Fernández Vázquez se muestra valiente y crítico a partes iguales. En efecto, reflexiona desde posiciones de izquierda que no oculta en ningún momento, lo cual no le hace perder la perspectiva ni tampoco incurrir en el sectarismo. Esta afirmación se observa, por ejemplo, cuando analiza el discurso de la izquierda como respuesta al logro de un electorado cada vez más numeroso por la extrema derecha: “el reflejo aparentemente incondicionado de la izquierda ante el ascenso de la nueva derecha identitaria consiste en tocar a arrebato (…) Pero nunca preguntarse por las causas de lo que acontece (…) El problema de este tipo de respuesta es que puede caer en la autocomplacencia ética y el ensimismamiento estético” (p.26). En íntima relación con este argumento, al autor no le duelen prendas a la hora de sostener que la izquierda ha abandonado a sus votantes tradicionales. A modo de ejemplo, en lo que a Francia se refiere, ciudadanos que hace bien poco se decantaban por Mitterrand y Hollande, en 2017 optaron por el Frente Nacional.
La obra de Fernández tiene un notable valor histórico, en tanto en cuanto nos traza la evolución y las diferencias entre el Frente Nacional liderado por Jean Marie Le Pen y el liderado por su hija. En ese recorrido se detectan cambios notables, no siempre solventados de una manera pacífica y consensuada en el interior de la aludida formación: “no entiendo este afán por parecer buenos, aseados y correctos” (p. 57), afirmaba en 2015 el fundador del partido, en una fecha en la cual la división era apreciable. Los puntos de vista encontrados se manifestaron posteriormente entre Marine Le Pen y Marion Merechal Le Pen, vertebrándose la polémica sobre cuestiones como el matrimonio gay, la inmigración o la identidad nacional.
Con todo ello, uno de los aspectos fundamentales de la obra radica en cómo el Frente Nacional alcanzó la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2017, un acontecimiento que el autor presenció en directo desarrollando labores periodísticas. Al respecto, un rasgo destacable de dichos comicios radicó en que el enfrentamiento final se produjo entre dos outsiders, Emmanuel Macron vs Marine Le Pen, presentándose como una pugna entre mundialismo vs soberanismo, una etiqueta acertada pero insuficiente a juicio de Fernández-Vázquez. Igualmente, ambos rivales insistieron en afirmar la superación del eje izquierda vs derecha que había caracterizado a “la vieja política”, describiendo los dos la situación de Francia como “decadente”.
A partir de este diagnóstico, variaban tanto los culpables como las soluciones propuestas. Así, mientras Macron se decantó por un “neoliberalismo cosmopolita”, integrado por conceptos como ciudadanía, reforma, progresismo o modernización. Por su parte, Marine Le Pen defendió un “proteccionismo identitario”, asociado a la recuperación de la soberanía nacional, recalcando que en determinadas zonas de Francia el Estado había desaparecido. Esto se traducía en que el Frente Nacional garantizaba protección en una época en la que el ciudadano vivía desamparado frente a enemigos como el totalitarismo neoliberal o la comisión europea.
Con todo ello, el éxito de Marine Le Pen a la hora de llegar a la segunda vuelta de las presidenciales no se debió a que repitió punto por punto el mensaje que su padre había lanzado años atrás, basado en convertir a la inmigración en chivo expiatorio, negar el holocausto o arremeter contra el proceso de integración europea. Por el contrario, la candidata buscó la transversalidad con el fin de llegar a un electorado más numeroso, desempeñando en tal cometido un rol fundamental su asesor Florian Philippot. Al respecto, Guillermo Fernández-Vázquez enfatiza que el Frente Nacional “prefiere parecerse al Movimiento Cinco Estrellas italiano que al Partido Amanecer Dorado en Grecia. Quiere poder hablarle al electorado socializado en valores progresistas destruyendo la frontera izquierda-derecha e interpelando a sectores afectados por las políticas de austeridad tradicionalmente vinculados al Partido Socialista, como los funcionarios” (p. 59).
Asimismo, el binomio formado por Marine Le Pen y el aludido Philippot apostaron por un soberanismo sin complejos y una defensa del Estado nación frente a la globalización, identificando a esta última con el desempleo de masas, la inmigración y la pérdida de valores. Además, la candidata hizo guiños nada encubiertos al votante tradicional de izquierda: “los viejos socialistas, los verdaderos socialistas tenían razón: la patria es lo único que le queda al desposeído porque es el lugar del afecto, el espacio en el que aún puede sentirse seguro y en el que se le permite recordar” (págs. 78-79).
Aún con todo ello, la segunda vuelta resultó un notable fracaso para el Frente Nacional, tras lo cual se reabrió un intenso debate en sus filas que dio como resultado un repliegue identitario ocupando la cuestión de la inmigración un lugar de preferencia, combinado con un deseo de ser el partido referente de la derecha francesa. Este último aspecto se ha observado en una postura mucho más matizada hacia el euro: “lo que parece claro es que la extrema derecha europea está suavizando su postura sobre el euro para tratar de atraerse al electorado más conservador que ya comparte con ella sus postulados sobre identidad e inmigración, pero que recela sobre la inestabilidad que provocaría el retorno a una moneda nacional” (p. 177).
Puedes comprar el libro en: