De este tema nos habla Jordi Graupera en su ensayo La soberbia. Se trata de una lectura corta y ligera (lo que no hace disminuir su intensidad y la condensación de ideas expresadas con fuerza) explicada a través de sus propias experiencias y reflexiones sobre dicho pecado capital.
Una de las conclusiones a las que llega es que la soberbia no es un pecado más, es el pecado político por excelencia, es, con palabras de Jordi, un eficaz instrumento de control político. Adán y Eva fueron expulsados del paraíso por soberbia, por creerse más listos que Dios, y así se advierte a los demás de la magnitud de su pecado.
Entonces, ¿por qué está mal vista la soberbia? El autor nos dice el hecho de que sea un pecado indica la fragilidad de nuestra sociedad, que, en lugar de ver la seguridad de otras personas como una ganancia y un beneficio para todos, la ve como una amenaza, cuando alguien hace algo muy bien surgen los llamados haters, los envidiosos. Es decir, una sociedad fuerte premiaría la soberbia, la fomentaría.
Pero en lugar de verlo como un beneficio, se domestica la soberbia, reduciéndola y haciendo que sea modesta, poco más que el instinto de supervivencia, de forma que las sociedades no premian los extremos, premian los términos medios, de modo que todo lo que conocemos por virtudes son la media entre dos vicios, un vicio por exceso y otro por falta o defecto. Es por ello que el amor propio se llega a considerar un vicio si no es en la medida que se considera adecuada por parte de la sociedad.
Esto es así porque vemos, como sociedad, la ostentación y el hecho de que alguien muestre su superioridad como una ofensa, como un ataque al propio ego en lugar de verlo como una ganancia para la sociedad o un reto para el propio ser de superarse a sí mismo.
Por tanto y en conclusión, recomiendo que no os quedéis solamente con mis impresiones y que leáis el ensayo, muy recomendable para leer y hacer tanto una reflexión global como sociedad, como una reflexión individual sobre el tema.
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