicistas. Todo ello dentro de ese siglo XIX que produce papanatismos sin cuento en muchos de los españoles de la segunda mitad del siglo XX y actual siglo XXI. Todos sus jefes de estado, léase sus soberanos, suelen ir cuesta abajo sin solución de continuidad, desde Carlos IV, hasta Alfonso XIII, pasando por Fernando VII, Isabel II, y Alfonso XII, con dos paréntesis fracasados, la Primera República, “¡joder, que tropa!”, que intentó aportar nuevo frescor a las Españas, y un Amadeo de Saboya bienintencionado que cuando llegó a España se enteró que su máximo valedor, el general Juan Prim i Prats ya había sido asesinado en la calle del turco. Para poder gobernar todo aquel territorio se crearía una burocracia, con cinco componentes fundamentales: Justicia, Hacienda, Ejército, Iglesia y municipios. Todo el poder se apoyaba sobre el pilar esencial de un elevado nivel de información. Según Francis Bacon: “ipse scientia potestas est”. La guerra amoral con los Estados Unidos, que no tenía ninguna razón y derecho para intervenir, invocando una democracia que les importaba un comino, de 1898, ya que tanto en Cuba como en Puerto Rico el ejército español tenía un control correcto de los problemas; motivaría el que ese poderoso país iba a ser llamado el gendarme del orbe conocido. Cuando las noticias de la apabullante derrota llegaron a la metrópoli, el marqués de Aguilar de Campoo manifestó que: “Las cosas que han pasado en España son de tal naturaleza que se impone una vida nueva”. La perdida de las colonias americanas en 1898 creó un trofismo relacionado con que seguir formando parte de aquellas Españas era menos atractivo que las promesas de una nueva nacionalidad. En suma, con estas breves pinceladas he pretendido dibujar la calidad de esta obra que recomiendo sin ambages. Et hoc est quod Comites! Puedes comprar el libro en:
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