Desde la perspectiva de una niña, Amelia Noguera nos cuenta los padecimientos de esas personas, muchas familias se rompieron por este trágico episodio que no terminó ahí, sino que en la posguerra se continuó machacando a los perdedores. Con un lenguaje rico, minucioso y conmovedor, la autora describe los sucesos de esa huida. Además, utiliza los testimonios de varias personas que sufrieron aquellos terribles hechos buscando la mayor objetividad posible. En la entrevista, la autora nos da las claves del porqué escribió esta novela y cómo sucedió aquel sindiós. ¿Cómo surgió la idea de escribir “El paseo de los canadienses”? Estaba buscando en internet testimonios reales de víctimas de la II Guerra Mundial para otra de mis novelas y me encontré con grabaciones de los ancianos que habían sobrevivido a la carretera de la muerte. La mayoría entonces eran solo niños que huyeron de Málaga hacia Almería con sus familias por miedo a lo que los soldados de Queipo de Llano o los “moros” les harían. Todos terminaban llorando al recordarlo, pero lo que necesitaban sobre todo era que se conociera la injusticia que habían vivido. Lloré mucho con ellos. Quise darles voz. ¿Cuánto tiempo tardó en documentarse? Muchos meses. He leído y utilizado bibliografía de todo tipo, biografías, manuales, investigaciones historiográficas, etc. Pero lo que más me sirvió fueron los testimonios de los supervivientes. Pasé muchas horas viéndolos y escuchándolos. ¿Partió la novela de los recuerdos de alguien de su familia? Al contrario, mi padre era andaluz y siempre desconoció esa masacre. En Gernika murieron cientos de personas; en la carretera de la muerte, en la Málaga de Picasso, se calcula que podrían haber sido más de 5.000 los asesinados, porque se cree que “corrieron entre 150.000 y 200.000 refugiados. Y ese episodio fue ocultado tanto por los republicanos como por los franquistas. Los primeros, por vergüenza: las milicias desertaron y dejaron indefensa a la población civil y el gobierno republicano de Madrid no les envió refuerzos ni armas; los segundos, porque su matanza fue brutal. Ha incluido los testimonios de una docena personas en la novela. ¿Por qué lo hizo así y qué aportan esos recuerdos?Todas las guerras son fenómenos complejos, pero la Guerra Civil española es una de las más difíciles de entender. Fue un conflicto político e ideológico, pero también una lucha de clases, una lucha contra el feminismo incipiente, una lucha por las creencias, etc. Yo quería intentar mostrar esa gran complejidad. Me pareció que introducir a distintos personajes secundarios que dieran su punto de vista sobre la parte del relato en la que intervenían ayudaría a eso. Doy voz así a un espía comunista húngaro, un aviador italiano, un soldado franquista, otro anarquista, una enfermera republicana, etc. La novela comienza con la frase: “Mi madre mató a Jacinto una mañana clara”. ¿Eso ya nos anticipa que no va a hacer ninguna concesión? En esta novela se plantea también un dilema moral. Ese principio es esencial en ese objetivo. “El Paseo de los Canadienses no es una novela en la que los soldados sean los personajes principales, sino que los protagonistas son sus víctimas”¿Estamos ante una novela en la que las fuertes son las mujeres y los débiles los hombres? No lo creo, pero estamos acostumbrados a que sean los hombres los que protagonicen las ficciones bélicas y quizá por eso se lo haya parecido. Lo que ocurre en “El Paseo de los Canadienses” es que no es una novela en la que los soldados sean los personajes principales, sino que los protagonistas son sus víctimas. Y las víctimas en esa carretera fueron fundamentalmente mujeres y niños. ¿Cómo describiría a las niñas Azucena y Martina? Las niñas son la esencia de la novela. Estoy convencida de que lo único que puede salvar al ser humano es el amor. Y ellas me sirven para demostrarlo. ¿A qué es debido que el gobierno de la República dejase indefensos a tanta población civil? Málaga, por su ubicación y las características de su orografía, era muy fácil de defender, pero el gobierno de la República en ese momento estaba presidido por Largo Caballero, que además era Ministro de la Guerra. Él era socialista y Málaga era conocida entonces como Málaga la Roja, porque dominaba el PCE y había muchos comunistas y anarquistas, y sus desavenencias son conocidas. Se atribuye a Largo Caballero la respuesta al diputado malagueño que pedía refuerzos: “Ni una bala más para Málaga”. Quizá también fue cuestión de prioridades: el Gobierno de la República no tenía armas ni hombres de sobra y es posible que prefirieran defender otros lugares por estrategia. Se equivocaron: el frente andaluz se demostró esencial a la hora de perder la guerra. ¿Cuál fue el papel del doctor Norman Bethune en la retirada? Fue el único médico que atendió a los muchísimos heridos en la carretera de la muerte. Era un cirujano canadiense comunista que, junto a sus ayudantes Hazen Sise y Thomas Worsley, trasladó sin descanso en su camioneta de la Cruz Roja durante tres días a “los que corrían” hasta el hospital de Almería.
¿Cómo calificaría la represión del bando vencedor, donde no se salvaron ni mujeres ni ancianos? La represión del bando vencedor es lo que hace de nuestra guerra un conflicto sin precedentes en el mundo occidental. La brutalidad de las guerras es la misma en todas, pero en pocas se mantuvo décadas. Franco planificó el exterminio sistemático de sus enemigos después de concluida la guerra. Esa represión es un genocidio. En la novela, juega con el papel de la escritora que escucha los testimonios para escribir el libro. ¿Por qué quiso poner ese filtro entre la narración y el lector? Los testimonios que avanzan en el relato como si la escritora los estuviera entrevistando me sirven para conseguir una especie de extrañamiento, al estilo del teatro de Bertolt Bretch: quería sacar, muy momentáneamente, al lector de la historia para que no olvide que lo que está leyendo ocurrió en realidad. ¿Es su novela más desgarradora? Es mi novela que mejor dibuja a los seres humanos. Lo que me están contando los lectores que les sucede con esta novela es que les emociona tanto que a veces tienen que dejar de leer para tomar aliento, pero que necesitan continuar. ¿Le ha costado escribir un libro tan duro? ¿Se ha vaciado? Lloré mucho escribiendo esta novela y siempre que tengo que volver sobre ella, vuelvo a llorar. Pero es la más hermosa de mis novelas. ¿Es mejor la verdad o el olvido? Sin duda, la verdad. Y además no podremos olvidar mientras no reconozcamos lo que realmente ocurrió. ¿Se cerrarán algún día las heridas de tanta crueldad innecesaria? En estos días, la respuesta es todavía más contundente: las heridas no se pueden cerrar si se sigue sin reconocer que las víctimas son las que importan. Por eso hay que ponerles nombre a los verdugos, fueran quienes fuesen, y condenar sus crímenes. La justicia siempre exige el reconocimiento del daño. No se puede perdonar lo que no se reconoce como una ofensa. Puedes comprar el libro en:
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