Desde Fernán González (910-970), del que su base patrimonial sería el castillo de Lara, pasando por García Fernández “el de las manos blancas” (c. 938-995), Sancho García “el de los Buenos Fueros” (965-1017) y García Sánchez (1009-1029), este último victimado en la urbe-imperial legionense por la familia de los Vela (13 de mayo), aunque no existen datos historiográficos sobre este magnicidio, cuando iba a matrimoniarse con la infanta leonesa Sancha I Adefónsez [c. 1013-REINA DE LEÓN Y DE CASTILLA, desde 1037, HASTA, León, 7 de noviembre de 1067 ], hija del rey Alfonso V de León “el de los Buenos Fueros o el Noble” [c. 994-REY DE LEÓN desde el año 999, HASTA Viseu, 7 de agosto de 1028]. La obra sigue una sistemática más que aceptable, partiendo del documento a que se refiera, transcrito con toda escrupulosidad, y al que se acompaña de un aparato crítico, total y absolutamente imprescindible para poder analizar cuál era el comportamiento de estos magnates, sustentadores de algunas de las columnas esenciales de la Corona de León; las otras estaban en el territorio de los condes galaicos lucenses y ástures, y así todos juntos eran capaces de aguantar los embates de los agarenos andalusíes y sus aceifas.
Todo este volumen es el resultado final de una brillante tesis doctoral realizada por el autor, con la máxima calificación. El conde Fernán González es mencionado ya como conde en Castilla en un documento del monasterio de San Pedro de Cardeña en el año 932, donde se cita: “Regnante Ranimiro in Obeto et comité Fredinando Gundissalbiz in Castella”. Los documentos presentados son donaciones de índole privada, ya que toda la diplomatura de la Alta Edad Media pública debería estar sancionada por el monarca de turno, cuando el rey solemnemente realizaba algún tipo de privilegio a favor de un particular, o de intercambio, o de donaciones a los monasterios y las iglesias para tratar de salvar su conciencia cuando se presentase ante Yahvéh-Dios Todopoderoso. Estos documentos presentan toda la parafernalia documental esperada, y la solemnidad necesaria.
En este libro se encuentran, verbigracia, unos muy interesantes diplomas sobre las fundaciones existentes, con relación a los Monasterios-Infantados de Covarrubias relacionados con García Fernández, este hecho figura en dos documentos, y el homónimo de Oña de manos del conde Sancho García. No hay que olvidar quienes son los reyes-emperadores de León que jalonan el siglo X, permitiendo muy pocas alegrías a sus magnates, desde Ordoño II, hasta Bermudo III, pasando por el más grande de Europa en la primera mitad del siglo X, el magnus basileus Ramiro II el Grande, u Ordoño III, Sancho I el Craso etc., ya que incluso los que parecen más atrabiliarios, como por ejemplo Vermudo II el Gotoso, tienen un sentido de la dignidad regia muy remarcable.
La mayor parte de la documentación es eclesiástica, siendo copias transcritas en cartularios (libro manuscrito, comúnmente encuadernado, donde se transcriben títulos de propiedad de personas físicas o instituciones) y becerros (códices medievales en los que eran copiados los privilegios y pertenencias de las iglesias y monasterios para el uso manual y corriente). Los documentos están citados siguiendo un orden cronológico riguroso, y la cualificación de cierta, dudosa, falsa y sospechosa.
Me sorprende, negativamente, que en la página 53 se cite al inexistente reino asturleonés, invención calenturienta del profesor Sánchez-Albornoz, cuando la secuencia está más que contrastada: ASTURORUM REGNUM; OBETAO REGNUM; REGNUM IMPERIUM LEGIONENSIS; y luego los Reinos de León y de Castilla o viceversa. En lo que se refiere a la lejanía de la Auctoritas del monarca de León, no se ajusta a ninguna realidad historiográfica; ya que, verbigracia, me voy a ceñir al caso específico de Fernán González y su comportamiento sorprendentemente infiel, lo que le supuso merecida cárcel, a partir de ese momento histórico estará controlado por el leal conde Ansur Fernández y el infante Sancho Ramírez. Los condes nunca dejarán de reconocer la autoridad de los reyes de León, sus señores naturales, pero como en el resto de territorios se ven obligados a defenderse del belicoso Islam, aunque no dejen de acudir al fonsado, teniendo la más que obvia autonomía.
La lectura de la colección diplomática es una delicia, desde el falso del 12 de enero de 912, del conde Fernán González, hasta el del 23 de abril de 1024 del conde García Sánchez. Destacable, asimismo, el análisis y la explicitación de todas estas donaciones. En suma, una obra de absoluta recomendación, que se refiere a aquellos magnates castellanos, que eran tan importantes en la defensa de la estructura reconquistatoria de los reyes de León, además de ir conformando toda una estructura política novísima, en una Península Hispánica que era absolutamente diferente del resto de Europa. ¡Quomodo vales!
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