Aunque el autor no lo expresa en momento alguno, la nueva entrega puede leerse alterando el orden de los capítulos, al gusto, y, con tal de que se lean todos, se obtendrá la misma sensación: placer por la narrativa, por la pura ficción y por las cosas bien contadas. Extraña cosa en un mundo dominado por baratijas encuadernadas que llenan los estantes de librerías y bibliotecas.
Un edificio blanco y alto, que otrora fuera seminario y ahora hospital, en cuya planta cuarta se depositan enfermos terminales para que expiren, y que luego serán sajados por un diestro forense; una mujer que pasa de niña a vieja en un pasmo, en un santiamén, como si el tiempo no debiera recorrerse linealmente; el mar, numinoso cristal donde se reflejan luces, sueños, recuerdos, ilusiones e imaginaciones; una sierra llena de personajes mitológicos recostados en pétreas configuraciones que apabullan al observador; curas bujarrones y maliciosos que condicionan por siempre el azaroso devenir de sus víctimas; la vejez -de la que tan lúcidamente hablara Simone de Beauvoir, en la obra del mismo nombre- siempre llena de pretérito y ausente de presente -las más de las veces aciago, vergonzoso e incluso doloroso física y mentalmente-; asesinatos urdidos en la quietud quejumbrosa del paso lento de los días; el estilete de la droga, tanto en su génesis como en sus nefastas consecuencias; en definitiva, un cúmulo de personajes arrastrados por las pasiones, los deseos o los instintos, que vienen a ser la misma cosa: vida.
Realismo mágico en estado puro. En ese menester nos ha embarcado a los lectores Francisco Silvera. Con un entramado urdido con frases cortas, tajantes y asépticas, pura poesía en prosa a veces, y con un exquisito manejo del lenguaje, Silvera nos presenta una novela en donde el arte de narrar, de encandilar con las palabras es el epicentro del texto, su eje rotatorio y vertebrador, porque… a veces, pareciera que uno no lee, sino que escucha a los personajes, desnortados, perdidos… al calor que proporciona la lúgubre lumbre de la existencia; una novela que gira, y gira, como dije, atando a unos protagonistas, que, en algún instante de sus vidas, mantuvieron relación unos con otros, o vivieron en un mismo sitio, o quizás al menos se miraron, o se hicieron daño, o se amaron u odiaron, o fueron manejados, utilizados, en esa veleidad extraña, rara y fortuita como es la existencia: rueda imparable que hace nacer y morir a seres de forma infinita, sin revelar por qué razones y para qué inexplicados objetivos vinieron a este lugar.
Mucho que decir en la narrativa le queda a Paco Silvera, para fortuna de los amantes de lo literario.
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