Ya en la cita que aparece al principio del poemario fulguraron para mí tres elementos poemáticos: muerte, tristeza y paz, como estandartes de un discurso lírico que aspira —esperanzadamente— a exponerse en ese orden. Ramón Llanes Domínguez nos previene lo siguiente en su prólogo: «intimidad que vuelca en sus paredes más profundas su solidaridad con la basura que observa a su alrededor». Y no puede estar más en lo cierto. La conciencia crítica de José Romero critica a las conciencias, no como poeta, sino como persona enamorada de la vida y la cultura, anega por completo este libro, un libro al que ha debido recurrir al poeta interior no para dulcificar lo crudo ni embellecer lo feo, sino para apelar a la emoción, al sentimiento más profundo de los lectores que, como él, se ofendan y sientan heridos ante la vorágine del mundo. Fueron los poetas —o debería mejor decir, parte de los poetas— de la conocida como Generación del 50 quienes hicieron de su protesta ante las injusticias del mundo un modelo de poesía social que tuvo un corto esplendor pero un profundo calado en las conciencias progresistas. Ángela Figuera, Gabriel Celaya, Blas de Otero e incluso Miguel Hernández, fueron algunos de los poetas. Lo que entonces fue una censura de Ley de prensa muy restrictiva uno de los grandes enemigos a batir, es hoy el monopolio global de la ideología con tácticas inductivas, la cultura del meme, la sobreinformación que nos desinforma, la pobreza instaurada como efecto de la expansión del capitalismo, y muchos otros frentes que deshumanizan a un ser humano que hoy vive otra importante transición —y esta no lleva de la dictadura a la democracia—, por un lado, la ecológica, y por otro, la moral. José Romero Muñoz, hombre comprometido a través de actos solidarios contra la asimetría del mundo, es también un artista comprometido. Las orbes privada y pública, en él convergen, se imbrican, se retroalimentan, porque no entiende la vida sin escribir y no entiende vivir sin la lucha por disfrutar y legar un mundo mejor. Estamos, pues, frente a un discurso visceral, incontenible, que se expresa y defiende por sí solo porque consigue, no solo comunicar, sino contagiar ese estímulo combativo e inconformista que lo mueve. « ¿Nacer y morir es todo lo que tenemos? », nos pregunta el hablante lírico en el primer poema del libro. Esta pregunta ya devela una concepción de la vida que trasciende lo orgánico y rutinario para transparentar un hambre, un deseo por cambiar las cosas y trascender lo dado por hecho y consabido, lo impuesto y asumido, lo trágico pero trivial por ser corriente. A primera vista resalta en la fisonomía del poema la ausencia del título. El tiempo verbal de los versos es presente y su lenguaje, sencillo. Estas mismas características se encuentran de nuevo en el poema siguiente. « Me supura la angustia», es el principio de este segundo poema. Sin duda, un tumultuoso mundo interior se va filtrando en los versos, y con él, algunos de sus sentimientos e interrogantes. La interpelación a un apóstrofe vuelve a darse en el segundo poema, el poeta habla a un tú del que no sabemos su identidad. Por tanto, el talante del poemario apunta a ser dialogístico. Llegamos al tercer poema y advierto que ningún poema en todo el libro lleva un título. Tampoco existen agrupaciones temáticas de poemas, no hay divisiones en su estructura. Por lo tanto, llego a la conclusión de que este libro es un poema-río, un continuo decir que en su corriente encierra la maravilla de sus secretos. El hecho de presentar los poemas sin título me hace pensar en la idea de naturalidad, en el compromiso con lo dicho y en la honestidad de un poeta que no fuerza las formas para priorizar un fondo que late embravecido. Los poemas de “Tres cuartos casi una vida” son una proclama necesaria para el poeta, un soplo vital, su respiración. En la textura de sus poemas se destila una herida interior que supura y late su tristeza, pero también se ausculta una rabia subterránea que la sobrevivirá: «Los pasos mudos se llenan de polvo / y el cuerpo se relaja mientras tengo / el deseo de agarrarme a un árbol / y dejar que me hable al oído». Los poemas de José Romero se hermanan en un dolor universal que los cohesiona. Sus versos parecen haber sido concebidos como pensamientos devenidos del mundo experiencial, cada poema aparenta ser una pincelada ideológica que transparenta a un sujeto político harto de injusticias y opresiones y aboga por la libertad y la justicia. Hasta llegar a la página veintitrés, todos los poemas precedentes son monoestróficos. Sin embargo, en la página veinticuatro encontramos un poema estrófico que en la aliteración del sintagma preposicional «desde el suelo» encuentra un mantra para referirse a las múltiples interpretaciones de un suelo que nos acoge como cuna (barro), altura (bajeza), tierra (realidad), y así sucesivamente. Un grito descorazonador emerge desde el interior de cada poema para recordarnos que cada vida tiene su función en el mundo y no podemos permanecer indiferentes ante la pasividad como respuesta a los problemas. Llegados a este punto, podemos confirmar que en el estilema del poeta refulge el verso libre como amplio cauce de un discurso impredecible. Los poemas amarran su esencia al estado emocional de su primera enunciación. Así, las palabras, muerte, soledad, frío, silencio, invocan una desazón que va ampliando cada vez más su campo semántico. El árbol genealógico de la tristeza va creciendo y derivando en ramas sus hondas significaciones: «Cicatrices se quedan incrustadas / ojos que se niegan a nadar entre olas / manos que ocultan su desgaste / cuerpo que se duele de los años / vida que se agota lentamente». El hablante lírico muestra su lado más humano al reconocer sus debilidades: la soledad y el frío de los insensibles le impide pensar; el magnetismo de un pasado añorado lo lleva hasta él, pero solo como refugio; la insatisfacción de vivir resignado le colma la paciencia y le insta a invertir su sentimiento de culpa. El paso del tiempo, la preocupación de la muerte, la hipocresía, el estado de necesidad de nuestros semejantes: la diversidad de temas que la poesía de Romero Muñoz abarca es grandiosa, son, en parte, muy existencialistas, pero en ningún momento el autor olvida el verdadero centro de gravedad que hace funcionar a este diario reflexivo como un todo: su vocación de arenga, siendo expositivo. La vocación de abrazo del poeta dota de tintes románticos a un discurso que camina de lo grotesco a la esperanza de forma sosegada. Su fe en la palabra permanece incólume ante tanta destrucción y su hablante lírico se convierte en un avatar paradigmático que de alguna forma nos representa. Es muy fácil reconocerse en los versos de este poemario, porque en él la realidad está contada de forma natural y se muestra cruda, sin adornos. La naturaleza de lo cotidiano sirve de espejo al yo interior que pugna por mostrarse en lo que hacemos y no en lo que decimos. La gravedad del problema que Romero Muñoz denuncia con sus poemas —un mundo en decadencia y nuestra quietud— requiere claridad en el verbo, brevedad y concisión, y a todos estos factores su poesía se acomoda. El poeta confía en el poder de la palabra y su poesía porfía por ser el bisturí que nos abra el pensamiento para transformar la inacción en acción, el desamor, en amor, la vergüenza, en orgullo. “Tres cuartos casi una vida” es un poemario concebido en ese tramo de la vida en el que ninguna creación artística aspira únicamente a un fin estético. La madurez poética de Romero Muñoz queda patente y revela, a la par, su desnudez. La sinceridad contenida en estos poemas es algo que no puede cuestionarse. Libros como este son hoy más necesarios que nunca, pues además de una función cultural, cumplen una función social. El artista, creador de arte, sí, pero antes, persona, es obligado por las circunstancias que le rodean a interrumpir los cantos de cisne para señalarnos la dirección en la que caen las bombas, pero también nos señala a nosotros si destruimos o permitimos que otros destruyan mirando hacia otro lado, nos habla de la paz entre la guerra, y eso es algo que —de corazón— debemos agradecer. [1] Que no poesía de la conciencia crítica, a la manera de Alberto García Teresa. Puedes comprar el poemario en:
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