Francisco Vázquez de Coronado nacerá en la urbe leonesa de Salamanca en el año 1510, y pasará a mejor vida el 22 de septiembre del año 1554, en Ciudad de México. Al ser hijo segundón deberá buscarse la vida. Cuando Antonio López de Mendoza es nombrado virrey de la Nueva España (1535), Vázquez de Coronado formará parte de su séquito. Ya en 1537 será un destacado funcionario del cabildo de Tenochtitlán-Ciudad de México. En 1537 procederá, por medio del aherrojamiento y la tortura de negros, a la pacificación de la revuelta de las minas de Amatepeque, producida por indios y esclavos negros, maltratados y explotados por los encomenderos. En 1538 se matrimoniará con Beatriz de Estrada. Será el nuevo gobernador de Nueva Galicia, para desde allí tratar de dirigirse hacia la mitológica ciudad de Cíbola, a donde llega el 7 de julio de 1540. “Solamente una cosa es verdad, el nombre de la ciudad”. El fracaso de la expedición será enorme, pues la inversión había sido mucha. En 1545 renuncia a su cargo en Nueva Galicia, acusado falsamente de negligencia y corrupción. Hasta su muerte se dedicará a reclamar las encomiendas, que durante su expedición hasta los territorios falsamente auríferos de Arizona, han pasado a manos de la Corona de las Españas. En esta novela-histórica, de magnífica factura, y de prístina recomendación, se realiza una narración expositiva sobre las hazañas de Vázquez Coronado, donde se van narrando los hechos que conllevaron el intento de llegar al oro y las riquezas de la mítica ciudad de Cíbola.
El propio autor ha manifestado que: “es el libro más agotador de mi vida; me dejó vacío y me ha quemado. Me quedé fascinado con las crónicas de Indias; necesitaba meterme en la cabeza de todos esos personajes y en su forma de vivir esa época”. Los españoles contemplan por primera vez aquellos áridos espacios, con grandes cañones como el cañón del río Colorado, y llanuras donde pastan los bisontes. Arizona es la tierra de los apaches, belicosa tribu indígena que ya ha obligado, en tiempos pasados, al éxodo de unos derrotados mexicas, hacia el sur. Padecieron enfermedades múltiples, sobre todo por el déficit de vitamina-C o escorbuto, pero también tuvieron momentos de gloria. La novela es escrita por el inventado franciscano fray Tomás de Urquiza, en el año 1564; rememorando la expedición del año 1544 en la que acompañó a Vázquez Coronado a la búsqueda de El Dorado. En el primer capítulo se plantea la expedición, partiendo de la capital del virreinato de Nueva España, Ciudad de México en mayo de 1564. Antes de aproximarse al periplo del viaje, el susodicho fraile menciona la egregia figura de Hernán Cortés, al que dedica loas más que merecidas. La descripción del segundo capítulo nos acerca, sin solución de continuidad, al momento de la nacencia de la expedición. La descripción de la vestimenta de Coronado es deliciosa, demostrando una gran formación y conocimiento de los hechos. En el tercer capítulo, sorprende lo escatológico del lenguaje, que es el prototípico del siglo XVI en Las Indias y en las Españas. Ya han llegado a los reinos desaparecidos, la descripción de Cíbola es paradigmática. “Pueblo pequeño, no más de doscientas casas de tres o cuatro plantas y azotea, hechas de piedra y barro, con escalas de madera que permitían salvar los niveles”. El capítulo quinto titula sobre el modo de sacrificar a los ángeles transgresores. “Los hermanos menores fuimos, y fundamos las primeras escuelas del Nuevo Mundo”. El fraile cita todo lo que la iglesia católica realizó en el Nuevo Mundo para tratar de dignificarlo. En el sexto capítulo se menciona como se dirige la expedición para Tiguex. “Eres un puto, un desagradecido, un animaaaal…” La calidad y riqueza del léxico empleados por el autor conllevan la lectura con fruición de la obra. El séptimo capítulo se refiere al tenue balanceo de una borla. En él mismo se realiza una interesante y curiosa cita calificativa sobre Hernando de Soto: “ególatra, generoso, brusco, sensible, grosero, agudo, desproporcionado, irreverente, mundano, cruel, inseguro, violento, confiado, borrascoso, vulnerable, mercurial, exaltado”. Ya han llegado a las praderas donde pastaba el búfalo americano. En el capítulo octavo se define la sal en la herida. El título latino define lo que, en la realidad diáfana de la historia, ahora novelada rigurosamente, contemplaron aquellos españoles intrépidos del siglo XVI, “Lux et spatium”. Esta tierra de Arizona presenta senos y crestas, que agotan y sorprenden a los españoles. La mula que monta el fraile es otro personaje de la narración, se llama Lorenza, y define la importancia de las cabalgaduras para la conquista hispana de Las Indias Occidentales. El noveno capítulo se define como la memoria del ámbar. Está escrito, en esta ficción, en mayo de 1564. “Mexicanos. Ahora esa palabra está en boca del mundo. Antes solo designaba a los tenochcas [aztecas o mexicas de Tenochtitlán], pero ahora sirve para todos, otomíes, zapotecas, mayas, chichimecas, totonacas, tlaxcaltecas, purépechas, olmecas, mixtecas…Quizá los mexicas se sientan ofendidos”. En la pág. 460 y siguientes se narra una conversación, que pudo tener lugar, entre el fraile y Vázquez de Coronado; cuando el conquistador leonés de Salamanca es solo un funcionario del cabildo de Ciudad de México, y le relata al franciscano los hechos lamentables y desagradecidos, por los que cayó en manos de los pesquisidores del Emperador Carlos V o I de las Españas, aunque por el que todavía brinda Vázquez de Coronado. Y en este diálogo subyacen muchos de los comportamientos poco agradecidos de los monarcas de las Españas con sus conquistadores. En suma, recomiendo vivamente esta obra, rigurosa, documentada y de un interés primigenio. Et hoc est quod Comites! Puedes comprar el libro en:
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