Su familia procedía de la dinastía condal leonesa de Saldaña, de los Banu Gómez, familia de la que sería cabeza rectora tras la muerte de su tío Gómez Díaz. Se matrimoniaría en dos ocasiones, una con la condesa Eylo Alfonso y, al enviudar, con la condesa Elvira Sánchez. Su padre sería el magnate Ansur Díaz. La relación con el rey Alfonso VI de León será muy estrecha, ya que es posible que el infante leonés fuese educado por el conde Ansur Díaz, y el joven infante Alfonso Fredinándiz pasaría largas temporadas en las tierras de los Díaz; asimismo la familia del joven Pedro edificaría un palacio en la urbe imperial leonesa.
En el año 1067 sería el mayordomo real, conde en 1068, y tras aparecer en la diplomatura del rey Alfonso VI de León como Petrus Assuriz comes, recibiría la gobernación y la auctoritas de un buen número de tenencias por orden regia, destacaré a: Carrión (1074); San Román de Entrepeñas y Saldaña (1077); las leonesas Zamora y Toro en 1084; y la Liébana leonesa desde 1101. Estará en las tierras de Urgel, el 14 de septiembre de 1102, para proteger a su nieto Armengol VI. En el año 1108 retornará a la Corona de León, y recuperará el gobierno de las plazas antes citadas, hasta su muerte. Previamente, tras la pseudoderrota espuria de Alfonso VI en Golpejera (1072), por la actuación torticera del Cid de Vivar, acompañará al rey de León a su destierro en Toledo. También se encargará de la educación de la joven infanta Urraca de León. Su actitud será dubitativa sobre qué partido tomar en el caso de las descomulgadas bodas de Urraca I de León con Alfonso I el Batallador.
El 9 de diciembre de 1117, realizará su última aparición documental. Siempre se le ha considerado como el auténtico repoblador de Valladolid, por el método romano de la presura, como dominus uillae. En todo el devenir vivencial del magnate se encuentra la acusada personalidad de su primera esposa, la condesa sahaguntina Eylo Alfonso, “de rara virtud y extrema caridad”, que era hija de los condes Alfonso Muñoz e Ildoncia González de Cea. Y, como es de esperar en todas las mujeres leonesas, que parten de las muy fuertes mujeres ástures cismontanas-augustanas, es de una acusada personalidad y no minimizada en la sociología histórica del momento. Todo ello y mucho más se encuentra contenido en esta obra de cerca de 400 páginas, que es una auténtica joya de la historiografía medieval.
Compuesto por 14 estudios resaltables, con solo una pequeña crítica. No existe el reiterado reino de León y Castilla, ya que tanto los territorios de Castiella como el de las Galicias son vasalláticos y feudatarios del de Reino de León, y la fórmula debe ser de LEÓN, de GALICIA y de CASTILLA. A. Barón se acerca a la biografía del magnate sin ambages.
G. Cavero se encarga del tiempo y el espacio en el que se movió “el noble leonés más prominente y probablemente más importante de su tiempo”. A. Rucquoi se encarga de la relación personal y fundacional repobladora del magnate leonés con su dilecta urbe de Valladolid. P. Martínez Sopena estudia cómo estaba considerada la nobleza en la Corona de León, esa poderosa y levantisca nobleza leonesa con un poder tan imponente que en ocasiones no respetaban al primum inter pares.
Mª. I. del Val Valdivieso se aproxima al estudio de las mujeres que conforman la familia del dux legionense, desde su madrastra Justa Fernández, con la que tuvo una afectividad materno-filial, y sobre todo con su esposa Eylo Alfonso, de la que se conoce su relevante papel en la vida de su esposo como político y hombre de guerra; también tienen tres hijas: María, Mayor y Urraca, y la personalidad de Eylo debió ser tan notoria, que su hija María puso a una de sus hijas Eylo.
C. M. Reglero de la Fuente se dedica, obviamente, al análisis de la relación del conde con la poderosa iglesia católica del Alto Medioevo. La ilerdense F. Sabate estudia al conde Pedro Ansúrez de Urgel, y está bastante despistada con relación al reino de León. F. J. Martínez Llorente estudia las ferias medievales en la ciudad del conde Ansúrez. E. Orduña y el concejo abierto en las tierras entre los ríos Esgueva y Pisuerga en los siglos XI y XII. E. Maza Zorrilla y el hospital de Santa María de Esgueva, con más de ocho siglos a sus espaldas.
P. González Galindo estudia al magnate en la documentación del archivo de la Catedral de Valladolid, es una delicia recorrer las donaciones del conde, desde el pergamino del año 1088, que es una carta de venta a favor del abad don Salto de Valladolid. En suma elegante y paradigmático libro, con una cantidad ingente de láminas en color y una más que amplia bibliografía, que conlleva mi recomendación sobresaliente. ¡Hoc utilitate est!
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