Cuando tenemos la suerte de escuchar-leer las palabras unidas diciendo: “Pero sí, sois vosotros, colores, eres tú, luz./ Estáis aquí cuando abre los ojos/ Antes del día. Estabais velando/ cerca de él en la noche, toda la noche” nos sentimos más cerca (incluso afectivamente, conscientes de nuestra debilidad) de nosotros mismos, pues sabemos que el poeta, de una forma u otra, de una manera directa o indirecta, se dirige a nosotros, habla de nosotros, nos implica en sus sentimientos elegidos, en su discurso armonioso. Así somos más la elección de nuestra propia soledad. Por eso el poeta es necesario.
Yves Bonnefoy, poeta longevo que nos acompañó en vida con su discurso y su sabiduría hasta hace bien pocos años, nos llega ahora a través de esta cuidada edición y en pulcra versión de Ernesto Kavi. Es una suerte que así sea. La presencia del poeta, la vigencia de la palabra del poeta, anuda el mundo desmembrado y confuso, ajeno a sí por causa de nuevos mecanismos perversos en un lenguaje elaborado por espías, por mercachifles; para gusto, tal vez, de deslenguados políticos o héroes de pacotilla, pero lejos del calor que necesitan nuestros pasos sencillos, cotidianos, los de cada día. Lejos de nuestra necesaria protección interior, algo que, por el contrario, sí que nos llega como compañía fiel y generosa desde el discurso meditado, humilde, del verdadero poeta que nos dice, o nos susurra textos, argumentos antiguos que se renuevan cada vez que son leídos: “Detrás del taller hay un gran jardín, o parque, con esos árboles de otro siglo y sus viejos caminos que no llegan a ninguna parte. En un punto llegué a una especie de kiosco. Entramos, tres escalones, es pequeño, sólo una habitación con una mesa donde antaño fue abandonada una madeja de cuerda. La madeja está deshecha, uno de los extremos de la cuerda pende hacia el suelo, casi lo toca” Ahí termina y, no obstante, ahí comienza: nuestra imaginación, una parte de nuestros sueños, para rememorar, para jugar, para continuar de un modo rudimentario la historia que el escritor nos legó para nuestro aprovisionamiento de hombres que poseen la palabra para decirla, para ser libres.
Un libro lleno de calor necesario que, con verso unas veces y prosa poética otros, nos aporta una entrañable vieja y nueva compañía.
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