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Enrique Bonete Perales: "El morir de los sabios" (Una mirada ética sobre la muerte)

Tecnos, Madrid, 2019
viernes 24 de abril de 2020, 10:00h
El morir de los sabios
El morir de los sabios

Hay en este texto un párrafo introductorio que me parece tan incisivo como revelador: “No son pocos los pensadores a lo largo de la historia que desde el Sócrates del diálogo Fedón han considerado que la práctica de la filosofía, en esencia, consiste en ir aprendiendo a morir (…)” Y se añade, como aclaración práctica, las palabras influyentes de Platón: “Es muy posible, en efecto, que pase inadvertido a los demás que cuantos se dedican por ventura a la filosofía en el recto sentido de la palabra no practican otra cosa que el morir y el estar muertos. Y, si esto es verdad, sería sin duda un absurdo el que durante toda su vida no pusieran su celo en otra cosa sino esta, y el que, una vez llegada, se irritasen con aquello que desde tiempo atrás anhelaban y practicaban”.

Repárese: ‘no practican otra cosa que el morir’. El ‘estar muertos’ considero que debe entenderse en la medida que lo anterior se acepta como realidad, como reflexión. Y esta premisa, que bien pudiera validar el subtítulo de este texto sobrio, elocuente y sabio, me temo que afecta no sólo a los sabios, sino a todo mortal como ‘condición inherente’ A título personal, cada vez entiendo mejor, justifico más la expresión de mi viejo maestro: la muerte debería enseñarse desde aquí, desde la escuela. Y lo pensaba, creo, como un homenaje o tributo a la libertad.

Al citar a san Agustín el autor indica dos períodos o formulaciones distintas a propósito del morir, pero, y esto es significativo, lo interpreta más desde el lado de una interpretación dolor, habiéndose dado tales circunstancias en su etapa de pagano y de creyente. Y tanto en un caso como en el otro lo que se destaca no es la negación de la muerte, sino el dolor que lleva implícito por la pérdida del ser amado.

Ahora bien, aquí se alude a la actitud del hombre ante el hecho inequívoco de la muerte, y del sabio como el ‘protagonista con respecto a ella’, ante ella. Pues bien, escribe el autor (p.232) “El morir nos enseña la vanidad de lo sensible y corporal, de las riquezas que conducen al hombre sin discernimiento a una profunda frustración. Para Séneca la muerte, como en Platón, nos despoja del cuerpo (especie de morada o casa de alquiler) y de los placeres o dolores que le afectan. También de las posesiones y bienes que hayamos acumulado a lo largo de la vida” y concluye: “El hombre sabio, no arrastrado por vanidades, va aprendiendo a dejar de ser (…) El sabio ha de enfrentarse con serenidad a su propia muerte, mas ha de procurar también la moderación en el llanto que la desaparición del ser querido en tantas ocasiones provoca. Quienes carecen de la fortaleza moral se sienten arrastrados a convertir en espectáculo los lamentos que afloran sin control de un espíritu que no ha meditado en silencio el significado profundo del vivir y del morir. El sabio prefiere esconder el sufrimiento antes que alargar inútilmente las lágrimas”.

Se trata, pues, en última instancia, de una actitud basada en la premisa del conocimiento, del pensamiento. Como colofón -y en ello quiero alabar una parte integrante del libro- es que, junto a las consideraciones teóricas del autor, cita, al final de cada personaje, textos propios del sabio donde pone de manifiesto su ‘comprensión’ de la muerte. Para el caso de un educador cual fue el caso de Montaigne, podemos leer, a propósito de su texto El vivir es servir si falta libertad de morir, un texto valiente y ‘actual’, lúcido, donde se entrevera una cierta conformidad de la voluntad propia hacia la conclusión, hacia la muerte. Una invocación, tal vez, a favor de la libertad del hombre; un rasgo de distinción esencial: “Puede faltarnos tierra donde vivir mas no puede faltarnos tierra donde morir, como respondió Boyocal a los romanos. ¿Por qué te quejas de este mundo? No te tiene sujeto: si vives penando, tu cobardía es la única causa; para morir no hay más que querer (…) La muerte más voluntaria es la más bella. La vida depende de la voluntad de otros; la muerte, de la nuestra. En cosa alguna hemos de adaptarnos a nuestros sentimientos como en esta”.

Al fin, en palabras de Séneca: “La muerte está por todas partes: Dios vela sobre ello. Cualquiera puede quitarle la vida a otro, pero ninguno la muerte. Mil caminos nos conducen a ella”.

La verdadera realidad está hecha de eso.

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