Me he echado a llorar. Un poco.
Nos hemos visto sólo dos veces en la vida.
La primera vez tenía yo siete años. Me estaba ahogando en la playa de San Pedro de Moel, en Portugal. Se lanzó al agua y me rescató ya inconsciente. Dijo “Menina morta eres”.
La segunda vez habían pasado ya cincuenta años. Me buscó y me llamó Rui, el niño portugués con quién yo jugaba por la playa cuarenta y tres años antes y que también se ahogó el mismo día, en la misma playa, igual que yo y al que Galo había sacado minutos antes. Después de batallar contra la corriente con el primer niño, se metió de nuevo a por la segunda, era yo. Por eso dijo “menina morta eres”. No tenía ninguna esperanza, pero la naturaleza humana a veces da sorpresas, después de tres días de hospital abrí los ojos. Rui me encontró después de cincuenta años. Fui a Marinha Grande a darle las gracias, todavía no lo había hecho. Nunca. Mis padres sí. Pero yo no. Fuimos. Y lloramos los tres. Me llama la menina española. Así lo escribieron en los periódicos. Entonces.
Hoy me ha llamado por teléfono. La alarma por el virus está en su punto más alto en España. Nos llamamos los seres queridos para reconfortarnos. Y me ha llamado él. Y lloro. Lloro porque él tendrá ahora 85 años y se preocupa por mí. La menina española, a la que salvó del mar. Ahora no hay olas, ni resaca, sólo un maldito bicho microscópico. Y yo no le voy a poder salvar. Ni podré ir a verle. Carlos Andrés Amaro Galo. Gracias.
Madrid, 23 marzo 2020
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