Quien haya seguido con un cierta fidelidad la obra de Cioran –y circunstancias- traducida en España, recordará aquella entrevista personal a propósito de las numerosas cartas recibidas –sobre todo de jóvenes- para ver justificada su decisión hacia el suicidio. Entrevistado acerca de ello vino a decir: bueno; yo, desde luego, no tengo ninguna intención real de ser tan expeditivo con mi vida. Y así se había de cumplir, prolongándose ésta hasta el deterioro final. Cabría decir, a este propósito, que, cuando se habla de lectores y su adicción a determinados autores (añadiendo la, en ocasiones, desmesurada estadística correspondiente), habría que matizar tan aparente condición-virtud con aquella famosa frase de Borges: “Las estadísticas son como los bañadores; enseñan mucho pero ocultan lo esencial”) Siendo, a veces, lo esencial, la propia comprensión del discurso. Particularmente considero que Cioran era consciente y solidario con su propio pensamiento nihilista, desesperanzado como proyecto humano de un futuro feliz. De ahí a integrarse en los negacionistas de la propia vida va un largo trecho; una cosa sería eso y otra, bien otra, que el pensar con inteligencia y argumentos como él lo hizo en cuanto a su convicción de la liberación optimista de un ser ontológico que piensa con rigor le llevase a una esperanza justificada. Piénsese que él era un hombre religioso en su sentido profundo, convencido, algo que habría necesariamente de privarle de un horizonte risueño echando mano de la especulación racional. Su obra, por ello, creo que perdurará como planteamiento ontológico, como referente pensante. Lo que, por otro lado, habría de hacerle apreciar muy sincera e incluso gratamente la vida. Y hay testimonios en este sentido habiendo disfrutado de tantos viajes, de tantos gestos sencillos que implicaban un vivir sencillo, ligado a una realidad necesaria. La autora, una fiel y asidua amiga del autor, creo que así llega a ponerlo de manifiesto en este libro abierto, inteligente, dialéctico en la medida de advertirnos o aproximarnos a la vida real de un ser lleno de curiosidad; de una fecunda melancolía, incluso. En una de las numerosas cartas que se cruzaron le dice Ciorán: “Tendido en la alfombra balcánica y lleno de recuerdos precisos, me he entregado a pensamientos tontos, de los cuales ni siquiera fue capaz de librarme el cuarteto de Schumann (Apréciese en el autor distendimiento, sensibilidad) Sólo su voz sería capaz de obrar el milagro. Yo soy una persona distinta, aquel que ha reído tanto con usted durante este período único” Y, en la misma carta, un poco más adelante: “La politización excesiva de los intelectos es una catástrofe incomparable. Mejor diletantismo que ideología, mejor no depender de nada”. En fin, el hombre hecho carne; no hecho de papel para ser la representación de la oscura libertad (entendida ésta o no) de cuantos, también libremente, quieran erigirse ídolos que les liberen de su escasa condición racional de lectores. Friedgard, buena lectora, le responde al maestro en una carta fechada el 27-7-81: “Sí, anhelo es más que afán, porque contiene el presentimiento de la inutilidad, mientras que el afán aspira precisamente a la meta impulsora, sin conocer su carácter inalcanzable…” Quien leyere que entienda. Puedes comprar el libro en:
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