Así que no solo no es la primera vez que la pongo en su sitio, sino que espero que no sea la última. Los exégetas y hagiógrafos de la filósofa marxista y revolucionaria más inestable y desequilibrada que ha conocido la “Academíe Francaise” atribuyen sus sucesivos volantazos, contradicciones flagrantes y paradojas existenciales a su naturaleza singular, controvertida, apasionada, irreverente, trasgresora… ¡Uf qué coñazo, tío! Estoy saturada de irreverentes, iconoclastas y marxistas desfasados que se han quedado colgados de la brocha de ideologías anacrónicas y trasnochadas. Y no miro a nadie. Tal y como está el patio no te puedes fiar. De momento tengo el teléfono monitorizado.
La precursora del movimiento de liberación femenina, era una tía sumisa y dócil locamente enamorada de su Pigmalión, con todos los inconvenientes que esto acarrea. Algunos movimientos sociales han tenido muy mal ojo eligiendo a sus iconos y a sus héroes. La heroína e icono feminista por antonomasia de la segunda mitad del S. XX bebía los vientos por J. P. Sartre, un tipo que la humillaba y la utilizaba a su antojo, vicioso, drogadicto, inseguro y acomplejado que predicaba sus perversas teorías de amor libre a sus alumnos más aventajados. Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir no solo predicaban sus clases magistrales, sino que las ponían en práctica con jovencitas reclutadas en la universidad, de la que al final fueron expulsados por corrupción de menores.
Esta es la triste realidad de un mito con pies de barro que nos sitúa impúdicamente frente al mantra de la dicotomía progresista por excelencia: “moral privada versus vida Pública”.
¿Es posible o lícito que un depravado existencial, un amoral, un tipo humanamente despreciable pueda ejercer, sin embargo, cargos públicos de responsabilidad con rigor y honestidad? Como respuesta la progresía dominante ha retorcido falazmente el principio kierkegardiano de la “ética y la estética” Es decir, defienden que ser un cabrón puede no resultar muy estético, pero mientras no afecte a sus responsabilidades públicas, se acepta como ético. Y en el caso de ser descubierto, como Clinton en el caso Lewinsky, es suficiente con pedir perdón. El arrepentimiento real de este tipo de individuos no solo no importa una mierda, importa una puta mierda. Ellos, los poderes fácticos, saben que a la plebe no le interesa demasiado el acto de verdadera contrición, sino exclusivamente la humillación pública. No olvidemos que las sociedades tienen los gobernantes que se merecen.
En previsión de que puedan parecer excesivamente duros mis calificativos a Sartre, sobre todo teniendo en cuenta, que he atribuido su depravación a una naturaleza insegura y acomplejada y por tanto sufriente, creo que resulta oportuno despedirme con otra cita kierkegardiana: “El sufrimiento puede depurar el alma humana o envilecerla”. Seguramente en ese principio radica fundamentalmente el “libre albedrio”. Y al parecer el ínclito premio Nobel J. P. Sartre, eligió ser un miserable. Y punto pelota. Esto es una democracia, tío. A ver quién es capaz de tirar la primera piedra.
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