Qué inmensa soledad cuando algo se puede contar con tan solo los dedos de una mano. Y qué terrible injusticia. Sobran muchos dedos cuando se trata de contar a las mujeres poetas que aparecen en las antologías del 27. Los más cultos, con mucho esfuerzo serían capaces de citar cinco, pero como dijo Pepa Merlo, autora de Peces en la Tierra, “incluso esas cinco mujeres 'conocidas' son unas desconocidas. Ernestina de Champourcin, Josefina de la Torre, Rosa Chacel, Carmen Conde y Concha Méndez o son ignoradas o conocidas pero de forma más residual.”
Qué inmensa maravilla cuando los versos se cuentan con las dos manos. Diez dedos sobre un piano, acompañados por una voz como la de Sheila y un ramillete de poemas son capaces de abrir la puerta a ese tercer mundo donde habitaban Pilar de Valderrama y Antonio Machado. Ellos pensaban uno en el otro el mismo día y a la misma hora como último refugio de su amor. Un tercer mundo poético que Sheila Blanco rescata de la desmemoria, de la censura cruel del desprecio y del machismo estos maravillosos universos poéticos femeninos que habían sido pisoteados por las botas de la incultura.
Mientras Sheila Blanco canta a las poetas del 27, sus manos se olvidan de las teclas, estremecidas por los versos y se unen emocionadas. Las palabras van deshojándose delicadamente del poema y van cayendo sobre las teclas del piano que se deja llevar, alargando las notas hasta el infinito. La voz de Sheila Blanco se une al rumor del viento del árbol de la memoria y sus ramas que hasta ahora siempre decían Federico, Federico, Federico,... también empiezan a decir Josefina, Concha, Elisabeth, Margarita, Dolores, Pilar, Carmen, Ernestina y siempre Rosalía, fuera de todo tiempo y todo lugar. Son los verdes olivos centenarios hacen los coros, haciendo sonar sus verdes olivas. Es “Por la verde, verde oliva” de Margarita Ferreras que trae a Federico de la mano, pero también al romance eterno de las tres cautivas agarrado de los versos. Cuánta prisión sin barrotes y cuánta tragedia junta.
Los nombres furtivos y escamoteados por la historia de Josefina Romo Arregui, Concha Méndez, Elisabeth Mulder, Margarita Ferreras, Dolores Catarineu, Pilar Valderrama, Carmen Conde o Ernestina de Champourcin trascienden la reinvindicación necesaria para volar con su poesía. Sus poemas alzan el vuelo liberados de esos pájaros negros que traen entre sus alas los miedos como golpes asfixiantes en el pecho. La voz y los versos de Sheila Blanco tratan de conjurarlos, de describirlos, de avisarnos, de protegernos. Podrían llenarse los ojos de lágrimas y aún así los seguiríamos viendo, convertidos en triángulos negros, en censuras domésticas, en palabras comidas por las ratas, pisadas por los que vienen y poemas convertidos en polvo. Sheila Blanco canta a capella el poema construido con el mismo barro que transformaba en propias las palabras de estas poetas invisibilizadas.
Cuando la lucha conduce a la extenuación y cuando las lágrimas parecen conducir a dejar caer las manos sobre el piano cortando la música de un golpe seco, entonces siempre aparecen como una luz los versos de Rosalía de Castro. Siempre Rosalía. “Si cantan, eres tú que cantas,/ si lloran, eres tú que lloras, / y eres el murmullo del río /y eres la noche y eres la aurora”. Tienen tanta vida los poemas.
Sheila Blanco presentó su segundo disco “Cantando a las poetas del 27” en la jornada de clausura del Festival DPalabra celebrado en Cuenca entre el 11 y el 15 de febrero de 2020.