Quedamos con Manuel Espín en la biblioteca de un conocido hotel de la calle Goya, allí podemos hablar largo y tendido de lo que supuso el franquismo para la gente cotidiana. La década de los años cincuenta ha sido poco tratada por los historiadores desde el punto de vista de los ciudadanos, ahora el autor lo remedia sacando a la luz muchos testimonios de personas normales que padecieron aquellos años de autarquía y relativa liberación controlada por el régimen. El papel que llevó a cabo la llegada de los “americanos” fue fundamental para comenzar a situarnos en el mundo. Con un lenguaje cercano y muy visual, el autor nos acerca a esa década que fue de todo menos prodigiosa y sí muy desconocida. Cada capítulo comienza con un relato que nos introduce en el tema a tratar. Una curiosa novedad que Manuel Espín utiliza de manera brillante. ¿Cómo surgió el proyecto del libro “La España resignada”? Ante la necesidad de contar la historia de uno de los periodos menos conocidos del franquismo –el que va de la llegada de los americanos y la agonía de la autarquía al inicio del desarrollismo- a través de un acento diferente: el del impacto de los hechos históricos y las ‘grandes noticias’ en la gente común, y con especial incidencia en las mujeres, las grandes olvidadas, pero que aquí articulan todo el relato. Además intentando ofrecer una perspectiva novedosa añadiendo una breve historia de ficción al principio de cada uno de los veintitrés temas históricos que se analizan, relatan o reinterpretan con nuevas aportaciones o testimonios de quienes los vivieron. ¿Cuál sería la característica fundamental de esa década? Quizás la constancia del ‘vértigo del tiempo’. En 1952 se eliminan las cartillas de racionamiento, pero hasta ese año el PIB de España de España no se iguala al de 1936; es decir, los larguísimos 40 fueron una ‘década perdida’ de terribles condiciones de vida para muchos sectores de la población, verdaderos ‘años negros’. Con la firma de los acuerdos sobre las bases de 1953 el Régimen logra un vínculo con Occidente ‘por la puerta de atrás’, lo que le va a permitir asegurar su futuro. Con los americanos aparecen nuevos productos, estilos de vida y lenguajes que distan mucho de los de la España anterior; sin embargo con ellos no llegan los avances democráticos. Pero van a empezar a cambiar relativamente algunas imágenes, y mejorarán algunas formas de consumo. Sin embargo, desde el punto de vista socio-económico los 50 se acercan al desastre, con niveles de desbocada inflación, constantes subidas de precios, carencia de divisas, y revisiones salariales como la de un Consejo de Ministros extraordinario de 1956 en que para evitar conatos de huelgas, entonces prohibidas, se elevaron los salarios en un 23 %, para volver a subir los precios al poco tiempo. La catástrofe económica que parecía venirse encima - precisamente cuando por contraste la Europa del Mercado Común arrancaba y sus índices de crecimiento eran rotundos, en los tiempos del ‘milagro alemán’ o el ‘milagro italiano’- obligaron a que Franco, a regañadientes, tuviera que aceptar una liberalización comercial como la del Plan de Estabilización del 59. En esos años, los españoles transitaron por toda clase de sensaciones: decepción, resignación, falsa ilusión, espejismo, quimera, frustración, y al final una tibia luz de mejoras en el consumo. Después de tratar la España de los sesenta en un trabajo anterior. ¿Se dio cuenta que faltaba por contar la década de los cincuenta? Además estaba el reto de acercarse a un tiempo menos conocido, pero cuyo recuerdo permanece en la vida de bastantes españoles. Los años en que los padres (o los abuelos) de muchos de nosotros se hicieron novios o se casaron. Una época cuyas imágenes siguen presentes, desde las fachadas o los espacios que han sobrevivido, a las canciones y las películas de ‘Cine de barrio’. ¿Por qué esa década es la gran desconocida del siglo XX? Quizás por el hecho de haber representado un gozne entre los terribles años de la posguerra y la rémora de los 40, y el tiempo del desarrollismo de los años 60, cuando buena parte de las imágenes externas del país estaban cambiando. Aunque mucho menos las estructuras políticas, porque la dictadura se mantuvo sin apenas fisuras. Cada capítulo del libro comienza con un relato, para luego adentrarse en el tema a tratar. ¿Cómo se le ocurrió esa fórmula? Quizás porque desde la perspectiva de un acercamiento desde nuestro presente a una época del pasado es necesario aproximarse a lo que no suelen contar los libros de historia, las investigaciones basadas en la interpretación de datos y hechos: la percepción de los mismos entre quienes los vivieron, y no me refiero precisamente a los grandes apellidos, sino a la base social. Y esa perspectiva nos la puede dar mejor que nada la ficción. Pongo un ejemplo: hay maravillosos libros sobre la Restauración donde conocemos con detalle las épocas de Alfonso XII, María Cristina o Alfonso XIII, sus personajes, los conceptos básicos sobre la sociedad española, la vida social, la economía, la política exterior, la guerra de Marruecos, la realidad cultural…Pero nos falta la cercanía, a lo mejor subjetiva pero imprescindible. Como la que nos dan las novelas de Galdós. Se trataría, por lo tanto, de dos líneas que convergen. Personalmente, puedo decir, que si vuelto a tocar temas de historia intentaré trabajar en ambas estructuras paralelas, de ficción y no ficción. Mucho más cuando todavía hoy podemos contar con la memoria de quienes vivieron con pleno conocimiento de causa un tiempo como los 50. ¿Qué es más “La España resignada” ficción o historia? Son ambas cosas, precisamente porque discurren en vías paralelas, sin llegar a mezclarse. Esta no es una novela histórica ni se hace ficción sobre los grandes nombres y apellidos, sino sobre la gente común: la mujer cuya única evasión son los programas de radio como ‘Cabalga fin de semana’, la chica preocupada porque su novio estudiante se reúne para hablar de algo tan denostado como la política, el soldado en la guerra de Ifni que escribe a su madre contando la versión amable de la guerra, la esposa maltratada de clase media que escribe a su amiga y le relata la verdadera cárcel en la que sobrevive, la muchacha que de la mano de su novio mecánico acude por primera vez a un partido en el Bernabéu, el aprendiz que en la periferia de Barcelona conoce a una chica y quiere tocar la guitara eléctrica, la ilusión de una esposa por tener un cuarto de baño…Así como varios sketches, tratando de recomponer como era un programa de radio de 1957 a favor de los damnificados de la riada de Valencia, o la situación de un fotógrafo y un redactor de circunstancias, obligados a cubrir una crónica social donde por imposición de la censura no se puede hablar de noviazgos que no sean oficiales, ni publicar una imagen de una aristócrata con un tirante caído o bailando sevillanas, ni de un famoso marqués brindando junto a una mujer que no fuera la suya…aunque ella estuviera a muy pocos metros.
¿Es importante reflejar la vida cotidiana de aquellos años? No solo es importante, sino imprescindible. De lo contrario estaríamos haciendo una fría descripción de una situación o una disección basada únicamente en las estadísticas. Pero creo que es perfectamente compatible manejar los grandes datos y las interpretaciones en clave cuantitativa, como las cualitativas. Ambas metodologías pueden converger y, por vías distintas, aportarnos un mejor conocimiento. Nos puede importar saber cuántos coches se empezaban a producir en Seat, o cómo eran los ferrocarriles de la época. Pero, muchas veces, es necesario descender al detalle o la anécdota. Un ejemplo: en un programa de entretenimiento familiar para La 1 donde la mayoría del público era joven llevamos como invitada a Lolita Sevilla, la protagonista de ‘Bienvenido Mr. Marshall’, a la que la mayoría de ellos apenas conocía. Le hicimos en directo la pregunta: “¿Qué recuerda del rodaje de esa película de Berlanga?”. Y ella nos habló de las dos horas que tardaba de Madrid a Guadalix de la Sierra, en un trayecto que hoy se hace en poco más de treinta minutos, o que tenía que ir cada dos días a Madrid para tomar un baño, dado que el agua corriente escaseaba…El dato general no es incompatible con la cercanía del testimonio. Parecía estar hablando de la Edad Media, y sin embargo era una España todavía cercana a nosotros. ¿Cuál fue el papel de las mujeres en aquellos años? ¿Tenían las mismas libertades que los hombres? Estaban condenadas a ser las grandes sacrificadas, bajo una tutela permanente del padre o del marido. En los 50 las mujeres no podían seguir trabajando cuando se casaban, salvo que contaran con el permiso expreso del marido, tampoco podían firmar un contrato, abrir una cuenta en el banco, obtener el pasaporte…Cuando sufrían violencia de género y escapaban de un marido violento y machista se jugaban perder la custodia de sus hijos, el domicilio y sus medios de subsistencia. Ahí está el testimonio de Ana María Matute. Parece vergonzoso que todavía existiera en esa época el ‘depósito’ para las mujeres que abandonaban el ‘domicilio marital’ siendo tuteladas y confinadas en un convento o institución. En el libro he querido destacar el papel de varias mujeres, que aún dentro de las coordenadas sociológicas del Régimen, fueron capaces de posicionarse contra el papel secundario a las que se las obligaba, como Mercedes Formica, la Condesa de Campo Alange o Lili Álvarez. No tenemos más que pensar en una época en la que mientras en Europa se debatía sobre ‘El segundo sexo’ de Simone de Beauvoir, en España no se podía hablar de feminismo, ni de esa autora, que en 1945 había visitado España y en la prensa francesa escribió sobre las cárceles franquistas. El famoso libro no llegó a aparecer hasta finales de los 60 en catalán y ya en los 70 en castellano. ¿Hay que reescribir la historia desde una perspectiva de género? Hay que contar la historia sin buscar ‘compensaciones’ que resulten un artificio o una arbitraria recomposición. Sin embargo, es necesario que las mujeres aparezcan en el relato, para acabar con su invisibilidad. Por ejemplo, en este libro he querido destacar la presencia de muchas escritoras en esta época, de Carmen Laforet a Carmen Martín Gaite o Ana María Matute, al frente de una casi legión de autoras; a las que sin embargo se quiso confinar en unos temas y contenidos. Pero también se habla de distintos perfiles de mujer característicos de esa época, desde la madre y esposa del discurso oficial, a la cabaretera o la artista. “Mientras Europa Occidental prosperaba en los años 50, en España se corría el riesgo de volver a la cartilla de racionamiento”¿Cuál fue la piedra angular de la apertura de un país en blanco y negro? La desastrosa situación económica con la amenaza de la vuelta a las cartillas de racionamiento a finales de los 50, mientras Europa Occidental prosperaba a pasos agigantados, forzó a un cambio de discurso en lo económico, con la llegada de nuevos equipos que cambiaron la camisa azul por la blanca del aparente tecnócrata; aunque esos tecnócratas también eran franquistas. Sin esa apertura comercial del Plan de Estabilización, que fue dolorosa para las clases trabajadoras en forma de desempleo –aliviado por la salida de emigrantes hacia el Mercado Común- el desarrollismo de los 60 no habría tenido lugar…En 1960-61 Franco empezaba a hablar como un jefe de ventas en sus discursos de fin de año; algo que hubiera parecido impredecible al principio de la década anterior. ¿Qué papel jugó la llegada de los americanos a España a nivel literario y cinematográfico? Pese a las reticencias iniciales del Régimen a abrir la puerta a los rodajes extranjeros en España, la presencia de actores y equipos proporcionó un aire de cosmopolitismo a una sociedad enclaustrada en unas viejas imágenes. A la vez ayudó a mostrar, sobre todo en el caso de las actrices, nuevos roles que entonces no estaban al alcance de las españolas. Ava Gardner, por ejemplo, era una mujer que viajaba por el mundo ‘sin marido’ y tenía una iniciativa, también en lo sexual, que entonces se negaba a las de aquí. Pero como ella, había algunas extranjeras más. Siempre me he preguntado por una foto de 1959 cuando una multitud rodea a Debbie Reynolds en la plaza de Cibeles de Madrid en el rodaje de exteriores de ‘Empezó con un beso’, donde ella interpreta a la mujer de un alto oficial de las bases americanas que es actriz de music hall y conduce un llamativo coche. ¿Cuántas esposas de militares españoles de la época podrían trabajar como artistas, conducir y moverse con esa independencia? Los rodajes aportaron no solo recursos sino que dieron visibilidad a personajes cosmopolitas, aunque detrás de muchos de ellos había una ingeniería financiera compleja, de la que también hablamos en el libro. Además se menciona el periplo y la entronización social en la España de los 50 de un Hemingway que hoy nos parece mucho menos ‘genio’ cuando su obra ha envejecido muy mal, o la de un Orson Welles, que por el contrario ha mejorado con el tiempo. Sin embargo, hay un absoluto desconocimiento sobre la residencia española en los últimos 50 de una de las mayores estrellas del espectáculo americano, el músico Artie Shaw, expareja de Lana Turner, Ava Gardner y otras estrellas, antifascista que huyó del macarthysmo refugiándose precisamente en el anonimato de la Costa Brava, en Bagur, y de quien también se habla en el texto.
¿Fue la industria cinematográfica americana un soplo de aire fresco para las viejas estructuras franquistas? No tanto. Pese a la censura las películas de Hollywood proporcionaban imágenes de la vida cotidiana sin la rigidez de aquella España. Recuerdo lo que escribía Carmen Martin Gaite sobre cómo le impresionó de adolescente ver a Deanna Durbin en una película andando con patines y comiendo un helado, algo que a ella no le hubieran permitido en el colegio. Pero el ‘idilio’ con el Hollywood de los rodajes en España no fue tal; de hecho aquella industria boicoteó a España cuando desde la administración se quiso defender al cine español, dejando de suministrar películas americanas. Menos mal que los éxitos de varias películas españolas como ‘El último cuplé’, paliaron ese boicot, y el público siguió asistiendo a las salas aunque casi no hubiera películas de Hollywood... Habría que decir, por el contrario, que el ‘aire fresco’ ya estaba presente en las películas españolas, desde ‘Surcos’ a ‘Muerte de un ciclista’, de dos directores tan distintos aparentemente desde el punto de vista ideológico como J.A. Nieves Conde, falangista hedillista, o J.A. Bardem, comunista; pero también en muchos otros. Y su capacidad para llegar a los españoles de la época era mayor. No podemos caer en el estereotipo maniqueo: las películas españolas eran muy dependientes de las distintas formas de censura, de la económica a la directa, pero en muchas de ellas, incluso en los terribles 40, había bastantes ‘entre líneas’ que no respondían al discurso oficial del Régimen. En los 50 y entre toda clase de dificultades ese cine como el que representan Berlanga o Bardem logra aflorar. Tenemos que anotar también cómo en esa época se producen disensiones dentro de un falangismo intelectual que empieza a renegar del fascismo y que de alguna manera acaba por converger con la clandestina disidencia de izquierdas.
En aquellos años, ¿era el fútbol el tema de conversación predominante? Sí, especialmente a partir de 1954 con los grandes fichajes de Di Stefano o Kubala, las Copas del Real Madrid y el Barcelona adquirieron un gran protagonismo social, y el fútbol pasó a tener una importancia decisiva en la sociedad española de la época. Pero también hubo otros temas especialmente comentados, como el ‘caso Jarabo’, un suceso lleno de morbo, que impactó en un momento en que la censura establecía fuertes filtros para evitar que se publicaran muchos sucesos. Lo mismo que ocurría con la crónica de sociedad, tan distinta a la de la ‘prensa del corazón’ de nuestros días. Entonces estaba prohibido hablar de hijos extramatrimoniales, separaciones, idilios, o cualquier otra relación que no tuviera con objetivo inmediato una boda canónica. ¿Qué papel jugó la Iglesia en aquellos años? Fue decisivo desde finales de los 40, cuando el Régimen reemplazó una estética vinculada al fascismo de los derrotados en la II Guerra Mundial por las concentraciones católicas. En un tiempo en el que con Pio XII, catolicismo equivalía a anticomunismo. El Congreso Eucarístico de Barcelona de 1952 fue importantísimo como tarjeta de presentación exterior del Régimen. Los 50 representaron el máximo auge de la presencia pública de una Iglesia preconciliar. Fueron los años en los que Obispos y Cardenales eran recibidos por multitudes, los de la Cruzada del Rosario en Familia del Padre Payton, las películas en clave misoneísta… Pero especialmente aquellos en los que la Iglesia tuvo el absoluto control de la moral pública, y dentro del confusionismo Iglesia-Estado, la autoridad civil actuó según sus designios. Fueron los años de los Congresos de la Decencia en Playas, Piscinas y Lugares de Baño, con la imposición de códigos para vestir y la prohibición de los bikinis, los escotes, las faldas cortas o los slips, en los que se confundía moralidad con llevar más o menos ropa, de diatribas de altos representantes de la Iglesia contra la indumentaria de los turistas extranjeros… Una Iglesia que confundía al Régimen con España, y que no supo estar a la altura de su importante papel en el orbe católico con ocasión del Concilio, donde una parte importante de esa jerarquía se encontró ‘despistada’ y ‘perdida’ ante sectores de la propia Iglesia que defendían la libertad religiosa y no la uniformidad o la ‘verdad única’. ¿Qué supuso la llegada del Opus Dei al gobierno del dictador? Indudablemente salvó a la economía española del desastre, porque esos ministros económicos tenían mejor percepción sobre los cambios que estaban empezando a producirse en el mundo occidental, y quisieron vincular a España al capitalismo de esa parte del mundo. Contribuyeron a cambiar muchos lenguajes, y, desde luego, las estéticas. Pero no podemos olvidar que la mayor parte de esos tecnócratas eran tan franquistas como los ortodoxos de la autarquía, y la mayoría había combatido en la guerra. Pese a la reticencia de la vieja estructura sin ellos no se habría producido el paso al desarrollismo de los 60. Se podría incluso decir, que fueron los artífices de lo que más tarde sería denominado ‘franquismo sociológico’, una forma diferente de adhesión al sistema basada en la mejora del consumo a cambio de la renuncia a la política, para la que carecía de importancia la vieja dependencia jerárquica-ideológica de otras épocas. ¿La Universidad fue un elemento de cambio importante? ¿Cómo se vivía la clandestinidad? Empezó a tener presencia pública a partir de los sucesos del 56 en la entonces llamada Universidad Central de Madrid, cuando por primera vez se exteriorizan formas de disidencia por parte de jóvenes que no han hecho directamente la guerra pero vienen de familias ligadas a los grandes apellidos y en algún caso emblemas del Régimen. Ello en una época en la que todo estaba especialmente controlado. Uno de los capítulos del libro que más puede llamar la atención es el testimonio de Julio Diamante, personaje clave en los sucesos del 56, y más tarde director de cine. Quise que me contara cómo aparece ‘Federico Sánchez’/Jorge Semprún en Madrid, y cómo es posible que pasara inadvertido a una policía que estaba en todas partes. Diariamente relata hoy cómo Semprún y él paseaban horas y horas muchas tardes por los lugares más recónditos del Parque del Retiro, en los que no podían ser escuchados por nadie, para poder hablar sin cortapisas… ¿Se ha entrevistado con muchas personas o ha tirado de recuerdos familiares para escribir el libro? Hay algun recuerdo familiar, por ejemplo sobre la forma cómo antes de que yo naciera tuvieron que comprar un antibiótico para mi padre, entonces muy joven, recurriendo a una embajada. Pero la base han sido las conversaciones con quienes vivieron directamente esa época y sus recuerdos. Algunos de esos testimonios son especialmente valiosos, tanto de los aparecen con su nombre o son anónimos. En algún caso he tenido que contrastar dos visiones complementarias que no idénticas tratando de encontrar respuestas a algunas de mis muchas dudas. Por ejemplo, en la pregunta que tantas veces me he hecho: ¿cómo era posible que un Jorge Semprún que según todos tenía una brillante personalidad y casi deslumbrara, no fuera identificado (y detenido) por una policía omnipresente? Ahora tengo la respuesta: era sumamente cauto y discreto, con habilidad para mimetizarse. Me imagino que tendrá muchas anécdotas de los personajes que desfilan por el libro. ¿Tiene alguna especialmente interesante? Hay muchas, y bastantes están en el libro. Me hizo reír en su día Pedro Amalio López, uno de los puntales de los antiguos ‘Estudio 1’, hombre intelectual y progresista que estuvo en las Conversaciones de Salamanca y en la primera emisión de TVE en octubre de 1956, cuando me contó que falló casi todo en esa ‘brillante velada’ de la que hablaba la prensa y No-Do, y hasta emitieron un documental ¡doblado en francés! Pero no mucha gente debió enterarse de esa chapuza cuando en esos primeros tiempos de la televisión no habría más de dos o tres centenares de aparatos. Para terminar, ¿ha disfrutado escribiendo el libro? Sí, porque disfruto haciendo cualquier cosa creativa, e intento ponerme en el papel de quien después lo leerá, verá o escuchará –si se trata de un trabajo audiovisual-. Lo que implica buscar elementos de cercanía con el receptor. Nunca he comprendido al autor, al director de cine o al escritor teatral que dice que hacen las cosas sin importarte a quien van destinadas. A mí me importan porque yo también soy lector y espectador, veo cine y televisión, escucho música, y me interesa mucho lo que los demás están haciendo; porque también me ayuda a mejorar y superarme. Puedes comprar el libro en:
+ 0 comentarios
|
|
|