Libros espectaculares como “El cielo de piedra”, tercera parte de la trilogía conocida como “La tierra fragmentada” y ganadora de los Premios Hugo, son la puerta creativa para sentir la extraña convergencia de bondad y la maldad que embarga el mundo.
Ya debíamos haber perdido la capacidad de asombro ante algunas de las demostraciones de maldad humana: la discriminación, la sumisión, la guerra y el odio. Pero lo cierto es que seguimos esperando lo mejor. Después de todo, eso también nos hace humanos.
La Quinta Estación es el mundo que da pie a los acontecimientos de toda la trilogía. Esta catástrofe conlleva a los pueblos a establecer nuevas formas de relacionarse. Aun cuando se trata de tiempos difíciles, las jerarquías y dominación son parte de los valores de convivencia. Ya desde el primer libro veíamos como la auto sumisión (que pude entenderse como una forma de corrupción del poder) era el dominador común en la trama en el momento que orogratas intentan pasar por ser normales. Vemos personajes como Damaya y Sienita tratando de hacer “las cosas bien” como un mecanismo de sobrevivir en un mundo injusto.
El juego que hace la autora para contar la historia desde el punto de vista de tres mujeres desde distintas etapas de su vida resulta bastante interesante.
Esta realidad empieza a cambiar en el segundo libro de la trilogía en el momento en que se empieza a buscar la voz de los orogenes. Ya comienzan a aparecer las personas definitivas de la trama. En este momento, Alabastro reconoce su necesidad recuperar el control e Ykka su identidad. De modo que puede entenderse como la vanguardia hacia el reconocimiento de la humanidad en el ejercicio de su libre albedrío.
Se utiliza una vez más el recurso de narrar desde varias perspectivas y se incluye al lector en algunos dilemas para tomas de decisiones que luego tendría una finalidad más clara para el tercer libro.
En "El cielo de piedra” se logra cerrar casi todos los arcos de la historia y se termina de comprender la narrativa. Esto parecía bastante difícil por ser un tipo de escritura donde se tiene múltiples protagonistas. Varios de los finales de los personajes no fueron tan afortunados, pero son bastante lógicos en el contexto de una crisis. La dureza de las “imágenes” que nos ofrece la historia sensibiliza sobre los principios de lealtad, amor y compañerismo en un momento en que ser oprimido llegó a ser visto como algo necesario desde los ojos de la historia. Es decir, varios de los personajes se ven forzados a tragarse su orgullo y recibir maltratos por considerarse de poco valor y ser una minoría. Esto nos transporta al dilema sobre si las mayorías (en ideología, raza, cultura etc.) siempre tienen la razón.
Los sucesos y las controversias no sólo afectan a los personajes desde el aspecto físico, sino que generan un cambio en la psicología de estos. Cuando se lee “cielo de piedra” llegas a cuestionarte si hicieras lo mismo - que hacen sus personajes - por las personas que tú amas. Otros dilemas sobre el amor de maternal (con sus variantes en la forma de dar amor) surgen con mucha frecuencia en la historia. ¿Por qué lastimar a lo que más se ama?...
Creo que la escritora cuida que los personajes, sus circunstancias y sus historias sean creíbles. Es una de las razones por las que el lector siente empatía (y simpatía) por los personajes. Esa emoción se construye con la participación del lector en dilemas de los protagonistas donde se tiene que decidir sobre el uso de la violencia o construir un reconocimiento legítimo de forma pacífica.
Durante el primer y segundo libro, las declaraciones, opiniones e intenciones de varios de los personajes suelen generar un poco de desconfianza o no entienden a estar muy claras. Todo con un aire de misterio. Esto pasa mucho con Shafa, Acero y los comepiedras en momentos de la historia. No obstante, en “cielo de piedra” las intenciones de los personajes empiezas a ser más claras. Esto resulta atrapante y muy emocionante porque hay varios argumentos en los dos primeros libros que se creían sin importancia … y vaya que lo tenía.
En conclusión, no sólo la enorme elocuencia y visión retrospectiva, sino la nostalgia que genera los personajes que desaparecen – en los lectores- lo hacen bien merecedora del premio Hugo.
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