El devenir histórico de aquel austriaco intelectualmente de medio pelo, aprovechado e indigno por antonomasia, sería de lo más obscuro. Pero, su anodina juventud va a desembocar en nacionalizarse como alemán para participar en la Primera Guerra Mundial, con los resultados personales ya sabidos. Existía, desde la anterior guerra francoprusiana, un importante rechazo europeo al sentido belicista e imperialista de aquellos individuos que habían ido reuniendo, en un solo estado, todos los minúsculos principados alemanes, bajo la bota de Prusia.
El trato, tras 1918, hacia las derrotadas Alemania y Austria fue claramente denigrante, y al calor de ese caldo de cultivo nacerían grupúsculos reivindicativos de corte nacionalista y autoritario. En la singularísima Baviera nacería el embrión del denominado posteriormente como Partido Nacional Socialista Obrero Alemán, en el cual tras ciertas vicisitudes inauguraría hacia el año 1933, Adolf Hitler, su poder cancilleresco, y como Führer desde 1934 hasta su autoinmolación cobarde de 1945, durante ese tiempo se inauguraría su delirante Reich de los 1000 años.
El 1 de septiembre de 1939 la invasión de Polonia sería el principio del fin del genocida régimen político nazi. Sus aberraciones criminales y el indudable holocausto sentarían en el banquillo de los acusados del Tribunal Internacional de Núremberg, otrora la ciudad del orgullo nazi, a un puñado de sus cabecillas. En dicho momento histórico fueron juzgados los jerifaltes nazis que tuvieron la valentía de asumir sus responsabilidades y no suicidarse como Hitler, Burgdorf, Maisel, Goebbels, Himmler, Eichmann, Mengele, y tantos otros. Se planteó una premisa previa, manifiestamente injusta, como fue que no se juzgaban los errores de los vencedores occidentales, sobre todo los de un personaje claramente amoral como Winston Churchill, y, mucho menos, las aberraciones criminales del vencedor Stalin y su Unión Soviética acompañados del simpar ejército rojo, con lo que lo que hicieron en su conquista de la parte oriental de Polonia, o en Ucrania, Letonia, Estonia, Lituania, Croacia o en Finlandia, o, porque no decirlo, las miles de mujeres alemanas violadas y asesinadas, que quedarían impunes. Pues, bien allí estuvieron sentados los que asumían su responsabilidad y no se arrepentían como Hermann Göring; los que aceptaban su responsabilidad pero que eran leales al juramento realizado al führer y el pueblo alemán como los militares Keitel, Jodl, Raeder o Dönitz; y, en último lugar, los que aceptaban su responsabilidad, no sabían lo que había ocurrido y pedían perdón, con el campeón del cinismo a la cabeza Albert Speer o, si me apuran, Franz von Papen o Hajlmar Schacht.
Otros recuperarían sus creencias religiosas perdidas como Hans Franck asumiendo todo lo hecho, y, destacaría con luz propia el más torpe intelectualmente de todos ellos, que no tendría nunca en Alemania responsabilidades políticas de ningún tipo, incluso en arresto domiciliario por los propios nazis desde el año 1942 más o menos, y del que se avergonzaban sus propios correligionarios, como era Julius Streicher. El libro presenta una gran cantidad de fotografías en blanco y negro, absolutamente impactantes.
El estudio es absolutamente impresionante, y analizado de forma pormenorizada. En primer lugar se juzgaron y condenaron a los jerarcas. Luego, contra autoridades militares y civiles, contra cuerpos represivos y contra las empresas implicadas en el trabajo de los esclavos. Cualquier cuestión nueva que se conoce sobre aquel sistema político es pavorosa. Uno de los capítulos más destacados es aquel en el que se indica, que el análisis jurídico-administrativo debe ir precedido de un apartado conceptual. La obra, de recomendación plena, finaliza con una entrevista, estremecedora, titulada “la visión del pasado desde la mirada de un sefardí y español: un éxodo personal. (entrevista abierta)”.
En suma, la obra del año 2018 aporta nuevos acercamientos, en este caso jurídicos, a un comportamiento inexplicable e inaceptable por parte de dos naciones como Alemania y Austria, que paradójicamente algunos inocentes contemporáneos, sobre todo sus judíos, consideraban imposible se pudiese producir en las patrias de Mozart, de Goethe, de Beethoven o de Kant, aunque este último hoy sería ruso, ya que su ciudad natal, en la Prusia Oriental, Koenigsberg, se llama Kaliningrado en memoria de Kalinin otro soviético de infausto recuerdo. Aquel comentario sobre la imposibilidad de que los germanos hiciesen lo que estaban haciendo, no fue más que una ilusión absurda. En suma, una obra magnífica, que es más admirable por el rigor crítico hacia otras posturas contemporáneas a la época del nazismo que ofrece. Quomodo vales!
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