Su título, ‘El hombre que camina lentamente’ es texto que podemos considerar entre el ensayo y el diario y que, en el fondo, responde a esa esencia estilística del autor de primar en sus textos -por lo común breves- la observación inteligente (casi trascendente) de cuanto es cosa, paisaje, palabra, pues considerando desde sí que ‘en lo otro está uno’ viene elaborando –también en su discurso poético- una forma original de pensar y pensarse. Lo que ha de entenderse, desde el punto de vista del lector, como una invitación a la sorpresa, al descubrimiento en lo nuevo, en lo distinto, en lo aparentemente oculto. Una invitación a considerar el ser, también, como partícipe de ese Otro omnímodo, de lo novedoso, de lo desconocido.
Ello exige el difícil arte de una palabra cuidada, significativa sin ceder al conceptismo; de ahí la habitual brevedad y contención de su obra. La lectura constituye así una invitación al viaje, donde lo aparentemente pequeño se muestra revelador y donde se ve resaltada la condición íntima del hombre por lo veraz más que por lo ficticio, por lo real más que por lo inventado o simplemente aludido.
Literatura, pues, desasida de nerviosa verbosidad, necesaria como interlocución propia, algo que el lector inteligente siempre apreciará; y en ese distinguir se distingue.
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