La última novela de Juan Manuel Gil (Almería, 1979), “Un hombre bajo el agua”, muy oportuna, por cierto, al contener dicha narración aspectos relacionados con el debate realidad-ficción-autoficción, con independencia de que su autor haya construido una narración muy sugerente, no solo en la temática sino también de la estructura y el acierto de la realidad trascendida. Esta es la historia de un recuerdo que producirá en el escritor una convulsión, una nueva forma de transmitir al lector una manera diferente de entender el hecho literario: «Todo es normal en mi vida. Solo quienes han escuchado en su interior el crujido de dos engranajes que encajan por ver primera saben de qué hablo».
“Un hombre bajo el agua”, desde su primera página nos advierte de la grandeza narrativa de Gil, con independencia de que más avanzada su lectura algunos pasajes autobiográficos propicien el debate al que antes nos hemos referido. El elemento primordial que toma Juan Manuel Gil para desarrollar su discurso narrativo es una balsa de agua (acierto total), pues desde ese preciso instante el autor nos sitúa en un lugar desconocido para muchos, que nos sitúa en todo lo que subyace en torno al invernadero almeriense: «Él estaba en cuclillas sobre uno de los muros de la balsa de piedra y corría el verano de 1993. Yo atravesaba un bancal del Paraje de la Costumbre cuando lo vi de espaldas, con el cuello tenso y estirado, mirando fijamente el agua estancada». Así comienza esta novela y habría que ver una de las muchas balsas que existen en el campo de Níjar o el Poniente para hacerse una exacta idea de lo que cuenta Gil en esta historia y de todas las circunstancias que rodean la agricultura del plástico almeriense.
Pero sobre todo tendríamos que destacar de esta narración su pulso, la tensión narrativa que nace desde el preciso instante de ese encuentro del protagonista-autor con el Tusmadres en la balsa. Es a partir de ese preciso instante cuando comienza la construcción de esta monumental historia, combinada con el deseo de ser escritor del propio narrador y que irá desgranando a lo largo de las páginas de esta asombrosa novela. Una balsa, un verso, una muerte y el secreto de esa muerte son los hilos que maneja Gil para demostrar un oficio que comienza a dar sus frutos: ser un buen novelista.
Tanto en la narración pura y dura, por su ambientación, como en los diálogos Juan Manuel Gil nos permite comprobar su buen hacer, con esa pizca de ironía unas veces y de humor otras, sin perder de vista otros recursos en los que el miedo (el propio que todas las madres inoculan a sus hijos), la mentira (continuada de unos y otros) y la belleza, por qué no, se entrecruzan en la memoria para contarnos una historia que quedará ensamblada y trascendida de la realidad, constituyendo así una otra realidad que ya es ficción, sin más. El amor y sus desajustes, el poder de la memoria y el deseo de saber que sucedió en aquel verano del 93 y unos personajes (Tusmadres, Pensacola, T., Eduardo Huergo, Carmela, Pascual…) que nos llevan de una confesión a otra, de un ser y estar a otro distinto, donde el tiempo y el espacio proporcionan los elementos básicos y determinantes para situar a su autor, el almeriense Juan Manuel Gil, en un lugar notorio de las letras españolas.
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